Dos años, definitivamente el tiempo pasa muy rápido.
Ese encuentro dio un giro algo repentino, pero agradable a vista de las personas. La niña siempre intentaba ir a su encuentro con el hombre, pero a la vez tenia cosas como escuela y a su amigo, su madre siempre intentaba protegerla, aunque ella siempre encontraba la forma de salir de la casa para adentrarse en el bosque.
Sonó el timbre que indicaba la salida, apresurada guardo sus cosas en su mochila, tenía planeado ir al claro y hacer sus deberes en ese lugar, así pasaría más tiempo con su amigo.
Observo como su amigo se acercó y dejo de empacar sus cosas, su amigo traía una sonrisa delatadora.
- ¿Que te trae tan contento, Hen? – Pregunto simpática viendo como la sonrisa de su amigo no perdía brillo.
- Que pensaba en mi querida nieves. – Declaro con las mejillas algo rojas, la chica soltó una risa y terminando de guardar sus cosas salió del salón.
- Tu madre no está hoy, ¿Puedo ir a jugar? Tengo un nuevo juego que me gustaría que vieras. – Dijo animado mientras caminaba al lado de la albina.
- No quiero jugar hoy, Hen. Pero mañana si quiero jugar. – Dijo intentando ocultar la verdadera razón por la cual no quería que fuera, nunca le presento “al hombre de la túnica azul”, como ella le decía juguetonamente. Siempre le dijo que solo parecía encontrarlo en sueños, nunca le rebelo a nadie que era una costumbre ir cada que podía a ese gigantesco castillo.
- ¡Vamos, Anny! ¿Ya te cansaste de mí? – Pregunto haciendo un puchero de niño regañado. – Prometo no romper nada esta vez. – Dijo poniéndose una mano en el pecho.
- No Henry. Mañana podremos jugar. – Cuando estaba por salir sintió una jalada de cabello algo brusca, se giró mirando a el causante y este parecía sorprendido.
- Dicen que si te tocan desaparecerás. – Dijo el niño algo divertido- ¿Puedes atravesar paredes? – Pregunto, se veía una pisca de maldad en sus ojos, pero a la vez de que en verdad no sabía que decía.
La niña lo miro con algo de desagrado, pero solo suspiro y siguió caminando. No es como si comentarios por su apariencia le sorprendieran, más bien, le causaban cierta curiosidad. Sabía desde que conoció a Henry que era una chica más…. Llamativa. Pelo blanco como la nieve, ojos grises como la plata y piel pálida. (Según la descripción de Henry) Era como un ángel, pero sin poderes.
Cuando ya se encontraban afuera visualizo a su madre, quien con un abrazo la recibió y caminaron a su hogar, la niña caminaba junto a su madre, y por un momento pensó en querer caminar junto al hombre que solía ver, pero desecho rápidamente esa idea.
Llegaron a casa, la mujer le sirvió su comida a la niña y se sentaron a comer juntas, mientras platicaban.
- ¿Cómo fue tu día? ¿Te comiste lo que empaque? – Pregunto la mujer mirando con mucha atención a su hija, buscando pistas de algún gesto anormal.
- Si mama, estaba rico. – Dijo tomando otra cucharada de su sopa.
- ¿Cómo te fue con Henry? – La niña se tensó un poco, recordando la escena del niño, pero no lo suficiente para ser visible, según ella.
- Bien mama, dijo que vendría en la tarde. ¿Me puedes dejar las llaves? – Pregunto con ilusión, sabía que mentía, y estaba mal, pero las ganas de ir a ese castillo la impacientaban.
- Supongo que está bien. – La mujer la miro con sospecha, sabiendo que algo se ocultaba en esos ojos, pero no podía usar sus habilidades o terminaría gastando sus energías.
- Gracias mama. – Dijo levantándose y dando un beso en la mejilla a su madre, quien se lo devolvió sonriendo.
En la hora siguiente ambas terminaron sus respectivas acciones, cuando la mujer estaba por salir, miro nuevamente a su hija con sospecha.
- Llegare a las 7, por favor no rompan nada, la última vez tuve que comprar una lámpara nueva. – Le dijo más como un regaño que como un consejo, la niña asintió sonrojada y la mujer le extendió las llaves.
- No te quiero ver afuera, Powerce. – Dijo fingiendo seriedad, pero después le guiño un ojo divertida, salió por la puerta y se fue algo preocupada por su hija.
La niña espero unos minutos enfrente de la puerta con una sonrisa maliciosa. Se dirigió a su habitación y fue por su mochila, se puso una ropa cómoda y se dispuso a ir enfrente de la puerta.
Tomo las llaves, abriendo la puerta y después cerrándola detrás de ella, con la mirada inspecciono el área asegurándose que nadie la viera. Cuando estuvo segura salió corriendo a el principio del bosque, adentrándose sin guía más de lo que le gustaría. Cuando paro de correr y recobro fuerza, quito la mariposa de su cabello y la soltó en el aire, esta como si hubiera estado paralizada y hasta ahora tuviera libertad, empezó a revolotear alrededor de la cabeza de la niña, quien la miraba con una sonrisa.
La mariposa empezó a ir por un camino, el cual ella siguió, aprendió en esos años cosas muy útiles, aunque a la vez alarmantes. Supo por Ryo que, si intentaba llegar al claro por su cuenta, sin una guía, se perdería y no podría regresar, ese era el efecto del “manto espejo”, como dijo que se llamaba Ryo.
Cuando se encontró con este lo atravesó sin pensarlo mucho, sintiendo la ya conocida sensación tibia en su cuerpo. Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró con su amigo alto, quien le sonrió con familiaridad. La niña le devolvió la sonrisa y busco con la mirada un lugar para sentarse a gusto, vio un tronco seco y decidió sentarse. El hombre se percató de su mochila y con curiosidad le pregunto:
- ¿Qué traes en esa mochila, pequeña? – Ella alzo su vista y una sonrisa traviesa se formó en sus labios, tomo la mochila y saco sus libros junto con algunas cosas.
- Son mis deberes de la escuela, pero me aburría hacerlos sola en casa, así que vine aquí para hacerlos. – El hombre la miro sorprendido, aunque luego la miro con algo de ilusión.
- ¿Quieres que te ayude? – Pregunto ilusionado, la niña lo miro sorprendida y luego asintió frenéticamente.