La marca del destino

CAPÍTULO 5

Conscientes del peligro madre e hija se apresuraron a recoger sus pertenencias. Una vestía una túnica negra, mientras que la otra caminaba a su lado envuelta en una de color gris. Ambas se prepararon para partir.

Antes de emprender el viaje, la soldado ingresa las coordenadas en la computadora de navegación de la aeronave abandonada.

Levantan el vuelo...

Aunque iban a una velocidad más lenta de lo que la máquina era capaz de alcanzar, se mantuvieron en un ritmo constante y sin problemas. La soldado manejaba la aeronave con destreza, mientras Taỳr se aferraba a su espalda. Volaban por encima de las nubes para evitar ser detectadas tanto por los cazadores como por los sistemas de rastreo que vigilaban la zona. Por un breve momento, ambas disfrutaron de la sensación de volar libremente.
Pronto, descendieron a ras de tierra para dirigirse hacia donde podían ocultar la aeronave. Después de esconderla, se deleitaron con los olores frescos del bosque circundante y el sonido suave del viento entre las hojas.

Caminan unos minutos más, siguiendo el sendero, hasta que llegan a un claro donde la luz del sol se filtra entre las hojas, creando un juego de sombras danzantes. Pero la paz se vio abruptamente rota al escuchar los rugidos de dos aeronaves cruzando sobre sus cabezas.

─ ¡Rápido, al suelo! ─susurró la soldado, arrastrando a Taỳr hacia unos arbustos.

Al día siguiente, cuando la luz del alba apenas comenzaba a teñir el cielo, madre e hija se dispusieron a continuar su camino. Habían pasado la noche en la intemperie, ocultas en un claro solitario, con el frío calando en sus huesos.

Justo cuando se disponían a partir, el crujir de ramas y hojas secas irrumpió en la quietud del bosque. Taỳr sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda antes de que pudiera siquiera girarse.

Un grupo de hombres emergió de entre los árboles rodeandolas como lobos. La soldado, de inmediato, interponiéndose entre ellos y su hija, sintió el peso del peligro en cada fibra de su ser. No se trataba sólo de soldados al servicio de Baroh… sino de hombres despiadados, entrenados para cazar sin piedad. Y ahora, tenían ante ellos a dos presas.

Taỳr (mirando al grupo de hombres que se acercan): —Madre… son demasiados.

La soldado (con una mirada dura, pero calmada): —No pienses en cuántos son. Piensa en lo que tienes que hacer para sobrevivir.

Taỳr (aferrándose al anillo en su cuello): —¿Y si no soy lo suficientemente fuerte?

La soldado (sin titubear): —Haz lo que te enseñé y mantente calmada. No necesitas ser la más fuerte; solo necesitas ser más lista que ellos.

Los cazadores, intercambiaron miradas y sonrisas burlonas, evaluando a sus presas. Sabían que tenían la ventaja. Avanzando hacia ellas.
Aunque el miedo era tangible, Taỳr decidió desafiar sus propios temores al observar a su madre. Se aferró al anillo que llevaba alrededor de su cuello, recordando la fuerza y la valentía que representaba.

El destino de ambas estaba en juego, y aunque eran superadas en número, ninguna se rendiría sin luchar. Se volvió a mirar y vio dos acercándose. El primero de ellos acortaba la distancia rápidamente.

─ ¡Madre! ─gritó Taỳr con desesperación, buscando la mirada de la soldado.

─ ¡Tranquila mi pequeña! ─le dice la soldado, con la espada en mano, mientras evaluaba las opciones limitadas que tenían.

Taỳr asustada, empezó a dibujar los movimientos de esgrima que su madre le había enseñado. Lo peor fue cuando uno se plantó frente a ella.

Supo que todo era inútil cuando sintió el primer corte en su muslo izquierdo. Luego, cada movimiento del hombre se volvía más sádico, su espada trazaba cortes dolorosos en la piel de Taỳr.
Los gritos de la joven resonaban en el bosque, una mezcla de angustia y dolor.

Sus pensamientos se nublaron en medio de la crueldad, tratando desesperadamente de recordar las técnicas de defensa enseñadas por su madre, pero cada intento de resistir se veía eclipsado por el dolor infligido por su agresor en todo su cuerpo.

La pobre chica luchaba, pero el agresor se regodeaba, riéndose de sus intentos de defenderse. Un corte fortuito en la mejilla de su atacante, provocó risas despiadadas de parte de sus compañeros, convirtiendo la escena en un espectáculo degradante y peligroso.

La risa del bárbaro resonaba mientras su espada cortaba el aire, dando un corte profundo al costado derecho de Taỳr. La chica da un grito de dolor, además de luchar por mantenerse en pie tras el brutal golpe.

Mientras tanto, la soldado enfrentaba a cinco desalmados que cerraban su camino, burlándose de cada intento por llegar hasta su hija. La lucha era un torbellino de violencia, y Taỳr, a pesar de las cortaduras que sangraban por el sádico juego de su verdugo, no se permitía desfallecer, defendiéndose con la última reserva de fuerzas.

La soldado, entonces observa la llegada de dos extraños. Uno de ellos, un joven de cabellos castaños y ojos claros, destaca. Aunque su expresión amenazadora eclipsa su atractiva apariencia. La atención luego se desvía hacia el segundo hombre, de barba canosa, imponente y distinguido, emanando experiencia.

─ ¿Quiénes son estos forasteros? ─susurra uno de los acosadores al resto de sus compañeros.

Los dos forasteros reaccionaron al instante, avanzando con decisión para interponerse entre las mujeres y los atacantes. No necesitaban palabras; la amenaza era evidente. La soldado, con años de combate a sus espaldas, no dudó en sumarse a la defensa, su mano firme en la empuñadura de su arma.

Pero Taýr era diferente. Su respiración era errática, su pulso martilleaba con fuerza en sus sienes. Las múltiples heridas en sus brazos y las rasgaduras en su ropa hablaban de su agotamiento. Apenas podía mantenerse en pie, pero aun así, sus manos temblorosas se cerraron en puños, dispuesta a hacer lo que fuera necesario.

Uno de los forasteros la miró de reojo y chasqueó la lengua con visible fastidio. Su ropa estaba hecha jirones, tenía rasguños en los brazos y una postura que, a sus ojos, gritaba vulnerabilidad.



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En el texto hay: poder, , aventuras

Editado: 18.02.2025

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