Caminaron, enfrentándose casi siempre a bestias o cazadores. Al tercer día se encontraron con casas de madera derruidas en una aldea abandonada. Decidieron explorar, revisando si quedaba algo útil para el viaje. Pero Taýr, con su naturaleza impulsiva, se desvió del grupo sin avisar.
Taýr: (Para sí misma) Solo voy a echar un vistazo rápido... No es como si fuera a perderme.
Mientras caminaba entre las ruinas, sintió un hormigueo en la punta de los dedos. Su magia, impredecible, vibraba en su interior. La sensación se intensificó hasta que un destello azul la envolvió. Un parpadeo después...
Taýr: (Mira a su alrededor, confusa) ¿Qué rayos fue eso?
Y luego lo notó. Su túnica, su capa, su pantalón... todo había desaparecido. Solo quedaba su ropa interior.
Taýr: (Horrorizada) ¡Por todos los dioses! ¡No puede ser!
Intentó cubrirse con los brazos mientras su mente trabajaba frenéticamente. No había tocado nada peligroso... ¿o sí? Maldición, su magia debía haber reaccionado de alguna manera.
Y entonces, escuchó voces acercándose.
— ¡Taýr! —era Jared, sonaba preocupado—. ¿Dónde te metiste?
Taýr: (Susurrando para sí misma) No, no, no... ¡Justo Jared no!
Miró desesperada a su alrededor y vio unos matorrales. Sin pensarlo, se encogió entre ellos.
Jared: (Apareciendo) ¿Taýr?
Silencio. Jared frunció el ceño. Erguth llegó a su lado.
Erguth: ¿Segura que la sentiste por aquí?
Jared: Sí, pero… (entrecierra los ojos, notando el arbusto moverse sutilmente)
Ambos se acercaron. Jared golpeó suavemente las ramas con el dorso de la mano.
— ¿Qué haces escondida, estas nuevamente con ese juego?
Taýr: (Fingiendo calma) Estoy… inspeccionando.
Erguth: ¿Un arbusto?
Taýr: ¡Sí! Hay que ser minuciosos, ¿verdad?
Jared cruzó los brazos, divertido.
— Sal de ahí o…
— ¡No te acerques!.
— ¿Por qué no?
Taýr: (Murmurando) Porque... perdí mi ropa.
Un silencio sepulcral. Jared parpadeó. Luego, una lenta sonrisa se extendió en su rostro.
— ¿Cómo que perdiste tu ropa?
Erguth: (Suspirando) Dioses, esto es nuevo...
Taýr: ¡No te rías! ¡Fue un accidente mágico!
Jared: (Tratando de contener la risa) De todas las cosas que podían pasar con tu magia, ¿desnudarte en medio de una aldea abandonada era una opción?
Taýr: ¡No lo hice a propósito!
Jared soltó una carcajada.
— Bueno, parece que tendremos que encontrar una solución. A menos que prefieras caminar así hasta el campamento.
Taýr: Te odio.
Jared: No lo dudo.
Con un suspiro, Jared se quitó su capa y la dejó caer sobre el arbusto.
— Toma. Ponte esto antes de que alguien más te vea.
Taýr la atrapó con rapidez y se envolvió en ella. Cuando finalmente salió detrás del arbusto, Jared la miró con una ceja arqueada.
— Debo admitir que este es, con diferencia, el mejor desastre en el que te has metido.
Taýr: (Gruñendo) Que esto quede entre nosotros.
Jared: (Dando media vuelta) No prometo nada y le dedicó una mirada pícara antes de añadir:
— Aunque... Si alguna vez decides que la magia vuelva a fallar así, avísame. Me aseguraré de estar cerca.
Taýr: (Empujándolo con fuerza) ¡Largo!
Las carcajadas del chico resonaron en la aldea mientras Taýr se alejaba.
A medida que el sol comenzaba a descender, Jared y el grupo avanzaban por el bosque, alertas a cualquier peligro. De repente, una sombra se movió entre los árboles. Jared detuvo su paso, su mano ya sobre la empuñadura de su espada.
De entre los arbustos emergió un grupo de hombres y mujeres armados. Uno de ellos, con la capa desgastada por el viaje, levantó una mano en señal de paz.
— Mi nombre es Stroud. Hace años luché junto a la guardia de Phyloz, hasta que vi lo que Baroh hacía. Renuncié y me uní a la resistencia. Buscamos lo mismo: el fin de ese tirano.
Jared intercambió una mirada con Erguth. Podía ser cierto.
Antes de que Stroud volviera a hablar, un viento cálido sacudió el aire. Un suave resplandor envolvió a Taỳr por un segundo, como un eco de magia. No era visible para todos, pero Stroud lo notó.
—Por todos los dioses…
Se arrodilló de inmediato.
— ¡Eres la hija del rey Draghal!... ¡La elegida!
El resto del grupo intercambió miradas atónitas. Taỳr sintió su rostro arder de incomodidad.
— ¡No por favor! —dijo rápidamente.
Stroud sonrió, pero su respeto no disminuyó.
— Si eres quien creemos, entonces el destino nos ha llevado a encontrarnos. Déjanos llevarte a nuestro campamento.
Jared cruzó los brazos, sin dejar de analizar la situación.
— Y si esto fuera una trampa…
Stroud lo miró con seriedad. —No lo es. Y si quieres pruebas, cuando lleguemos, podrás hablar con algunos, tal vez tienes conocidos allá.
La noche cayó cuando llegaron al campamento rebelde, un conjunto de cabañas ocultas entre los árboles. Las hogueras iluminaban los rostros de los guerreros, que miraban con asombro a los recién llegados.
El destino acababa de dar un nuevo giro.
En el silencio de la noche, Stroud se reunió con algunos consejeros y les dio instrucciones precisas: "Envíen mensajeros con notas urgentes a cada campamento, indicando que la princesa, hija de Draghal, está aquí y necesitamos su presencia. Díganles también que vengan de inmediato. Quiero que más personas se queden dentro del campamento y cuiden a la princesa."
El campamento ardía con una energía inusual. No era el frenesí de la batalla ni la desesperación de la derrota, sino algo distinto: la expectación de un movimiento mayor. Durante días, emisarios y exploradores habían recorrido los caminos ocultos, llevando mensajes a los otros grupos rebeldes. Los líderes de distintas regiones habían acordado reunirse en la frontera de Spacros, donde la geografía les daría ventaja y desde donde podrían lanzar un golpe estratégico.
Editado: 18.02.2025