La máquina: versos de un sistema roto

Herrumbe

Me acostumbré al óxido
como quien se acostumbra al silencio en la casa vacía.
Ya no busco tu voz entre los rincones,
solo encuentro ecos
y un par de promesas rotas cubiertas de polvo.

Los días se volvieron ceniza,
y mi cuerpo,
una estructura corroída por el recuerdo.
Fui hierro firme,
pero el amor —el tuyo—
fue lluvia ácida cayendo sin tregua.

Tus palabras aún me habitan,
como humedad entre las grietas,
y cada vez que intento moverme
crujen mis huesos,
cruje la memoria.

Aprendí a vivir en habitaciones oxidadas,
donde las fotos se desdibujan
y el aire huele a lo que ya no vuelve.
Cada objeto guarda tu sombra,
cada sombra guarda tu adiós.

Todo lo que toco se descompone.
Quizá por eso dejé de tocar el mundo,
quizá por eso ya no toco mi pecho.
Tengo miedo
de encontrarme ahí aún tu nombre
aferrado a la herrumbre.

Y sin embargo, no lo arranco.
Quizá porque duele menos
sentir el peso de lo oxidado
que aceptar que alguna vez
fue dorado.




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