La marca del destino

CAPÍTULO 1

A lo largo de seis siglos, los reinos permanecieron fieles al pacto que selló la unión de sus tierras. Aunque desde su trono en Spacros, Baroh gobierna con puño de hierro, sofocando la disidencia con terror y sometiendo a su pueblo a una vida de servidumbre.

La historia de Baroh no siempre estuvo manchada de sangre. Nació en la nobleza, pero su infancia fue un campo de batalla silencioso. Su padre, un hombre de guerra, despreciaba la debilidad y nunca vio en su primogénito el temple de un verdadero líder. Por ello lo hostigaba incansablemente.

Desde niño, comprendió que la fuerza era lo único que importaba. No la bondad, ni la nobleza, ni la justicia. La fuerza. Mientras otros niños jugaban, él observaba. Se entrenaba en combate, estudiaba estrategias de guerra. Y cuando su padre murió supo que era el momento de tomar lo que le correspondía.

Con el tiempo, su inteligencia fría y despiadada le dio la victoria donde otros habrían caído. Pero a los ojos de muchos, seguía siendo el hijo que no debía gobernar.

Eso le molestaba pero aprendió que si la fuerza no era suficiente, el miedo lo sería. Su sombra se extiende más allá de sus fronteras, mientras el resto del mundo observa con temor, sin atreverse a desafiar su tiranía." Pero el destino comienza a girar. Una rebelión se gesta, y con ella, la profecía del Oráculo de Nielas cobra vida.

Según una vidente, el elegido destinado a derrocar a Baroh está a punto de surgir. El hechicero, inquieto por las palabras del oráculo, no tardó en actuar. En secreto, envió espías a los reinos vecinos con una sola misión: descubrir cualquier rastro del elegido que pudiera amenazar su reinado. Pasaron los días hasta que uno de ellos regresó con noticias inquietantes.

—Mi señor —dijo, inclinándose ante el trono —hemos encontrado a la elegida.

Baroh se irguió de su asiento. —Habla.

—Es una recién nacida… la hija del hechicero Draghal. Lleva la marca de la estrella. La misma que predijo la pitonisa.

Un silencio helado cayó sobre la sala. Baroh entrecerró los ojos, su mente ya urdiendo la manera de extinguir aquella amenaza antes de que pudiera alzarse contra él. Gracias al descubrimiento inesperado de una página perdida del legendario pergamino que ha caído en sus manos, ahora tiene todo para lograrlo.

Ahora en su escritorio, Baroh estudia el manuscrito con intensidad, murmurando las palabras cargadas de poder.

—Esto cambiará mi destino —susurra, mientras sus ojos brillan y riendo con malicia. —. ¿Völcran? Que se preparen para una visita especial. No solo mis tropas marcharán, también les enviaré una sorpresa... algo que hará su resistencia más... interesante.

Las órdenes de Baroh se ejecutan con rapidez. Con una sonrisa helada, el hechicero abre un portal hacia las sombras, un abismo de oscuridad en el que las leyes de la naturaleza se desvanecen. De él emergen las criaturas, monstruos nacidos del peor de los horrores, forjados por magia oscura, y no por voluntad propia, sino por el deseo de destrucción inherente a su esencia.

Las bestias, carnívoras y llenas de furia, no son simples servidores, sino fuerzas indomables, que responden a los susurros de Baroh, pero solo en parte. Él ha sido el vínculo para su llegada, pero no las controla. Escuchan sus deseos, pero son impredecibles, como el mal mismo. Sus ojos, vacíos de compasión, arden con el deseo de caos, y el simple hecho de caminar por el mundo mortal es suficiente para dejar una estela de devastación.

Cuando las criaturas avanzan hacia Völcran, su paso resuena como un eco mortal. Las barreras mágicas caen con facilidad, pero no solo allí. Mientras Baroh las envía a destruir, su mirada se oscurece, pues sabe que no hay certeza de que su creación se limite al reino enemigo. Los monstruos arrasaron todo a su paso, no solo los reinos que se oponen a su tiranía, sino también el suyo propio. Nada les detendrá; son la fuerza incontrolable que ha desatado, y Baroh, aunque líder, es incapaz de frenarlas por completo.

En la fortaleza de Draghal, un lugar protegido por los encantos del rey hechicero, el panorama es desolador.

El viento cortante traía consigo un aire húmedo y pesado, como si la propia tierra supiera que algo oscuro se acercaba. Las murallas, que antes habían sido imponentes y seguras, ahora parecían frágiles ante la marea que avanzaba. La visión desde las almenas era aterradora. Las criaturas, eran seres hambrientos de dientes afilados como cuchillas.

La tierra temblaba bajo su marcha. Mientras dentro de la sala principal de la fortaleza, los generales y estrategas de Draghal no podían dejar de mirar por las ventanas el avance imparable de las huestes de Baroh. No era sólo el número lo que aterró a todos; era la abrumadora sensación de que nada podría detenerlos.

—Nunca hemos visto nada como esto. No… No es solo una invasión, es un exterminio —murmuró un joven oficial con una voz apenas audible.

—¡Es el fin! —expresó un consejero con la mirada perdida por el terror.

—No, nos rendiremos —sentencia Draghal, con una voz cargada de determinación—. Este es nuestro hogar, y lo defenderemos con nuestra última gota de sangre.

Pronto, la batalla inicia. Los arqueros disparan desde las murallas, sus flechas buscando puntos débiles en los monstruos que escalan las rocas. Los guerreros, armados con espadas y escudos, forman líneas de defensa. Cada movimiento, cada orden, busca contener la amenaza.

Pero el enemigo es implacable. Aunque los soldados luchan con valentía, las bajas aumentan. Las bestias, alimentadas por la magia oscura, parecen interminables.

—¡Están superando nuestras defensas! —grita un guerrero herido.

—¡Resistan! ¡No podemos permitir que crucen! —ordena Draghal, conjurando hechizos que fulminan a varias criaturas.

Las líneas comienzan a ceder. En medio del caos, el rey se dirige a su fortaleza. Su esposa, la reina, lo espera con su hija en brazos.



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En el texto hay: poder, , aventuras

Editado: 18.02.2025

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