Josh
Era evidente que el trato que había hecho con Maxine Rodríguez se había roto desde aquel día que fuimos a los laboratorios de experimentación. Estaba demasiado frustrado el no poder demostrar que La belleza de Atenea no hacía de lo que acusaban, pero el no tener pruebas solo demostraba que Maxine tuvo la razón todo este tiempo. Tras su partida de la oficina, los siguientes días me la pasé ocupado con el trabajo, tratando de no mirar hacia el que solía ser su escritorio. No era como si ella fuera a aparecer ahí.
Estaba seguro de que me odiaba, pero la verdad era que yo también me odiaba a mí mismo.
Estaba tan seguro de que tenía las de ganar, hasta que el doctor Williams presentó un correo diciendo que no podía dar ningún tipo de información, ni siquiera a mí como director general. Solo al único dueño de la empresa, yo no lo era, así que no podía quejarme.
¿Por qué estaba tan asustado de que investigara? ¿qué estaban ocultando?
Kennedy intentó por todos sus medios conseguir la lista de empleados que le pedí, pero el departamento se la negó. ¿por qué?
Las siguientes dos semanas no hubo ningún avance.
Por más que intenté volver a mi rutina normal, no dejaba de posar mi mirada en ese maldito escritorio. Ella ni siquiera se tomó la molestia de tomar sus cosas, solo dejó ahí su bolso con varias cosas. Kennedy no hizo preguntas y lo agradecía porque no tenía ganas de gritarle a un inocente.
—Entonces, ¿qué opina, director? —la voz del encargado de finanzas me despertó.
Aquel día estábamos en una reunión para preparar los planes del semestre que venía y no había escuchado nada por estar absorto en mis pensamientos. Por suerte, Kennedy me salvó.
—El director les dará una respuesta tan pronto revise la propuesta completa.
Asentí y la reunión acabó.
Kennedy me siguió a la oficina.
—Lo revisaré.
—Puedo hacerlo yo si gusta, cualquier detalle se lo comento.
—Está bien, puedo hacerlo yo, Kennedy.
Parecía dudoso sin confiar en mí.
—Los últimos días...sé que debe estar muy ocupado y..
—Kennedy, ¿qué sucede?
—Desde que se fue la señorita Max, usted ha estado muy extraño.
Quizá no había estado del mejor humor posible, pero había hecho mi trabajo. No entendía su preocupación, estaba siendo el mismo de siempre.
—Creo que necesita descansar un par de días, toma demasiadas horas extra.
—Sabes que estoy investigando.
No había dejado de buscar la lista de empleados y en los últimos días busqué al doctor William más de lo normal. Seguirán negándome su presencia y eso me molestaba más.
Pero había algo que me molestaba más que todo eso, y eran las condenadas palabras que recibí de Maxine antes de que se fuera.
«Siempre te esfuerzas en ser perfecto, tratas con todas tus fuerzas ser alguien que no se rompe. Eres como uno de esos robots sin sentimientos. Tu vida, tus horas dedicadas al trabajo, tu falta de sueños. Todo en ti grita alguien que solo vive de eso, algo vacío. Todo estaba perfecto cuando nadie acusaba a tu empresa, pero en cuanto yo la señalé todo se vino abajo para ti. Sé que sabes que hay algo mal en todo esto, probablemente en el fondo me creas, pero no tienes los pantalones para admitir que te equivocaste. Entonces prefieres vivir engañado, luchando con la ética laboral y tus propios valores. ¿Quieres odiarme por eso? Bien, hazlo, no me importa.»
Según ella, me esforzaba por ser perfecto cuando en el fondo estaba luchando con mis propias creencias y valores. ¿De verdad creía en ella? Apenas la conocía, ¿por qué sus palabras seguían repitiéndose una y otra vez?
Ahora Kennedy parecía notar algo malo en mí, todo lo que me definía antes de ella ya no se sentía igual. Me consideraba bueno en mi trabajo, me esforzaba a diario para que la empresa creciera, sin embargo, todo este tema de la experimentación animal me dejaba pensando, ¿de verdad creía en ellos?
Después de años tratando que todo fuera correcto, me encontraba con la primera imperfección y no lo soportaba. Quizá ella tenía razón, en el fondo le creía pero no lo quería admitir por miedo a fallar.
Estaba en una constante lucha conmigo mismo, con las discusiones que Maxine ponía en mi mente. Ella seguía definiendo mi existencia y me la cuestionaba, no me gustaba.
Al salir esa tarde, agarré el estúpido bolso que había dejado en su escritorio y me lo llevé a casa. Ya por la noche, tuve el valor de verlo, era pequeño, de mano con miles de cuentas de colores. Lo sostuve con cuidado, como si de repente eso fuera invocarla a ella.
Miré dentro, un par de labiales, un espejo y una libreta rosada de notas junto con su lapicero en forma de gato. Tomé la libreta y la abrí. En ella había un sin fin de textos en letra cursiva, apenas entendible. Tragué saliva, pensando en si estaba yendo demasiado lejos.
Eso parecía ser un diario y yo estaba viéndolo, como si entrara en su propia mente.
La primera línea que vi fue la siguiente:
«Estoy tratando de acabar con las problemáticas que más aquejan a mi mente. He luchado por años para defender a los animales, me he quejado constantemente de los derechos humanos y animales y lo único que he conseguido es convertirme en una paria que miran con miedo cuando paso cerca de ellos.
Si algo he aprendido durante todos estos años es que al mundo no le importa si sufres, mientras lo hagas en silencio. Si te atreves a gritar injusticia, entonces será un error.
Pero no me pienso rendir, no cuando tengo las pruebas necesarias»
Me senté en mi cama, sintiendo un peso inmenso en mis hombros, era como si pudiera escucharla en mi mente diciendo eso. «Si algo he aprendido durante todos estos años es que al mundo no le importa si sufres, mientras lo hagas en silencio.», ¿por qué esa frase sonaba tan real? Lo cual me hizo recordar el momento en qué perdí a mis padres, por mucho tiempo me miraban con lástima, después se convirtió en cansancio. Al parecer solo tenía derecho de sufrir por un tiempo, tiempo después me convertía en un mártir.