Me cansé de sostener lo insostenible.
Las piezas ya no encajaban,
y mis manos, torpes de tanto temblar,
dejaron caer lo que quedaba en pie.
Desatornillé recuerdos,
arranqué de cuajo las promesas flojas,
y observé —sin lágrimas esta vez—
cómo todo se venía abajo.
Había ruinas donde antes hubo tú,
escombros donde me quedé esperando.
Y entre el polvo, me encontré a mí:
rota, sí,
pero libre al fin.
No dolió como pensé,
quizá porque ya me dolía desde antes.
Quizá porque desmontar algo
es menos cruel que seguir intentando que funcione.
Así que dejé que se oxidara,
dejé que chirriara el silencio,
dejé que el amor, ese viejo artefacto,
muriera solo.
Y ahora camino entre lo que fui,
buscando clavos nuevos,
una madera más blanda,
otra forma de construirme
sin dejarme de lado.
Desarmé lo que quedaba de nosotros.
No para olvidarte.
Para volver a empezar.
Para no volver a romperme igual.