Antes de que Taỳr pudiera responder, El bullicio en el campamento rebelde apenas había disminuido cuando un grupo de figuras ataviadas con capas oscuras apareció entre las sombras.
Stroud los vio primero y su expresión se endureció.
—No lo puedo creer… —murmuró.
Antes de que nadie reaccionara, uno de los recién llegados avanzó con determinación y se dirigió directamente a Taỳr. Era un hombre alto, de mirada penetrante y porte orgulloso.
— Hechicera. —Su voz era profunda y solemne—. Sabemos quién eres. Y sabemos por qué estás aquí.
Taỳr frunció el ceño, dando un paso atrás instintivamente. Jared, a su lado, se tensó.
— Somos los últimos guardianes del poder antiguo. —El hombre extendió una mano, mostrando un símbolo que brilló tenuemente —. Hemos esperado mucho tiempo. Y ahora, estamos aquí para pelear a tu lado.
Taỳr intercambió una mirada con Erguth, que parecía sopesar la situación.
—¿Quiénes son? —preguntó finalmente.
— Sobrevivientes. —El hombre hizo un gesto y otros hechiceros avanzaron—. Escondidos durante años, dispersos y perseguidos, pero jamás derrotados. Venimos a ofrecer nuestras fuerzas.
Taỳr los miró con el corazón latiendo con fuerza. La idea de no estar sola en esto era… abrumadora.
Pero entonces, una nueva voz se alzó entre el grupo:
— ¿Y qué hay de tu poder?
Otro hechicero, más joven, llamado Zephir la observaba con una mezcla de curiosidad y escepticismo. Otros murmullos siguieron la pregunta.
— ¿Eres realmente la elegida?
— ¿Puedes demostrarlo?
— Se dice que posees los dones del linaje antiguo.
Taỳr sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. No sabía qué responder. Apenas estaba comenzando a entender lo que significaba ser la elegida, ¿cómo iba a convencerlos de algo que ella misma no comprendía?
— Basta. —La voz de Erguth se alzó con firmeza—. Taỳr apenas empieza a comprender su destino. No vamos a ponerla a prueba como si fuera un espectáculo de feria.
Los murmullos se acallaron, aunque algunos rostros seguían reflejando dudas.
Jared, que se había mantenido en silencio hasta entonces, cruzó los brazos con una sonrisa burlona.
— Si quieren pruebas, esperen a la batalla. Apostaría mi espada a que ella va a hacer volar a más de uno.
El grupo de hechiceros intercambió miradas, algunos sonriendo con diversión ante el comentario. Taỳr, por su parte, le lanzó a Jared una mirada fulminante.
— No necesito que apuestes por mí, gracias.
— Oh, lo sé. Pero lo haré de todas formas. —Jared le guiñó un ojo.
Pese a la tensión, algunos de los hechiceros dejaron escapar una risa. Quizás no habían encontrado todas las respuestas que buscaban, pero algo era seguro: la elegida tenía carácter.
Y eso, en tiempos de guerra, valía más que cualquier profecía.
Días después, los campamentos finalmente se reunieron bajo el manto de una noche iluminada por antorchas. Las tensiones eran tan palpables que cada movimiento o murmullo parecía un desafío. Algunos asistentes no ocultan su descontento.
— ¿Por qué tanto alboroto por una elegida? —intervino Gorgan, un hechicero alto y de gesto desdeñoso, cruzando los brazos—. Los oráculos dicen muchas cosas, pero eso no los hace infalibles.
La atmósfera se tensó como una cuerda al borde del rompimiento. Jared, que estaba junto a Taỳr, lo miró con los nudillos blancos por la presión de sus puños.
— ¿Entonces por qué Baroh la quiere muerta? —preguntó Jared con una voz grave, cargada de furia contenida.
Gorgan se encogió de hombros, esbozando una sonrisa burlona.
— Baroh no deja cabos sueltos, eso es todo.
Antes de que Jared pudiera responder, Erguth dio un paso adelante, colocando una mano firme sobre el hombro de su amigo.
— Eso basta. No estamos aquí para dividirnos.
— ¿Dividirnos? —replicó Gorgan, soltando una carcajada seca—. ¿Y si nuestra confianza ciega en esta "elegida" nos lleva a la ruina?
El murmullo de los demás hechiceros comenzó a crecer, reflejando una mezcla de dudas y miedo. La situación amenazaba con descontrolarse, pero entonces Stroud alzó la voz, con una autoridad que resonó por encima del caos.
— ¡Silencio! —exclamó, su voz profunda y contundente. Sus ojos recorrieron a los presentes, desafiándolos a interrumpir—. He visto el poder de Taỳr con mis propios ojos. Si alguno de ustedes cree que enfrentar a Baroh sin ella es una opción, que hable ahora.
El silencio que siguió no fue de aprobación inmediata, sino de reflexión. Algunos afirmaban con expresión solemne; otros, como Gorgan, mantenían un aire de escepticismo.
Finalmente, Stroud concluyó:
— Partiremos al norte en dos semanas. Los que estén con nosotros, prepárense.
Gorgan murmuró algo inaudible antes de salir del lugar, y Jared lo siguió con la mirada, la tensión aún latente en sus ojos.
Dos semanas después iniciaron la marcha. Cerca de quinientos hombres y mujeres los acompañaban al principio, un número modesto para una guerra, pero suficiente para sembrar esperanza. Había soldados desertores, cazadores endurecidos por la vida en los bosques, mercenarios que habían perdido todo y campesinos que, a pesar de no haber empuñado una espada antes, preferían morir luchando que vivir bajo el yugo de Baroh.
Taýr caminaba con Moura a su lado y Jared no muy lejos. A pesar de la determinación que intentaba mostrar, en su interior sentía el peso de tantas vidas puestas en su causa.
El grupo avanzaba por un terreno accidentado hacia el norte. Mientras bordeaban las montañas, Taỳr sentía el peso de las miradas de los hechiceros sobre ella, algunas expectantes, otras llenas de duda.
Un día, mientras cruzaban un valle llano, una sensación extraña recorrió a Taỳr. Un zumbido agudo invadió sus oídos, y el aire vibró como si algo invisible los rodeara.
— ¿Lo sienten? —murmuró ella, deteniéndose.
De repente, un rugido ensordecedor desgarró el silencio. Del horizonte emergió una criatura descomunal, una amalgama aterradora de escamas, alas y una cola que azotaba el aire con furia.
Editado: 17.03.2025