Aurora despertó con un sobresalto.
El dolor de las piernas rotas ya no era tan agudo, pero seguía allí: sólido, frío, recordándole el accidente y la sombra misteriosa que casi la había matado. La habitación del castillo de las Sombras estaba en silencio, iluminada apenas por una lámpara azulada que flotaba en el aire.
Pero ella no estaba sola.
Kael estaba sentado en un sillón junto a la cama, su cuerpo inclinado hacia adelante, los codos apoyados en las rodillas y la mirada clavada en ella como si temiera que desapareciera al parpadear.
Había estado velándola toda la noche.
—Kael… —murmuró, todavía adormilada.
Él levantó la cabeza de inmediato.
—Aurora —su voz era baja, profunda, pero cargada de tensión contenida—. Necesito hablar contigo.
Ella tragó saliva.
Kael no sonaba como siempre.
Había algo distinto en él… algo más oscuro, más trasticto… más personal.
—¿Pasa algo?
Kael se levantó y avanzó hacia ella despacio, como si temiera asustarla. Se sentó al borde de la cama y tomó su mano con una delicadeza sorprendente para alguien tan grande y temido.
—Descubrí lo que hicieron —dijo con un tono que la hizo estremecer—. Lo que te hicieron.
Aurora parpadeó.
—¿Mis piernas?
—No —sus ojos se encendieron con una furia helada—. Tus recuerdos.
El corazón de Aurora dio un vuelco.
Kael inhaló lentamente, como si necesitara controlarse para no romper algo.
—Encontré los sellos. Los rituales. Los nombres de quienes participaron —sus dedos apretaron los de ella, cálidos, firmes—. Aurora… te borraron la memoria a la fuerza.
El aire se volvió espeso entre ambos.
Aurora sintió cómo algo dentro de ella temblaba; una puerta vieja crujiendo, queriendo abrirse.
—¿Por qué? —susurró.
Kael bajó la mirada solo un instante, como si le doliera tener que decírselo.
—Porque temían lo que eras. Temían lo que podrías ser. Temían… —alzó la vista de nuevo, y sus ojos se clavaron en los de ella, intensos—. Temían que te unieras conmigo.
Aurora se quedó sin palabras.
Kael continuó:
—Tu marca… tu linaje… tu destino estaba entrelazado con el mío desde antes de que tú nacieras. Y el Imperio lo sabía. Ellos decidieron que si te quitaban tu pasado, nunca podrías reclamar tu poder. Nunca podrías oponerte a ellos. Nunca podrías llegar a mí.
Aurora sintió un nudo en la garganta.
—Entonces… —la voz se le quebró— ¿He vivido una mentira?
Kael acercó su frente a la de ella, sin tocarla, pero tan cerca que Aurora sintió su respiración.
—No, Aurora —susurró con una intensidad que le erizó la piel—. Te arrebataron la verdad, pero tu esencia siguió intacta. Todo lo que eres… sigue siendo tuyo.
Él tomó aire, cerró los ojos un segundo, y cuando los abrió había una determinación feroz en ellos.
—Te prometo que nadie volverá a tocar tu mente —dijo con voz áspera de emoción contenida—. Nadie volverá a decidir quién eres o qué recuerdas.
—Kael…
Él tomó su rostro entre sus manos, con suavidad absoluta.
—Desde hoy, Aurora… —sus ojos ardían— juro proteger cada recuerdo que te quede y devolverte todos los que te robaron.
Ella sintió un calor inesperado en el pecho. Un latido acelerado. Un miedo dulce.
—¿Por qué… te importa tanto?
Kael tragó duro, como si la respuesta se le quedara atorada.
—Porque desde que llegaste… —sus dedos temblaron apenas— ya no puedo imaginar este reino sin ti.
Y porque… —su voz bajó aún más— …lo que te hicieron, Aurora, es imperdonable.
Un silencio cargado los envolvió.
Aurora sintió sus mejillas arder.
Kael desvió la mirada un segundo, como si hubiera dicho demasiado, pero no soltó su mano.
—Hasta que recuperes tus recuerdos —dijo finalmente— te protegeré incluso de tu propio pasado.
Aurora lo miró, conmovida, temerosa, y un poco perdida.
Pero por primera vez desde su accidente… no se sintió sola.
Editado: 05.12.2025