Solías besarme
como si el mundo fuera a terminar en mis labios.
Cada encuentro era un regreso
aunque nunca te hubieras ido.
Una vez dijiste te amo
por accidente,
pero fue suficiente para que yo creyera
que todo lo demás también era verdad.
Desde entonces,
todo lo que no dices me hace más ruido
que tus palabras.
Yo pintaba amaneceres para ti
con las manos heridas,
con la promesa de que si dolía,
al menos serviría de algo.
Te ofrecí rosas,
aunque ya no tenía jardín.
Sequé mares con la esperanza
de que algún día volvieras a llenarlos.
Y lo hiciste.
Con mis lágrimas.
Ahora vives en un rincón
al que no puedo entrar sin romperme.
Estás justo en el centro,
donde duele más,
donde lo hermoso se convirtió en castigo.
Intento alcanzarte.
Escarbo entre mis huesos,
entre recuerdos corroídos,
pero lo único que encuentro
es ese te amo oxidado,
atorado en la maquinaria.
Estoy colapsando.
Algo dentro ya no responde.
El sistema lanza alertas,
pero nadie escucha.
La máquina falla,
la pantalla parpadea,
el núcleo se recalienta con tu nombre.
Fallo interno.
Fallo interno.
Fallo interno.
Y nadie ha inventado aún
una forma de amar
sin romperse.