La máquina: versos de un sistema roto

Apagón

Siento.
No siento.
En realidad… no siento.
¿Qué ha pasado?

El pecho se ha quedado mudo,
la máquina calló,
y por primera vez en mucho tiempo
no hay ruido,
no hay gritos,
no hay suplicas a tu nombre.

Solo silencio.

Un silencio tan denso
que ni los pensamientos se atreven a cruzarlo.

Ya no duelen tus recuerdos.
Y eso me aterra.
Porque prefería el ardor
a esta calma artificial,
a esta anestesia del alma
que no pregunta,
no llora,
no reacciona.

Me desconecté.
Apagué cada interruptor con cuidado,
como quien desmonta una bomba
que estuvo a punto de estallar.

Y en medio de este apagón emocional
descubrí que sobreviví.
Pero no sé si eso es vivir.

Ya no te busco en las sombras,
ni espero tu voz en las madrugadas.
Ni siquiera maldigo tu nombre.
Te volviste un fantasma
que dejó de asustar.

No sé si es alivio,
o si simplemente me rendí.

Quizá la máquina,
tan herida y saturada,
se protegió del colapso final
apagándose sola.
Y yo solo sigo el ritmo
de este cuerpo que aún respira,
pero ya no siente.

Apagón.
Así se llama esta etapa.
Donde no hay amor,
ni odio,
ni tú.

Solo yo.
En la oscuridad.
En silencio.




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