Max
Si alguien me hubiera dicho que iba a terminar atrapada en medio de un bosque en una tormenta con el ser más insoportable del mundo, no lo hubiera creído. Hasta al menos las últimas semanas mi vida iba perfecta, no tenía que lidiar con tipos arrogantes que se creían mejor que uno solo por tener un aburrido trabajo de oficina.
Sí, quizá cometí el leve error de salir huyendo hacia un bosque que no conocía, pero Joshua estaba sacándome de quicio y necesitaba respirar. No me imaginé perderme en esa inmensidad de bosque y tampoco vi venir la tormenta que nos azotó.
Y aun así el muy imbécil quería dejarme sola ahí en la oscuridad.
Normalmente no soy violenta, pero Joshua Lyle me tentaba cada vez más, por eso cuando se fue con esa sonrisa de suficiencia le lancé una bola de lodo a su bonito traje caro. Estaba muy feliz con mi obra de arte hasta que escuchamos unos aullidos y todo se tornó más interesante.
Al parecer, el cagado de Joshua Lyle solo soportaba una noche en el bosque para enloquecer.
Vi en su cara el miedo, estaba pálido, mirando a todos lados como un paranoico.
No estuve muy segura de qué pasó después, solo que él se acercó y el ruido aumentó.
Entonces sentí su inmenso peso caer sobre mí. Al principio, pensé que estaba abrazándome, pero no, se había desmayado.
Joshua Lyle se había cagado tanto de miedo que se desmayó y todo su enorme cuerpo cayó sobre mí. Caímos al lodo y de alguna forma, él logró aplastarme que sentí todo el aire irse de mis pulmones. Terminamos rodando por una pequeña colina y todo su cuerpo me dejó inmóvil. Estuvimos así por minutos, yo hablándole para que se despertara y él completamente inconsciente.
Por fortuna, el ruido que se escuchaba no se debía a ningún animal salvaje acercándose sino a las pisadas de Kennedy.
Gracias a él, logré sobrevivir de morir aplastada.
Entre los dos llevamos a un desmayado Joshua al auto y yo me senté al lado.
Esto era increíble. Ojalá hubiera llevado mi celular conmigo para grabar esos momentos tan vergonzosos de Joshua, maldije por lo bajo.
Kennedy parecía preocupado, aunque una leve sonrisa apareció en su rostro y desapareció rápido. Seguro estaba deseando reírse de aquella situación, no lo culpaba, con un jefe tan cuadrado como Joshua podía entender que estas situaciones no debían pasarle nunca.
Vi el rostro de Joshua que estaba recargado contra la ventana del auto, aun dormido.
—¿Estará bien? —pregunté, pensando en si esto era normal.
Kennedy asintió.
—Debió ser estrés, normalmente el señor Lyle no se enfrenta a situaciones peligrosas.
—No había peligro, solo eran aullidos de algún animal.
En uno de los movimientos del auto, la cabeza de Joshua terminó inclinándose de mi lado y sin esperarlo, cayó sobre mi regazo. Quise quitarlo, pero me sentí un poco culpable. Se había desmayado del miedo por haberme seguido hasta ese bosque.
—El señor Lyle tiene miedo a los animales.
Asentí, eso explicaba su odio tan irracional.
Su cabello que siempre estaba tan bien peinado ahora caía sobre su frente y se veía muy oscuro casi negro. Así dormido no lucía como un director despiadado que apenas y saludaba a las personas. En realidad, el sueño lo hacía ver casi inocente.
Se veía tan relajado que me pregunté si era posible conocer esa faceta suya. Joshua Lyle siempre parecía ir ocupado y nunca le había visto sonreír de verdad. Incluso ahora que estaba dormido, sin esa expresión tan seria y juzgona que llevaba parecía normal, hasta se veía atractivo. Viéndolo de cerca, noté que tenía unas cejas y pestañas abundantes, lo que me causó algo de envidia.
¿Cómo era que los chicos nacían naturalmente con esas pestañas?
Y yo batallando con el rímel y mis pestañas de aguacero.
Mi análisis a su rostro finalizó cuando Kennedy anunció nuestra llegada a la ciudad, iba a preguntar si necesitaba ayuda, pero él no dijo nada y solo me dijo que fuera a casa, así que quité con delicadeza la cabeza de Joshua y la dejé en el asiento del auto.
Di una última mirada a Joshua y me pregunté, ¿qué daño pudo hacerle un animal para que los odiara tanto?
Al día siguiente tuve la suerte de no amanecer con gripa, pero decidí abrigarme por si las dudas. Llegué al trabajo justo a tiempo para ver a Joshua ingresar con rapidez a su oficina y cerrar la puerta sin saludar.
No estaba muy sorprendida de eso, pero me pasé parte de la noche pensando en una disculpa debido a lo que lo había hecho pasar. Quizá fui demasiado lejos con ese golpe de lodo, o al burlarme de su miedo. Debía tener una buena razón para odiar la naturaleza y los animales y no era justo que lo juzgara así.
Me armé de valor y entré a su oficina.
Joshua estaba detrás de la computadora, concentrado mirando la pantalla.
—Buenos días, jefe —saludé.
Sus ojos cansados parecieron fijarse en mí con aburrimiento. Noté que tenía la nariz roja y los ojos algo brillantes, como si hubiera llorado. Eran claros síntomas de resfriado.
—Estoy ocupado, Maxine —contestó con la frialdad de siempre.
—Puedes llamarme Max —me acerqué a su escritorio, tratando de verlo mejor —. ¿Te encuentras bien?
Sus ojos parpadearon con lentitud, como si apenas pudiera entender mi última oración y asintió.
—Mejor que nunca, cierra la puerta al salir ¿quieres?
Entonces comenzó a toser.
—Eso no suena muy bien.
Cerró sus ojos con cansancio.
—De verdad Maxine, no estoy de humor. ¿O acaso no tuviste suficiente ayer?
Alcé mis manos en señal de paz. No venía a pelear con él, simplemente a disculparme, ¿por qué tenía que ser tan idiota?
—Solo quería ver como estabas y disculparme por lo de ayer, sé que fue mi culpa.
Apenas pareció inmutarle.
—Okay, ya te puedes ir.
Salí de ahí antes de agarrar un libro y lanzárselo a la cara. Estaba tratando de dejar mi orgullo atrás y se comportaba como imbécil. Me dediqué el resto de la mañana a responder sus llamadas, pero me fue difícil ignorar su tos constante.