La mancha del imperio

El rostro del encapuchado

La lluvia golpeaba los ventanales del castillo como si quisiera atravesarlos. Aurora, todavía confinada a una silla especial por las heridas de sus piernas, observaba el jardín a través del vidrio empañado. Desde el accidente, Kael no se separaba de ella… ni permitía que nadie más se acercara demasiado.

Ese día, sin embargo, él había salido a atender un asunto urgente.

Y ese era el momento que la figura encapuchada eligió para aparecer.

Aurora lo vio primero reflejado en el cristal: alto, inmóvil, como si hubiese surgido de la sombra misma. Su respiración se aceleró al escuchar el crujido del suelo detrás de ella.

—No temas —susurró la figura—. No he venido a lastimarte.

La voz… era familiar. Le resultaba imposible recordarla, pero algo dentro de ella vibró, como si una parte olvidada de su vida quisiera despertarse.

—¿Quién eres? —preguntó Aurora, con el corazón golpeándole el pecho.

El encapuchado avanzó un paso.
Tres.
Cinco.
Demasiado cerca.

Aurora tragó saliva.

—Si dices una palabra más —susurró él—, alertarás a los guardianes. Y entonces yo no podré ayudarte.

Ayudar.
La palabra la desconcertó.

—¿Ayudarme a qué?

El encapuchado levantó una mano y se quitó la capucha…
Aurora sintió que el mundo se detenía.

El rostro bajo la tela no era el de un asesino ni el de un enemigo del imperio.
Era el rostro de un muchacho de aproximadamente su edad, con una cicatriz fina cruzándole la mejilla y unos ojos tan parecidos a los suyos que el aire se volvió hielo.

—Aurora… —dijo él, con una mezcla de dolor y ternura—. No puedo creer que estés viva.

Aurora abrió los ojos al máximo.

—¿Quién… quién eres?

El joven dio un paso más. No había amenaza en él. Solo tristeza.

—Soy Elyon —respondió—.
Tu hermano mayor.

El mundo de Aurora se quebró de un solo golpe.

—Eso es imposible… ¡yo no tengo hermanos!

—Te borraron los recuerdos —murmuró Elyon—. El imperio necesitaba que olvidarás quién eras… y quién eras destinada a ser.

Aurora sintió cómo el aire se escapaba de sus pulmones. Sus manos temblaron sobre el borde de la silla; el dolor en las piernas desapareció bajo el shock absoluto.

—Tu accidente —continuó Elyon— no fue un accidente. Fue un intento de advertencia. Una señal para Kael. Él lo sabe. Por eso te vigila. Por eso está más violento… más posesivo… más desesperado por mantenerte aquí.

Un trueno estalló afuera.

Elyon la miró directamente a los ojos.

—Y por eso vine. Para sacarte antes de que sea demasiado tarde.

Aurora no alcanzó a hablar.

Porque, desde el pasillo… una voz profunda, contenida y cargada de furia pura retumbó como un golpe:

Aléjate de mi esposa… si quieres conservar la vida.

Kael estaba allí.

Los ojos encendidos.
La sombra más oscura que Aurora había visto jamás.
La tormenta hecha hombre.

Y, por primera vez desde que lo conocía… Aurora sintió que el verdadero peligro estaba a punto de comenzar.




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