Max
¿Por qué existía tanta indiferencia en el mundo? Esa era una de esas preguntas que me perseguían desde pequeña. ¿Qué había deshumanizado tanto al ser humano para que ignorara las tragedias frente a él y decidiera seguir su camino como si nada?
No tenía una respuesta concreta a ello, solo lo veía en mi realidad a diario. Caminando en las calles, si alguien tropezaba o una mujer gritaba que la tocaron sin su consentimiento, los demás se limitaban a evitar su mirada y caminaban rápidamente para alejarse de ella. Pocos eran los que se acercaban a ayudar y eso me entristecía tanto.
La verdad es que eres ignorada o ignorado toda tu vida hasta que decides hablar y quejarte. Porque al parecer puedes sufrir en silencio y nadie hará nada, pero decides quejarte de ello y los demás te llamarán víctima. Te convertirás en ese ser que genera incomodidad a cualquier lugar que llega y nadie quiere acercarse por miedo a que les grites. El mundo te hace daño y tú tienes la osadía de responder, qué gran crimen ¿no?
Había tomado el metro a una hora poco popular con la esperanza de no lidiar con miradas raras de personas hacia mi aspecto. Al parecer no tenía permitido vestirme y maquillarme como quisiera, tampoco podía quejarme por esas miradas de odio y asco que me daban muchos. Aunque estaba acostumbrada a eso, seguía molestándome.
Mi celular comenzó a vibrar en el bolso de mi suéter.
Era mi hermano, Alex.
—Es el momento perfecto —comentó sin darme contexto alguno.
—¿El momento perfecto para qué? —pregunté.
Últimamente no sabía que tanto decía, Alex era una persona extraña con tendencia a decir cosas sin sentido a cualquier hora del día. Tenía que estar atenta para entenderlo, pero a veces lo hacía muy complicado. Recuerdo que una vez me levantó a eso de las dos de la mañana para recordarme que debía regar sus plantas de forma específica. Solo le grité de regreso y volví a mi habitación malhumorada, pero esas eran las consecuencias de tener un hermano menor al que cuidar. Tenía veinte años pero a veces sentía que tenía cinco.
—¿Cómo qué para qué? Para tirarme de un edificio de seis pisos, tonta.
De nuevo, Alex tenía esa tendencia a decir cosas como esa y dejar a las personas sin habla. No es normal marcar a tu hermana mayor para decirle formas de suicidio. Pero mayormente estaba jugando, mi mamá odiaba eso.
—Ya te he dicho esto mil veces Alex, morir de esa forma no es agradable. Nadie quiere ir a limpiar sangre y huesos del suelo.
—Es el momento perfecto para lo que estábamos planeando, burra. Lo del edificio de seis pisos aún está en debate.
—¿De qué edificio de seis pisos hablas, Alexander? ¡Por favor dime que no estás hablando del suicidio otra vez! —escuché la voz de mi mamá preocupada del otro lado de la línea.
—¿Mamá está contigo?
Ella no vivía con nosotros, vivíamos en un pueblo pequeño a unos veinte minutos de la ciudad. Debido a los estudios y trabajo, tuvimos que mudarnos a la ciudad, pero nuestra mamá aún venía a vernos de vez en cuando. Más para revisar la salud mental de Alex, quien ya estaba en la universidad.
Alex alejó el teléfono y dijo algo seguro para tranquilizarla y regresó.
—Solo vino de visita rápido, en fin, ya le hablé a mis compañeros de la facultad para ir al centro a causar problemas. ¿Te apuntas?
Hace un par de semanas veníamos planeando protestar en las calles debido al maltrato animal y las empresas que usaban a los animales como conejillos de indias. Era una actividad horrible e inhumana y muchas empresas famosas se encargaban de hacerlo, la situación era que eran muy poderosas. Gracias al dinero lograban silenciarnos, muchas veces intentamos evidenciarlos, pero siempre encontraban la forma de detenernos.
La diferencia en esta ocasión era que gracias a amigos cercanos, encontramos pruebas irrefutables que podrían llevar a juicio a varios de estos corporativos. Nuestro plan era primero llamar la atención en las calles y llevar esto de forma viral a redes sociales.
—¿Llevas los carteles?
—Obvio, tonta —bufó Alex.
—Entonces nos vemos a las cinco.
Era un plan, solo rezaba porque nadie llamara a la policía.
Spoiler alert: si llamaron a la policía.
Eran ya cerca de las ocho de la noche cuando mi hermano se removió en su asiento de la patrulla enojado.
—Era perfecto, paramos el tráfico, nos estaban escuchando. Incluso me pareció ver a unos reporteros.
De nuevo ahí estaba la distorsión de la realidad de mi hermano, nos encontrábamos en una patrulla camino a la comisaría por parar el tráfico y él era el único en verlo como algo bueno. Miré por el espejo del retrovisor a Pablo, el policía que nos había recogido, se veía harto de lidiar con nosotros.
—No estoy muy segura de que hayamos triunfado, Alex. Pero si tengo curiosidad de saber quién de esos pingüinos de traje nos delató.
Mi hermano puso cara de asco.
—Ni me hables de esos, son parte del problema. Parecen robots, justo esta mañana vi caminar a uno, son tan ridículos parece que traen un palo metido en el culo.
Nos empezamos a reír.
—El lenguaje, por favor —intervino Pablo.
—¿Acaso importa? ¿Me vas a agregar dos días más en la celda, Pablito? —incitó Alex.
La patrulla se detuvo y Pablo nos dirigió a la comisaría. Ojalá pudiera decir que esta era la primera vez que estábamos ahí, pero no, nuestro historial comenzaba a pesar al pobre policía joven. Alex siguió a Pablo, quien parecía harto de tener que vernos frecuentemente. Mi hermano le dio una sonrisa lobuna.
—¿No nos extrañaste esta semana?
Pablo negó con la cabeza.
—¿Tu extrañas tener que trabajar? —le preguntó este en cambio.
—No —respondió Alex, confundido.
—Exactamente —dijo para después irse como un fantasma.
Nos llevó a llenar los formularios necesarios y como ya era usual, teníamos el derecho a una llamada. Alex llamó a Oliver y nos quedamos a esperar. La celda de aquel día estaba vacía a excepción de nosotros, así que lo vi como una buena señal.