Josh
No supe interpretar la mirada en los ojos de Max. Era como si estuviera viendo un huracán de emociones, unas luchando con otras. Duda, incertidumbre...
Lo más seguro era que me había equivocado con el simbolismo de las margaritas,por eso no sabía qué decir y le daba pena avergonzarme.
Fue anoche cuando me dispuse a pensar una forma de disculparme con ella, porque sabía que Maxine no era de las que solo aceptarían palabras y ya. Sino acciones.
La idea de buscar una flor que simbolizara la paz fue difícil. Había miles de flores que significaban eso y otras cosas, pero también quería encontrar algo que me recordara a ella. Eso lo haría más especial. Entonces vi las margaritas en un puesto ambulante. Tan brillantes con su tono blanco y amarillo, sentía que Max estaba ahí mismo.
Esa flor gritaba Max en todos los sentidos.
Decidí comprar solo una, por miedo a que la odiara o que fuera alérgica.
Tras varios minutos de silencio, Max no dejaba de ver la flor como si no pudiera creer que era real. Tocaba sus pétalos con delicadeza.
—Di algo, por favor —comenté.
Necesitaba saber si aceptaba mis disculpas, si me dejaba esta vez seguir su plan.
Cuando alzó su mirada, sus ojos brillaban.
—Es cierto, las margaritas simbolizan la paz y nuevos comienzos. Investigaste bien —volvió a mirar la flor con cariño y sonrió —. Es una de mis flores favoritas.
Sentí mi corazón latir con fuerza ante su sonrisa. Me estaba dando esperanzas.
—No lo sabía.
—¿Cómo podrías?
No sabía mucho de ella, más allá de que le gustaban las flores y los animales. Por primera vez deseé saber más de ella, conocer hasta el último detalle de su vida. Quizá eso me ayudaría a entenderla mucho mejor.
—De verdad lo lamento.
Asintió.
—Lo sé.
Su actitud que en un principio parecía la de un gato herido, ahora había cambiado. Sus ojos volvían a iluminarse cada vez que miraba la flor y la acariciaba con cariño, como si tuviera miedo de que no fuera real. Como si mis disculpas fueran a desaparecer junto con esa flor.
Tragué saliva, sintiendo una pesadez en mi pecho.
Los últimos días me había odiado bastante por todas las cosas que le dije, ahora verla de nuevo me trajo este sentimiento extraño. Como si hubiera necesitado de su presencia antes.
Ella volvió a mirarme, sabía que ahora comprendía el gesto.
—Entonces, supongo que tenemos que trabajar juntos de nuevo ¿no?
Mi hermana había regresado de su viaje de luna de miel y había decidido invitarme a un desayuno con su esposo y su familia el próximo fin semana. Como ya le había dicho en miles de ocasiones, estaba demasiado ocupado con el trabajo para asistir. En especial ahora que Max estaba de regreso y estábamos trazando un plan para conseguir las pruebas que necesitábamos.
—Vamos, puedes invitar a Max. Seguro le encantará acompañarte.
No quería romper sus ilusiones, pero desde aquel día en la boda había estado muy insistente sobre lo que había pasado. Solo habíamos bailado un momento, pero mi hermana parecía que acababa de declarar mi amor a medio país. Por supuesto que ella no sabía que Max trabajaba conmigo, sino hubiera sido peor.
Tarde o temprano tendría que comprender que nosotros no éramos nada más que compañeros de trabajo. Solo teníamos una misión que cumplir y ya.
—Bella, ya te dije que no hay nada.
—No me pareció nada ese día.
Rodé mis ojos. Mi hermana era un caso perdido, no solo estaba enamorada sino que también se alimentaba del romanticismo que se imaginaba.
—Solo invitala, no tiene que ser nada formal. Estoy segura que la pasaremos bien.
Entonces colgó sin darme la oportunidad de responderle.
Agradecí no tener que dar más excusas y me enfoqué en la actividad de esta semana. Alguien tocó la puerta y ahí estaba Max sonriendome. Se acercó a sentarse en la silla enfrente mío junto con una libreta y un lapicero. Habíamos pasado los últimos días trazando un plan para ver al doctor Williams debido a que ni siquiera alguien con mi cargo parecía poder ingresar, supuse que esa sección era manejada por los inversionistas.
Usualmente eran personas sin nombre que manejaban la empresa desde lejos, como seres omnipresentes que tenían el poder de tomar decisiones importantes sin estar dentro de ella. Yo era el director a cargo, pero seguía siendo un peón más a su vista y si no querían que me enterara de algo, podían hacer que fuera posible.
—Tenemos que encontrar una forma de ingresar a esos laboratorios —comenté.
Los ojos de Max brillaron astutos, como si una idea nueva surgiera en su mente.
—Tengo una idea, solo que no sé si vas a aprobarla.
Juntó sus labios como si evitara sonreír. De lo poco que conocía a Maxine Rodríguez, era fácil determinar cuando sus ideas podían ser un billete seguro de ida al mundo de la locura y desenfreno. Había pasado por más aventuras al lado de ella en estas semanas de lo que había pasado en toda mi vida.
No estaba muy seguro, pero también se me estaban acabando las ideas.
—¿Cuál es tu idea?
Sabía que me iba a arrepentir de esto.
No era una sorpresa, me había arrepentido de siquiera hacer la pregunta en cuanto vi la idea que planeaba Max. De alguna forma, me había arrastrado a su apartamento con la excusa de que debíamos ir "vestidos correctamente", lo cual me dio mala espina.
Llegamos a un departamento pequeño de dos plazas donde había más plantas colgantes que muebles. Sus sillones estaban tapados con cobijas de extraños colores y entonces un gato negro salió de la nada a saludarnos. Me hice a un lado al verlo.
—Ese es Lucifer.
Tuvo la necesidad de comentar ella. La miré como si acabara de recitar una oración al revés como en esas películas viejas de terror. Okay, no era la persona más religiosa. Pero eso no significaba que me gustara tentar al destino llamando a mi mascota como el diablo.