En contra de un buen juicio, decidieron continuar. La noche se extendía como un manto interminable, y la luz de la luna bañaba los terrenos despejados, ofreciendo apenas la claridad suficiente para seguir avanzando. Cada paso resonaba en el silencio, acompañado por el crujir de hojas y ramas secas.
El temor los asaltaba a cada instante, obligándolos a mirar hacia atrás con inquietud. A pesar del cansancio que entumece sus cuerpos, el miedo era un compañero implacable que mantenía sus mentes despiertas.
Cuatro días de agotador viaje los llevaron a la cima de una montaña, desde donde se abría un vasto valle. Se agruparon para levantar un campamento improvisado, sus movimientos mecánicos y silenciosos mientras evaluaban el terreno. Cuando finalmente dirigieron su mirada hacia abajo, lo que vieron les quitó el aliento.
En el valle, el ejército de Baroh se desplegaba como una masa oscura y monstruosa que devoraba la tierra misma. Cientos de estandartes ondeaban al viento, cada uno marcado con símbolos antiguos que parecían pulsar con una energía maligna.
Las antorchas iluminaban el campamento enemigo, proyectando sombras danzantes que parecían cobrar vida.
Las criaturas que servían a Baroh eran una mezcla grotesca de carne y metal, sus cuerpos distorsionados como si hubieran sido moldeados en un delirio de crueldad.
Algunos tenían extremidades adicionales que terminaban en cuchillas, mientras que otros reptaban, dejando surcos en el suelo con sus cuerpos deformes. Desde la distancia, se podía escuchar el constante tamborileo de las garras chocando contra el suelo y el sonido de gruñidos, como si el mismísimo infierno los hubiera convocado.
El aire parecía pesado, cargado con un olor acre a hierro y azufre. La visión del campamento no solo provocaba miedo, sino un tipo de terror primitivo que helaba la sangre y debilitaba las piernas.
─No es un ejército... es una pesadilla hecha realidad ─murmuró Bhuzz, sin apartar los ojos de la escena.
Stroud apretó los puños, su rostro rígido mientras evaluaba la magnitud de la amenaza. ─ Si queremos tener una oportunidad, debemos usar este terreno a nuestro favor.
Pero primero, necesitamos un plan concreto ─dijo, con voz firme, ocultando la duda que empezaba a germinar en su interior.
Los líderes del campamento se reunieron rápidamente, dejando atrás cualquier pretensión de calma. Jared, Moura, Erguth y Taỳr se unieron a la discusión, aportando sus perspectivas. Sin embargo, la tensión era palpable; las palabras a menudo se cruzaban, reflejando la ansiedad que todos sentían.
─Si nos atrapan en el valle, estaremos perdidos. Debemos atacarlos desde las alturas ─sugirió Moura, señalando las rocas cercanas.
─ ¿Y cómo nos aseguramos de que sus bestias voladoras no nos superen? ─preguntó un guerrero veterano. ─ Las vi de cerca en la última emboscada. Son rápidas y mortales.
─Si logramos atraerlas hacia las gargantas, podrían quedar atrapadas. Pero necesitamos un señuelo ─intervino Jared.
La conversación se tornaba cada vez más frenética, mientras intentaban delinear un plan que les ofreciera alguna esperanza de supervivencia. Taỳr, sintiendo el peso de la responsabilidad, se apartó un poco, buscando un momento de claridad. Jared la siguió, preocupado por la expresión sombría en su rostro.
─ ¿Estás bien? ─preguntó, acercándose con cautela.
─ No... no estoy segura. ─Taỳr suspiró profundamente, evitando su mirada. ─ Todo esto... todas estas vidas dependen de nosotros, y no puedo evitar sentir que... no es suficiente.
Jared colocó una mano en su hombro. ─ Lo entiendo. La guerra nunca es justa, pero no estamos solos en esto. Estamos contigo, pase lo que pase.
Ella alzó la mirada, encontrando un destello de confianza en los ojos de Jared. Su rostro se suavizó un poco, pero la preocupación seguía latente. ─ Gracias... ─murmuró─. Solo espero que podamos protegerlos. A todos ellos.
Mientras tanto, los exploradores regresaban con informes inquietantes.
─ El ejército de Baroh no solo es enorme, sino que parece estar en constante movimiento. Las criaturas son... diferentes. Más numerosas y organizadas de lo que esperábamos ─relató uno de ellos, con voz temblorosa.
─ ¿Y cuántos son? ─preguntó Stroud.
─ Imposible contarlos todos. Miles. Quizás decenas de miles. ─El explorador hizo una pausa, mirando a los demás.─ Nunca había visto algo así.
La noticia se propagó rápidamente por el campamento, y el miedo se instaló como una sombra sobre cada rostro. Las familias se apretaron unas contra otras, buscando consuelo en medio de la incertidumbre. Algunos guerreros se cuestionaban en silencio si debían continuar, sus pensamientos divididos entre el deber y el instinto de preservación.
─ ¿Y si simplemente... nos marchamos? ─susurró una joven guerrera a su compañero. ─ Esto no es cobardía, es supervivencia.
─ ¿Marcharnos? ¿A dónde? ─respondió él. ─ No hay lugar seguro si Baroh gana. Esto es más grande que nosotros.
En una esquina del campamento, una madre abrazaba a su hijo, murmurándole palabras de consuelo mientras intentaba ocultar su propio miedo. Cerca de ellos, un anciano guerrero limpiaba su espada con manos temblorosas, murmurando una oración a los dioses olvidados.
La noche avanzaba, y con ella, el inevitable amanecer que traería la batalla. En el horizonte, las antorchas del campamento enemigo brillaban como un océano de fuego, susurros de muerte y destrucción.
A lo lejos, los tambores comenzaron a sonar, un ritmo constante que hacía eco en los corazones de todos los que aguardaban en la cima de la montaña. Era un anuncio de que el enfrentamiento estaba cada vez más cerca.
Stroud se levantó, mirando a su alrededor. ─ Es hora de terminar con los preparativos. Mañana enfrentaremos algo que no podemos comprender del todo. Pero mientras tengamos aliento, lucharemos. Por nosotros, por ellos... y por un futuro que aún vale la pena salvar.
Editado: 17.03.2025