La marca del destino

CAPÍTULO 18

El campamento estaba en un silencio sepulcral esa noche. Los guerreros apenas hablaban, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Algunos afilaban sus armas en un acto mecánico, otros repasaban sus estrategias, pero la mayoría simplemente miraba al horizonte, incapaces de borrar la imagen de aquel ejército de sus mentes.

─ No importa cuánto tiempo pase, nunca estaré lista para algo así ─admitió una joven guerrera, su voz apenas un susurro mientras hablaba con uno de sus compañeros.

─ Nadie lo está ─respondió el hombre, con la mirada fija en el suelo.─ Pero tenemos que seguir. Por ellos.

Los sonidos de los niños y las familias que acompañaban al grupo resonaban de fondo. Un llanto aislado, risas nerviosas, intentos desesperados por aferrarse a cualquier fragmento de normalidad. Taỳr observó a una madre acunando a su hijo cerca de una fogata. Era un recordatorio doloroso de lo que estaba en juego.

─ ¿Crees que alguna vez terminaremos con esto? ─preguntó Moura a Jared mientras ambos vigilaban desde un saliente de roca.

Jared suspiró, cruzándose de brazos.─ No lo sé. Pero si nos rendimos ahora, entonces sí estará todo perdido.

La mañana siguiente llegó con un aire sombrío. El nuevo camino serpenteaba entre gargantas estrechas y senderos peligrosos, alejándose del valle y del ejército que los había aterrorizado. La marcha era ardua, el cansancio se acumulaba, y el miedo seguía presente, como un peso invisible sobre sus hombros.

Alguien se acercó a Stroud, rompió el silencio.─ ¿Y si nunca somos lo suficientemente fuertes? ¿Si siempre estamos huyendo?

Stroud le dirigió una mirada seria.─ No estamos huyendo. Estamos escogiendo vivir. Luchar con inteligencia. Pero llegará el momento. Tarde o temprano, tendremos que enfrentarlos. Y cuando ese día llegue, debemos estar listos.

Esa noche, mientras el grupo se detenía para descansar, Taỳr observó el cielo estrellado. Las luces titilantes parecían tan lejanas, tan inalcanzables como la libertad que buscaban. Pero, en algún rincón de su corazón, una pequeña chispa de esperanza seguía viva.

Porque aunque la libertad se sintiera cada vez más lejana, mientras ellos siguieran luchando, aún existía la posibilidad de alcanzarla.

Stroud encabezaba la columna, guiando al grupo por un sendero apenas visible entre la maleza. La batalla reciente, aunque breve, seguía grabada en sus cuerpos y mentes. Los murmullos apagados entre los soldados y los sonidos de la vida salvaje circundante se mezclaban, creando una atmósfera pesada.

Sin embargo, el grupo seguía avanzando, guiados por la esperanza de encontrar un camino que los alejara de su inevitable enfrentamiento con el ejército de Baroh.

Al llegar a un claro, establecieron el campamento. Las risas nerviosas de los recién llegados llenaban el aire, pero Taýr no podía ignorar la sensación de inquietud que le atenazaba el pecho. La luz de las estrellas se filtraba entre las ramas, creando sombras danzantes que avivaban su imaginación. No podía dormir, y el susurro del río cercano la llamaba como un refugio temporal de su agitada mente.

Sin avisar a nadie, se encaminó hacia el agua, buscando un momento de tranquilidad. La brisa fría acariciaba su rostro mientras los primeros rayos del alba teñía el horizonte. Se detuvo en un recodo, desnudándose con cuidado antes de sumergirse en el agua cristalina. Por un breve instante, sintió paz.

Sin embargo, esa calma se rompió abruptamente. Apenas había comenzado a vestirse cuando percibió movimiento detrás de ella. Antes de que pudiera reaccionar, unas manos firmes la sujetaron, silenciando su grito de alarma. Trató de luchar, pero los hombres que la rodeaban sabían lo que hacían. En cuestión de segundos, sus manos fueron atadas con una cinta que anula cualquier intento de usar su magia.

— ¡No podrás escapar, hechicera! —gruñó uno de sus captores mientras la empujaban hacia un aeromotor oculto entre los árboles.

Desde el campamento, el centinela más cercano escuchó un ruido inusual y corrió hacia el río, espada en mano. Pero al llegar, solo encontró huellas y un silencio inquietante. Golpeó el suelo con frustración antes de regresar corriendo al campamento para dar la alarma.

Cuando el centinela irrumpió, jadeando y cubierto de sudor, todos se giraron hacia él. Su voz temblaba mientras relataba lo ocurrido.

— ¡Se la llevaron! ¡Taýr fue secuestrada! —gritó, y el campamento se sumió en un silencio sepulcral.

Jared se levantó de golpe, su rostro una mezcla de incredulidad.

— ¿Cómo pudo pasar esto? —demandó, su tono duro mientras sus ojos buscaban respuestas en el centinela.

Moura, pálida, dejó caer el cuchillo con el que pelaba una manzana. — ¡Por los dioses! ¿Qué hacemos ahora?

Stroud, intentó mantener la calma. —Organizaremos equipos de búsqueda. No podemos permitirnos perder más tiempo.

Jared apretó los puños. —Esto nunca debió ocurrir. Ella no debió salir sola. ¡Sabía el riesgo que corría!

— ¡Ya basta, Jared! —replicó Erguth, poniéndose entre él y el centinela—. No podemos perder tiempo culpándonos. Si vamos tras ella, debemos actuar ahora.

Divididos en grupos comenzaron a rastrear las huellas. Jared, Moura y Erguth lideraban uno de los equipos, moviéndose rápidamente a través del bosque, siguiendo el rastro que los secuestradores habían intentado borrar.

—La encontraremos —murmuró Jared, más para sí mismo que para los demás. Pero su mente estaba en un torbellino. ¿Por qué ella siempre parecía atraer el peligro?

Taỳr, mientras era arrastrada hacia el aeromotor, sentía que el mundo se desvanecía a su alrededor. Cada músculo de su cuerpo intentaba rebelarse, pero estaba atada. Su mente gritaba por encontrar una salida, por no rendirse, pero una creciente sensación de impotencia se apoderaba de ella. No podía evitar la punzada de terror al pensar en lo que le aguardaba.



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En el texto hay: poder, , aventuras

Editado: 17.03.2025

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