A la mañana siguiente, reanudaron la marcha. Jared, en un intento de ignorar la presencia de Taỳr, lideraba el grupo con pasos decididos, mientras ella seguía justo detrás, insistiendo en hacer ruido con cada rama que pisaba. Erguth, al final de la fila, observaba todo como si fuera un espectáculo de teatro.
El terreno se volvía cada vez más complicado. Rocas grandes y ramas bajas hacían del sendero un desafío constante. En un momento, Taỳr tropezó y estuvo a punto de caer, pero Jared la atrapó por instinto. Sin embargo, en lugar de agradecer, ella se zafó de su agarre con rapidez.
— No necesitaba tu ayuda —dijo, alisándose la ropa con dignidad.
— Oh, claro. Lo noté cuando estabas a medio segundo de besar el suelo —respondió él con sarcasmo.
Erguth, conteniendo la risa, comentó desde atrás: — Si siguen así, podríamos ganar dinero como comediantes en el próximo pueblo.
Jared lanzó una mirada a Erguth, mientras Taỳr murmuraba algo sobre "hombres y sus egos desmesurados".
Por la noche, cuando montaron el campamento, Taỳr decide hacer un intento por preparar la cena. Moura, siempre precavida, decide ofrecerle una ayuda indirecta, mientras observa cómo ella mezcla ingredientes sin mucha idea de lo que hace. El resultado es algo completamente incomible, digno de leyendas.
Jared, por supuesto, no pudo resistirse.
— ¿Qué es esto? ¿Carbonizado a las brasas con un toque de ceniza? —preguntó, sosteniendo el cuenco con una mueca.
— Si no te gusta, no lo comas —replicó Taỳr, desafiante.
— No te preocupes, no planeo morir envenenado antes de llegar a Thanet —bromeó Jared, al tiempo que dejaba el cuenco en el suelo.
— ¡Tonto! —espetó ella, arrojándole una cuchara de madera que él esquivó por poco.
— ¡Ey, cálmense! —intervino Erguth, riendo mientras recogía la cuchara del suelo—. Jared, deberías aprender a apreciar el esfuerzo de una joven dama. Aunque, debo admitir, esto es... peculiar.
Jared y Taỳr intercambiaron una última mirada desafiante antes de sentarse en extremos opuestos del fuego. Erguth, todavía sonriendo, sirvió un poco del estofado para sí mismo, aunque discretamente lo escupió detrás de una roca cuando nadie miraba.
El viaje continuó, y la relación entre ellos seguía siendo un tira y afloja constante. Mientras tanto, Erguth disfrutaba del espectáculo, y Moura se limitaba a rezar porque llegaran a Thanet sin matarse entre ellos.
Una noche, mientras el grupo descansaba alrededor de la fogata, la conversación pasó a temas más personales, o al menos eso pensaron todos, hasta que Taỳr rompió el hielo.
— No sé por qué todo el mundo habla tanto del amor. Como si fuera algo tan complicado. ¿Qué tal simplemente vivir sin complicarse? —dijo Taỳr, mordiendo un pedazo de pan como si fuera la cosa más trivial del mundo.
Erguth, sentado a su lado, la miró con una media sonrisa y alzó una ceja.
— ¿Y qué haces con esos ojos brillantes cada vez que alguien menciona a Jared? —bromeó con total descaro.
Jared, que justo estaba bebiendo, se atragantó tan fuerte que casi escupe todo. Tosió, carraspeó y se giró disimuladamente, fingiendo gran interés en una rama chamuscada.
Taỳr se quedó paralizada un segundo antes de soltar una carcajada nerviosa.
— ¿De qué estás hablando? —preguntó con toda la indiferencia que pudo reunir, pero su tono la traicionó por completo.
—Oh, no me mientas —dijo Erguth con una mirada burlona—. Si cada vez que Jared habla, tú pareces una estatua de piedra tratando de no mirarlo. —O peor, cuando sí lo miras y pones esa cara de “oh, no, mis sentimientos, ¿qué hago con ellos?” —imitó con dramatismo exagerado, llevándose una mano al pecho.
— ¡Yo no hago eso! —protestó Taỳr, sintiendo cómo el calor de la fogata era nada comparado con el ardor en sus mejillas.
— Sí, lo haces —dijeron Erguth y Moura.
Jared, que aún intentaba recuperarse, agitó una mano.
— ¿Pueden dejar de hablar de mí como si no estuviera aquí?
Moura, que observaba la escena con los brazos cruzados, sonrió con dulzura y habló lo suficientemente bajo para que solo Taỳr la escuchara.
— ¿Y qué tal si alguna vez te atreves a admitirlo? Después de todo, el amor es mucho más sencillo que tratar de ocultarlo.
Taỳr apretó los labios, con la dignidad pendiendo de un hilo. Luego se hundió en su capa y deseó con todas sus fuerzas que la tierra la tragara… o al menos que Erguth se quedara sin voz por un rato.
Cada vez que estaban cerca, era como encender un polvorín: una guerra estallaba entre ellos. La tensión era palpable.
Taỳr, como siempre, busca una forma de desafiar a Jared, un reto no tanto físico como mental. Mientras en el campamento, ella, sin pensarlo mucho, agarra una daga que encontró cerca y comienza a hacer movimientos imponentes, como si fuera una experta luchadora, lo que provoca una sonrisa irónica de Jared.
— Dime, oh gran experto. ¿Qué harías si alguien viniera a atacarnos con una daga? —preguntó con fingida inocencia.
— Primero, no la lanzaría al aire como una papa caliente—. Y segundo, si alguien viniera con una daga… simplemente la desarmaría así.
Y con un movimiento rápido, le tomó la muñeca y la obligó a girar, haciéndola quedar atrapada con un simple bloqueo de su brazo Taýr parpadeó e intentó soltarse, pero él sólo reforzó el agarre con facilidad.
— ¿Y ahora qué, muñeca? —susurró Jared cerca de su oído, disfrutando demasiado de la situación.
La única respuesta de Taýr fue pisarle el pie con todas sus fuerzas.
Jared soltó un gruñido y la dejó ir de inmediato, dando un paso atrás con una mueca de dolor.
— ¡¿Pero qué demonios?!
Taýr sonrió mientras se sacudía la ropa. —Siempre hay una manera de ganar.
La miró entrecerrando los ojos, pero antes de que pudiera replicar, Erguth pasó junto a ellos, palmeando el hombro de Jared con una sonrisa divertida.
— Chico, parece que estás perdiendo. —Erguth soltó una carcajada mientras Moura observa con una sonrisita de complicidad. Taýr sintió un calor recorrerle el rostro al notar que estaba su madre mirando lo que sucedía.
Editado: 18.02.2025