La Mansión De Wisteria

III: La Luna Entre Estrellas

Para su crédito, llegó tarde. Desafortunadamente, se lo tomó demasiado literal y nos hizo esperar alrededor de una hora. Después de cambiarme de ropa y arreglarme rápidamente el cabello, corrí hacia el salón de la cena. Mi mamá me recibió con una mirada decepcionada, pero aún no dijo nada. Ella y mi papá estaban charlando amigablemente con otra pareja de adultos. Busqué a Max entre la multitud y noté que nadie había tomado asiento. Era cierto que la cena no podía empezar oficialmente sin Caden.

Me pregunté dónde estaba su padre. Si estaba postrado en cama como decían, sería solo él contra todos nosotros. Una ola de lástima me envolvió. Caden denotaba una esencia calmada. Si tuviera que adivinar, no debía ser muy conversador. Recluido en su propio espacio. Si tuviera que decir por qué estaba afuera en lugar de adentro, diría que era para tomar aire. Para recogerse antes de una batalla. Lamentablemente yo estuve allí al mismo tiempo. En ese momento no parecía importarle, pero me pregunté si tardaba tanto porque también necesitaba un respiro de mí. En cualquier caso, me sentí extrañamente triste de que estuviera a punto de enfrentarse a una multitud de personas entrometidas y ruidosas, cuando parecía querer estar solo.

Encontré a Max al otro lado de la habitación, parado con una copa de vino blanco con los demás. Imogen y la otra chica aún estaban hablando con los gemelos, mientras él e Isabella compartían risitas. Me acerqué a ellos torpemente. Cuando me vio, abrió los ojos y apartó su copa.

—¡Sol! No pensé que fuera posible, incluso para ti, llegar tan tarde.

—Gracias. Siempre es un placer superar expectativas—, respondí con una sonrisa. —Lo siento. Estaba en los jardines y perdí la noción de…

—Espera, ¿estabas afuera?— dijo Isabella insertándose en la conversación. — Eso es tan… Solar, por favor. Podrías haber sido picada por un insecto o perderte o…

—Ella conoce su camino por los jardines— , intervino Max dándome una mirada cálida.

—Está bien, Isabella. Nada de eso pasó—, la tranquilicé.

—Afortunadamente—, murmuró ella, pero luego me dio una suave sonrisa. —Tienes que cuidarte, cielo.

Asentí y me sentí mal. Parecía genuinamente preocupada, aunque equivocada, aún mostrando cuidado por mí. Bueno, tal vez era cuidado por mi hermano que se filtraba hacia mí, siendo su hermana. Aún así, lo apreciaba.

Isabella miró alrededor y en dirección a la puerta.

—Supongo que es posible incluso para Caden ser tan impuntual, ¿dónde se habrá metido?

Sacudió la cabeza disponiéndose a sí misma a no preocuparse por eso. Volvió a poner su atención en mi. Apretó mi mano y luego se volvió hacia el grupo, atrayéndome hacia su lado.

—Estos son Lord Oliver y Lord Amos Tanner, de alguna propiedad de la ciudad cuyo nombre no me viene a la mente—, dijo riendo por eso. Rodaron los ojos ante la descripción de sus posiciones, pero aún me dieron un gesto de reconocimiento. Eran pelirrojos y altos. Un poco delgados, pero aún guapos. Sus ojos eran de color miel y sus mejillas estaban cubiertas de pecas rojas. Uno de ellos tenía una marca bajo el ojo. Pegué esa información en mi mente para poder distinguirlos. Oliver, el de la derecha, era el que tenía la marca distintiva. Luego, Isabella se volvió hacia la otra chica que no había visto antes.

—Y esta es Lady Margot Holt, una querida amiga de ellos—. Me saludó con la mano. Era hermosa, con cabello rubio que caía por su espalda y ojos grises impresionantes. Llevaba un vestido de una moda que no podía ubicar, pero que sabía que no era de aquí.

Mis ojos luego se dirigieron a Imogen, que me sonrió. Mirándolas a ambas, a Imogen y a Isabella, sería fácil confundirlas como hermanas. Ambas tenían cabello castaño, ondulado y domado. Piel clara sin imperfecciones a la vista, y ojos oscuros. Donde Isabella tenía un rostro circular, Imogen lo tenía en forma de corazón. Ambas eran encantadoras y cautivadoras. Yo palidecía en comparación. No, perdón. Ese es un pensamiento inapropiado, como diría mi hermano.

Después de esa presentación, continuaron hablando y, una vez más, me encontré apartada. Max intentó, pero el resultado fue el mismo. Todo parecía estar organizado para que terminara alienada. Estaban en parejas. Yo era el número impar. Admití que podría estar siendo dramática, pero al mirar a mi alrededor, vi que todos estaban compartiendo pensamientos y risas con otra persona. Y yo estaba allí de pie, estando en un grupo pero sintiéndome sola.

Intenté identificar el momento en que me consideraron aburrida, pero no noté cuándo sus ojos se desviaron y nunca más volvieron a posarse en mí. Uno de los gemelos, a mi llegada, me miró intrigado. Pero sus ojos se desplazaron rápidamente desde mi cabeza hasta mis pies y luego apartó la mirada. Margot echó un vistazo a la forma en que jugaba con mis manos y me dio una sonrisa incómoda antes de volverse hacia Imogen. Me mordí el labio.

Cuando Max me preguntó qué estaba haciendo afuera, en un intento de incluirme en la conversación, respondí rápidamente con una sonrisa que estaba paseando con un gato y echando un vistazo al paisaje, el cual me parecía hermoso. Isabella resopló, reprimiendo una risa. Oliver arrugó la nariz.

— Los gatos siempre me huelen raro, ¿no creen, chicas?

— Realmente no…— replique, pero fui interrumpida.

— Oh, sí. Y siempre hacen ese ruido malévolo—, agregó Margot. — Mi papá trajo uno de sus viajes y la casa estuvo apestada y llena de pelo durante una semana hasta que nos deshicimos de él— La miré horrorizada. Su tono no sugería un final feliz para el animal.

Amos captó mi atención, por primera vez, para agregar:

—Sabes, los gatos se comen a sus dueños cuando mueren. Es bastante perturbador.

Lo miré fijamente a los ojos.

—Apuesto a que no te comerían a ti, sin duda. No eres tan encantador como te presentas.

No parecía ofendido. Como mucho, molesto por mi impertinencia. Max trató de contener la risa.




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