La máquina: versos de un sistema roto

Costras de Hierro

Sigues aquí.
En cada paso que doy,
como una sombra pegada a mis tobillos,
como el eco de un nombre
que se niega a morir.

En cada beso robado
te apareces sin permiso,
como un ladrón que conoce
los rincones exactos de mi alma.
Estás incrustado,
como un fragmento de metralla
que el cuerpo no pudo expulsar.

He tratado de sanar,
de dejar que el tiempo haga su oficio,
pero las heridas vuelven a abrirse
en la nostalgia de tus dedos,
cuando rozaban mi rostro
con una devoción que ahora dudo si fue real.

Te perdí.
Me perdiste.
¿Nos perdimos por completo?
¿O solo nos dejamos ganar por el ego,
ese monstruo hambriento
que se alimenta del orgullo y la cobardía?

Aún vivo bajo las sombras
de un amor que no supo sostenerse,
mientras tú caminas ligero,
como si nada hubiera dolido,
como si nunca me hubieras habitado.

Debí dejar de alimentarte.
Fui fuego para tu frío,
cielo para tu encierro,
y te hice tan grande
como tus delirios deseaban.

Te levanté como a un dios
y ahora vives en el altar de tu mentira,
ciego a la ruina que dejaste tras de ti,
negándote a ver el precio
de todo lo que significaba.

Las heridas cicatrizan,
pero algunas se sellan con metal.
Y estas costras de hierro
no me dejan olvidar
que incluso el amor,
cuando se oxida,
se vuelve cruel.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.