El trayecto no fue fácil. Los caminos estaban vigilados, y debían evitar los puestos de avanzada de Baroh. El frío de las noches en el páramo era implacable, y la comida escaseaba. Los desacuerdos dentro del grupo comenzaron a surgir: algunos querían avanzar más rápido, otros temían que se dirigieran a una trampa.
Una noche, un grupo se levantó en protesta.
—¿Por qué deberíamos seguir? —preguntó un veterano con el rostro curtido por la guerra. —La magia no nos protegerá cuando las bestias de Baroh nos devoren.
El silencio cayó sobre el campamento. Taýr sintió la mirada de todos sobre ella, esperando su respuesta.
—No espero que me sigan por fe ciega —dijo con voz firme— No soy solo "la elegida" y no me limito a la magia. Luchamos con acero, estrategia y con cada grano de voluntad que nos queda.
Un murmullo se extendió entre los presentes. Jared y Erguth intercambiaron una mirada aprobatoria, y aunque algunos no parecieron del todo convencidos, al menos se sentaron sin más protestas.
Al día siguiente, en el bosque, sortearon obstáculos entre arbustos y troncos caídos, descubriendo osamentas y armas dispersas. Un crujido los alertó, encontrándose con esqueletos oscilando en árboles, suspendidos por gruesas cuerdas de lo que parecía ser una trampa mortal olvidada. El aire estaba pesado, y una sensación de inquietud recorría a cada uno de ellos. La atmósfera era densa, como si la misma tierra estuviera vigilando sus pasos.
—No me gusta esto —murmuró Stroud, observando los restos. A su lado, Taỳr no podía evitar el nudo en el estómago. Algo no estaba bien, y su intuición le decía que no debían seguir adelante.
El crujido se repitió, esta vez más fuerte, como un susurro siniestro. Stroud levantó la mano, señalando a su grupo que se detuviera. La tensión creció mientras el sonido se hacía más cercano, como si el bosque mismo estuviera a punto de devorarlos.
—¿Qué es eso? —preguntó un rebelde con rostro juvenil, mirando alrededor con los ojos abiertos, buscando una señal en el entorno.
Taýr, sentía que su poder seguía latente, pero temía que no fuera suficiente si lo que se acercaba era peor que todo lo que habían enfrentado.
Jared, con su espada en mano, se acercó a ella y susurró, como si supiera lo que pasaba por su mente.
—No te preocupes, lo enfrentaremos juntos. Pero mantén la calma.
Ella asintió, aunque el miedo seguía anidando en su pecho. El silencio que siguió fue aún más inquietante. De repente, un rugido que heló la sangre resonó en el aire, y la oscuridad de los árboles pareció tragarse la luz.
La criatura apareció de la nada, una sombra gigantesca que emergió entre los troncos caídos, sus ojos brillando con una intensidad sobrenatural. Era una figura que parecía sacada de una pesadilla: un cuerpo alargado cubierto de escamas negras, con garras, y alas que desplegaba con un sonido estremecedor.
—¡Ataquen! —gritó Stroud, desenvainando su espada mientras retrocedía un paso, anticipando la feroz batalla que se avecinaba.
Pero antes de que pudieran reaccionar. Los árboles crujieron y se agitaron violentamente, mientras otras criaturas comenzaron a emerger de la oscuridad, rodeándolos. Estas nuevas entidades, con cuerpos tan deformes como macabros, tenían tentáculos largos y ojos que brillaban con una luz amarillenta.
Jared avanzó rápidamente, tomando la delantera en el ataque. Sabía que la pelea sería feroz, pero la adrenalina lo mantenía alerta. Con un rápido movimiento, se enfrentó a una de las criaturas, cortando su tentáculo con un golpe certero. La bestia chilló, retrocediendo, pero no se detuvo. La furia que emanaba de ella parecía casi imparable.
—¡Cuidado, detrás de ti! —gritó Taỳr, con los ojos muy abiertos.
Jared giró justo a tiempo para esquivar un ataque letal. Mientras tanto el resto protegían a los más vulnerables, luchando con todo lo que tenían. La batalla era más dura de lo que esperaban, y a cada instante parecía que las criaturas se multiplicaban.
Cuando la criatura más grande, fijó su mirada hacia ella. Su poder fue liberado por el miedo y la necesidad de proteger a sus amigos, estallando en una explosión cegadora.
La criatura se detuvo en seco, sus colmillos apenas a centímetros de ella, y se desintegró en una lluvia de fragmentos y polvo.
—¿Qué… qué fue eso? —preguntaron algunos con asombro.
Ella estaba exhausta, el sudor empapando su frente, y sus piernas temblaban. No sabía cómo había hecho aquello, pero estaba segura de que no volvería a ser la misma. Cada vez más, el poder dentro de ella parecía tener vida propia.
Jared se acercó rápidamente, cargándola antes de que cayera al suelo.
—¿Estás bien?
Taỳr asintió, aunque la fatiga la estaba venciendo. Sin embargo, antes de que pudiera relajarse, un rugido atronador cortó el aire, y otra figura emergió de las sombras. Esta vez era aún más grande y más feroz, con ojos que brillaban con un odio palpable.
La batalla aún no había terminado.
Erguth, con su escudo al frente, luchaba sin descanso. Pero la cantidad de criaturas parecía no tener fin. Cada uno de ellos daba lo mejor de sí, pero el agotamiento empezaba a hacer mella. La angustia en sus rostros era palpable.
Taýr apenas podía mantenerse en pie. La fatiga la azotaba con cada aliento, cada movimiento, pero sabía que no podía detenerse. No cuando detrás de ellos, entre las filas de los rebeldes, había ancianos, niños y personas que jamás habían sostenido un arma. No eran guerreros, pero habían huido de la masacre y encontrado refugio entre los rebeldes. Dependían de ellos. Dependían de ella.
Apretó los puños, tratando de sofocar el temblor que recorría su cuerpo. Sabía que debía protegerlos, que su poder era su única defensa. Pero ¿y si fallaba?
El miedo se deslizó en su pecho. Por un instante, no fue la guerrera que todos veían, sino una joven que aún no entendía la magnitud de lo que llevaba dentro. ¿Podría contenerlo? ¿Podría salvarlos sin destruirse a sí misma en el proceso?
Editado: 17.03.2025