Ophelia Royal era una joven escritora, fascinada por la literatura en todas sus formas. Desde las historias más descabelladas hasta las más realistas, desde los versos cuidadosamente compuestos hasta las trágicas novelas con finales esperanzadores, todo le atraía. A sus quince años, había escrito más de cuarenta historias y acumulado innumerables borradores, todos salidos de su propia imaginación.
Pero, a pesar de su prolífica producción, Ophelia no era una niña prodigio ni una autora reconocida. Su mayor sueño, su quimera favorita, era ver uno de sus libros publicado, aunque fuera en alguna plataforma digital. Sin embargo, su timidez y profunda inseguridad siempre la detenían. A pesar de todo su conocimiento literario, no lograba vencer sus propios miedos. Le importaba demasiado el "qué dirán", y sabía que "nadie es profeta en su propia tierra."
Las pocas veces que se había atrevido a mostrar sus escritos, el resultado había sido desastroso. Quizá sus letras eran demasiado complejas, salpicadas de una poesía que solo ella entendía, o tal vez el nivel literario que perseguía no encajaba con los gustos promedio. Sea como fuera, cada intento de compartir su trabajo la había hecho retroceder aún más hacia su mundo privado.
Esa noche, justo antes de su décimo sexto cumpleaños, Ophelia decidió escribir algo antes de dormir, como solía hacer. Mientras su madre dormía y sus hermanos mayores la dejaban en paz, la noche se volvía su aliada. Se sentó frente a su escritorio, esperando que la inspiración llegara, pero esa vez quería hacer algo diferente. En la esquina de su habitación, bajo una manta, descansaba el regalo que su abuelo le había dado cuando tenía seis años: una antigua máquina de escribir de 1929, impecablemente conservada.
Ophelia se levantó, titubeante, y con manos temblorosas retiró la manta que cubría la máquina. Contemplarla le llenaba de una energía especial; era como si aquel viejo artefacto estuviera esperando por ella, lista para encender su creatividad. Recordó las palabras de su abuelo: "Sé que tú le darás un mejor uso." Aunque al principio no las creyó, ahora estaba dispuesta a comprobarlo.
Se sentó frente a la máquina, sintiendo una extraña conexión con sus teclas de metal. Cuando comenzó a escribir, algo casi mágico ocurrió: la inspiración fluyó sin esfuerzo. Las palabras brotaban como si la máquina misma las dictara. Ophelia escribió tres páginas sin detenerse, y después, exhausta, se quedó dormida.
Aquella noche soñó con lo que había escrito. No fue un sueño cualquiera, sino uno tan vívido que casi podía sentir la presencia del hombre lobo que la perseguía en su historia. Despertó sobresaltada, pero pronto desechó la idea de que aquel sueño significara algo más que una simple coincidencia.
Unos días después, volvió a escribir en la máquina. Esta vez, el murmullo de la lluvia acompañaba su proceso creativo. Las palabras fluyeron nuevamente, pero, al dormirse, volvió a soñar, esta vez protagonizando una aterradora escena de asesinato. La duda comenzó a inquietarla. ¿Era posible que la máquina tuviera algo que ver con sus sueños? ¿Acaso estaba viviendo lo que escribía?
Ophelia no tardó en notar un patrón. Solo cuando escribía en aquella máquina especial los sueños cobraban vida, transportándola dentro de sus propias historias. Pronto descubrió que la tinta cambiaba de color según sus emociones, y las palabras se borraban del papel después de haberlas vivido. Pero lo más asombroso era que, cuando intentaba escribir historias ajenas, las teclas se negaban a moverse.
El miedo comenzó a mezclarse con la emoción. Sabía que lo que tenía entre manos era algo más que una simple máquina de escribir, y comprendió que su poder podía ser peligroso si caía en las manos equivocadas. Ophelia se prometió a sí misma no volver a usarla, pero la tentación siempre estaba ahí, acechante.
Con el tiempo, no pudo resistirse. Comenzó a usar la máquina para vivir aventuras fantásticas, batallar contra dragones y explorar mundos nuevos. Pronto, su vida real pasó a un segundo plano; apenas asistía a clases y el resto del día lo pasaba sumergida en sus propias creaciones. Se convirtió en una viajera de dimensiones literarias, atrapada entre la fantasía y la realidad.
Pero, como todo poder, su magia tenía un límite. Una mañana, al intentar escribir de nuevo, las teclas ya no respondieron. La máquina había perdido su brillo, y con él, su poder. Ophelia comprendió que lo había agotado, que había abusado de su don.
Después de ese día, algo cambió en ella. Había aprendido una valiosa lección: los sueños no bastan si no se complementan con acciones. Y aunque había perdido la magia de la máquina, encontró su verdadera fuerza en sí misma. Siguió escribiendo, esta vez por sus propios medios, y finalmente publicó su primer libro, que fue todo un éxito.
En las últimas páginas de aquel libro, se leía una cita especial:
"La verdadera heroína de las letras es quien se enfrenta a la vida real, con todos sus desafíos. Porque no hay mayor batalla que la que libramos día a día, tejiendo con nuestras acciones el futuro que queremos conquistar."