Llegamos a la habitación y él hizo exactamente lo que me dijo que hiciera. Llamó a un sirviente y nos trajo a los dos un poco de té de manzanilla. Él avivó el fuego que nos estaba esperando. Pero no cerró las cortinas, lo que me permitió ver cada relámpago que pasaba a lo lejos. Cada vez más cerca que el anterior. Cassidy nos siguió al interior y se recostó en un sofá frente al fuego. Caden estaba al otro lado de la habitación mirando atentamente por la ventana. Su comportamiento me tenía preocupada. Fue inusual y sin motivo aparente.
Me levanté de la cama en la que había estado bebiendo silenciosamente mi té. Lo puse al lado del suyo, ya frío y aún intacto. Caminé hacia él y rodeé su cintura con mis brazos. Me incliné hacia su espalda para consolarme.
—Algo está mal.
No fue una pregunta. Necesitaba que me dijera que no había nada que temer, pero había estado mayormente en silencio. No podía soportarlo.
—¿Caden?
Pareció recuperarse de repente. Pasó sus manos por mis brazos afectivamente.
—¿Sí, Sol?
Apoyé mi frente contra su espalda frustrada.
—Dije que algo anda mal. ¿Qué es?
Tiró de mí, posicionándome frente suyo para mirarlo mientras mantenía su cuerpo frente a la ventana.
Llevó su mano a mi barbilla y levantó mi rostro. Sus ojos estaban distantes pero al menos ahora se centraban en mí.
—Esta lluvia me hace sentir incómodo. Eso es todo.
Me mordí el labio y sacudí la cabeza sintiéndome incómoda.
—No es eso y lo sabes.
Metió algunos mechones de mi cabello detrás de mi oreja. La habitación se iluminó, una luz venía detrás de mí. Un segundo demasiado tarde, se escuchó un fuerte ruido. Un trueno. Se estaba acercando. Cassidy gruñó y yo di un pequeño salto de sorpresa.
—¿Ves? Está poniendo nerviosos a todos—, me aseguró. Cerré los párpados y apreté con más fuerza su camisa.
—Lo estás haciendo de nuevo—, susurré con dureza.
—¿Haciendo qué, exactamente?
—Estás siendo vago. Te estás cerrando, yendo a un lugar al que no puedo llegar.
Abrí los ojos para encontrar su mirada. Estaba mirando hacia afuera.
Estalló otro trueno. Casi estaba llorando mientras me escondía en su pecho. Los latidos de su corazón eran frenéticos. Pero su respiración se niveló. Fue extraño. Nervioso pero sereno.
—Eso es porque es un lugar donde no necesitas seguirme. Estoy bien.
Lo sentí acariciar la parte superior de mi cabeza y pasar sus dedos por mi cabello. Realmente pensó que estaba siendo sensible conmigo. No podía soportar la barrera emocional que estaba levantando. ¿Para qué? Tenía miedo y estaba conmocionada y él seguía mirando por esa ventana. La ira me invadió lentamente.
—Así no es como se ve estar bien—, respondí.
—Solar, por favor. No puedo hacer esto ahora—. Echó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su largo cuello y cerró los ojos cansado. —Por favor, vete a dormir, amor. Te prometo que todo estará bien mañana.
Ya me estaba cansando. Él me estaba abrazando, pero no sentí ningún consuelo en absoluto. Se sentía a kilómetros de mí. Su cabeza no estaba aquí conmigo en ese momento. Algo seguía preocupándolo, pero hasta que no decidiera compartirlo conmigo, simplemente estaba en el medio. Yo era una molestia. Sentí un pesado bulto en mi pecho cuando di un paso atrás sin mirarlo. Simplemente asentí. Intenté mantener la barbilla en alto pero sentí que me temblaban los labios y me picaban los ojos. No podía llorar. Sólo se sentiría más incómodo por mi repentina necesidad de atención.
Dejé que el fuego ardiese y me metí en la cama. Al menos me sacudí la primera capa de miedo ante su presencia. Pero una nueva ansiedad se apoderó de mí. No podía entender cómo se había activado de esa manera y qué significaba este comportamiento para él y para nosotros.
Me quedé allí en silencio, dando vueltas hasta que el sueño finalmente me reclamó.