Vio a lo lejos una figura que cargaba una maleta en su mano y tenía otra puesta en sus hombros, se acercó a esta y se hizo a su lado, Henry volteo a verla con un rostro serio y sombrío, triste y a la vez fuerte.
- No tienes que hacer esto, estas a tiempo de volver. – Anny tenía un rostro preocupado y arrepentido, no quería arrastrarlo a su desgracia, quería que el la acompañara por su voluntad.
Henry miro su casa a la lejanía, iluminada levemente por los faroles de la calle. Una lagrima traicionera escapo de su ojo, pero este no cedió y tomo con fuerza el brazo de Anny.
- No, dije que haría lo que fuera por ayudarte, no me voy a retirar como un cobarde. – Comenzó a caminar adentrándose en el bosque, Anny sintió el alivio recorrer su cuerpo y se soltó del agarre soltando una pequeña risita.
- Gracias mi caballero, pero ahora esta princesa le indicara el camino antes de que se pierdan. – Retiro la mariposa de su cabello, la cual era blanca como la nieve y tenía toques plateados, Anny la miro triste y soplo de esta, su aliento se formó en escarcha plateada brillante y la mariposa comenzó a revolotear al frente, irradiando un brillo particular.
Los zorros salieron de su mochila, se acercaron a Henry y le dieron lamidas en las mejillas, saludando a un viejo amigo. Este sonrió amable y permitió que uno se posara en su hombro derecho, alzo su brazo y miro un reloj de mano que tenía.
- 2:30, tenemos que apurarnos. – Anny asintió decidida, Henry le tendió su mano y esta la tomo, un hilo de plata se envolvió entre estas, brillando como un diamante.
- ¿Sabes por qué pasa esto? – Pregunto Henry extrañado y maravillado a la vez.
- No, y no sé si mi espíritu guardián me lo responda. – Henry dio un suspiro y ambos comenzaron a caminar siguiendo la mariposa, aun con sus manos siendo atadas por el hilo de plata y sintiendo un cosquilleo entre sus dedos, haciendo que su agarre solo fuera más fuerte.
Después de unos minutos llegaron al claro, sin soltar su agarre Anny extendió la mano que tenía libre para coger la mariposa y volver a ponerla en su cabello.
- ¿Ves cómo los árboles parecen reflejos? – Se sorprendió al ver que Henry asintió.
- Parece como un manto de gelatina. – Dijo mirando al frente, Anny recordó que eso pensó la primera vez que vino al claro, soltó un suspiro melancólico y avanzaron.
Los zorros que habían estado caminando a su lado decidieron volver a meterse en la maleta, excepto el que se encontraba en el hombro de Henry, quien solo se aferró más a su chaqueta. Ambos atravesaron el manto, cuando estaban al otro lado vio como Henry miraba maravillado el castillo que se alzaba ante sus ojos, decidió guiarlo (aun tomados de las manos) por el castillo, hasta que llegaron al comedor y decidieron dejar todo su equipaje en el suelo, se sentaron y esperaron en silencio.
Después de unos minutos de silencio Henry decidió interrumpir.
- Arael… ¿Dónde está? – Pregunto mirándola, atento a cualquier señal de inconformidad.
- Los…Los hombres que entraron a nuestra casa la mataron. –Dijo con un nudo en la garganta, mirando con labios temblorosos a la mesa y sin ser capaz de mirar a Henry, sentía ganas de llorar, de gritar, o simplemente de acabar con todo, si ella hubiera podido ayudar…
Henry entendió que no era momento de preguntas, por lo que simplemente le acaricio el hombro en un intento de aliento.
Escucharon un carraspeo y ambos se giraron en sus sillas, viendo al espíritu quien se encontraba demasiado serio.
- Hola, Señorita Anny, joven Litelfed. – Hizo una pequeña reverencia ante la mirada incrédula de ambos chicos. – No me presente como debería, soy Obielus, un placer. – Extendió su mano, pero Anny no quiso tomarla.
- Obielus, ¿Tu servias a Ryo? – Pregunto con una mirada inquisidora.
- Técnicamente, el idiota de Ryo era la generación que tenía que cuidar, luego llegaste tú, formando parte de la nueva generación, por lo que directamente les servía a ambos. – Dijo con simpleza, incluso restándole importancia.
- Eso significa que Ryo es un Powerce ¿Verdad? – Tanto Henry como Obielus la miraron con sorpresa, uno más notoria que el otro.
- Ryo es el hombre del bosque, ¿verdad? – Anny le dirigió una mirada severa, indicándole que no era el momento pero que tenía razón, Henry se calló y simplemente miro a Obielus, quien comenzó a reír.
- Este chico se parece tanto a tu padre de joven, por favor no vayas a quedarte con él. – Dijo Obielus estallando de risa, Anny dio un suspiro cansado y se tapó con una mano su sonrojo, al parecer Henry también se sonrojo ya que escondió su rostro en el respaldo de la silla.
- Respóndeme, Obielus. – Dijo en tono firme y con mirada amenazante.
- Si Anny, Ryo es un Powerce al igual que tú. – Anny pareció algo satisfecha con eso, pero aún tenía dudas, ¿Por qué de repente su apariencia era tan parecida a la de Ryo? ¿Por qué todo indicaba que su madre y él se habían conocido? ¿Si ambos eran Powerce, que tipo de familiar eran?
- Veo que tienes muchas dudas sobre que es Ryo para ti referente a tu lazo sanguíneo. – Anny miro a Henry y este tenía los labios fruncidos, con una mirada seria y determinada como la de ella. – Toma el collar y sopla los polvos grises, lo sabrás. – Anny tomo con su mano su collar y lo abrió, tomo un poco de los polvos grises y se levantó de la silla seguida por Henry, los extendió en su mano y soplo.
Los polvos se extendieron en el aire y crearon una nube estrellada, al frente comenzaron a pasar imágenes, como si fuera una película, y ella lo entendió todo.
Se veía a su madre joven, con algunas heridas, mientras Ryo las curaba y la miraba con amor. Después la imagen cambio a una donde Ryo y Arael se besaban intensamente en un cuarto solo iluminado por luces blancas, antes de que vieran algo más la imagen cambio a una donde se veía en la mejilla de Arael una marca negra, esta lloraba en los brazos de Ryo mientras intentaba consolarla. Después la imagen cambio a otra donde se veía su madre con un vestido de novia, ella y Ryo besándose bajo un altar mientras mariposas blancas y grises revoloteaban por todos lados, se veían hermosos y felices, igual que en la fotografía. Luego se vio como ellos bailaban sobre la mesa del comedor en el que estaban, mientras volaban por los aires y ambos sonreían, pero ambos estaban soltando lagrimas amargas.