La persecución había sido intensa. Tras horas de rastreo, el grupo en el que se encontraban Jared, Moura y Erguth finalmente obtuvo una pista concreta. Mientras avanzaban por un terreno elevado, entre el espesor del follaje, lograron vislumbrar una aeronave descendiendo lentamente entre los árboles, ocultándose entre la densa maleza.
—Ahí —susurró Erguth, señalando con el mentón.
Desde su posición, alcanzaron a ver cómo figuras sombrías se movían rápidamente alrededor de la nave, descargando cajas y asegurando el perímetro. No había duda: aquel debía ser el escondite de los secuestradores.
Jared apretó los dientes, sus dedos tensándose sobre el mango de su espada. El solo pensar en Taýr atrapada en ese lugar, en manos de desconocidos con intenciones inciertas, le hervía la sangre. Moura, por su parte, observó con mirada analítica, evaluando el número de enemigos y los puntos vulnerables del campamento.
—No podemos lanzarnos sin más —murmuró ella—. Hay que asegurarnos de que está ahí y planear cómo sacarla sin que nos maten en el intento.
Erguth asintió, pero su semblante estaba sombrío.
—Si lograron derribar a Taýr, significa que tienen recursos peligrosos. No sabemos con qué nos enfrentamos.
Jared inhaló profundamente, obligándose a mantener la cabeza fría. Su instinto lo empujaba a irrumpir en ese campamento sin pensarlo, pero sabía que no podían arriesgarse a fracasar.
—Nos acercaremos con sigilo —resolvió—. Necesitamos información antes de hacer cualquier movimiento.
Comenzaron a descender por la colina, deslizándose entre las sombras, con cada paso acercándose más al campamento donde Taýr podría estar prisionera.
Los aeromotores se detuvieron en una hondonada. Todos bajaron con calma, pero una chica con sus manos inmovilizadas fue empujada sin consideración, golpeándose pesadamente al suelo.
—¡Cuidado con ella! —exclamó uno, aparentemente más atento.
Mientras arman el campamento, otros vigilaban el entorno.
—¿Dónde crees que te encuentras ahora, hechicera? —preguntó uno de los secuestradores con cinismo.
El hombre cogió un trozo de cuerda y dio con ella dos vueltas rápidas al cuello de la chica. Luego, la arrastró hacia un árbol al borde del claro y ató la cuerda al tronco. Taỳr tenía espacio para moverse, pero no demasiado.
—Vas a tener una estancia inolvidable aquí —amenazó otro de los secuestradores.
El hombre la obligó a darse la vuelta de malos modos, le agarró las manos y se las inmovilizó a la espalda, cruzando una muñeca por encima de la otra. Ella anticipó lo que venía a continuación, y su instinto le hizo resistirse, pero el resultado fue un doloroso golpe en la cabeza.
Hizo una mueca de dolor y murmuró una protesta cuando el hombre apretó los nudos hasta hacerle daño. Fue un error. Otro golpe en la cabeza le enseñó a permanecer en silencio.
Su destino, según parecía, estaba en manos de un individuo cuyos motivos desconocía. Sintió una pequeña oleada de alivio por el hecho de no saber lo que podía aguardar.
Las cuerdas le estaban cortando la circulación y tenía los músculos de los hombros totalmente agarrotados.
—¡Silencio! —gritó el centinela, molesto por las quejas, mientras le aflojaba las cuerdas para atarle las manos delante del cuerpo y aliviar los músculos de sus hombros.
Habían capturado a Taỳr y ahora debatían si llevarla ante Baroh, viva o muerta. La partida de cazadores tenía órdenes estrictas de no tomar prisioneros, y no tenían planes para retenerlos o vigilarlos.
El líder del grupo había decidido que la solución más simple era matar a la chica. Mientras siguiera con vida, existía la posibilidad de que escapara. Si eso ocurría, sabían que lo pagarían con sus propias vidas.
No sentía ninguna empatía por la chica; era la hechicera, la elegida, y su cabeza tenía un alto precio. Así que sus sentimientos hacia ella eran neutros.
Taỳr pasó la vista de la espada en la mano del hombre a la expresión indiferente de su cara. No había malicia, ni ira, ningún asomo de odio en ella. Solo la mirada decidida de alguien que, sin el menor escrúpulo o duda, estaba a punto de acabar con su vida.
Taỳr abrió la boca para gritar, pero el horror del momento congeló el sonido en su garganta y se quedó quieta mientras la muerte se acercaba a ella. Parecía una forma tan absurda de morir…
El grupo en el que se encontraban Jared, Moura y Erguth observó el campamento de los secuestradores.
Distinguieron por lo menos a treinta. Jared, frunció el ceño y se preguntó cómo narices iba a sacar a Taỳr de allí. Entonces se dio cuenta de que aún no la había visto. Paseó la vista por el campamento, preguntándose si estaría dentro de una de las tiendas. Y entonces la vio que la mantenían inmovilizada en un árbol.
La realidad se imponía; dadas las circunstancias, no existía una acción práctica inmediata. La única opción era dirigirse al campamento de los extraños y liberar a Taỳr.
Un centinela escudriñaba el bosque, atento a cualquier señal de movimiento inusual. Jared, con un arco colgado del hombro derecho, observó a otro hombre que llevaba un arco similar al suyo. Reconoció el distintivo arco de los guerreros de Spacros, planteándose si estos hombres pertenecían a ese grupo.
Por un momento se quedó inmóvil. A pesar de la actitud casual del guerrero al desenvainar la espada y acercarse a la chica, había una frialdad en la escena que contradecía cualquier apariencia inofensiva. La indiferencia del hombre generó una creciente sensación de horror en Moura. El guerrero alzó la espada sobre la chica, y aunque la boca de Taỳr se abrió, ningún sonido escapó de ella. Jared se dio cuenta de que la vida de ella no significaba absolutamente nada para aquellos hombres.
Jared, decidido y con determinación: Carga una flecha en su arco mientras el guerrero se prepara para blandir la espada. Es hora de intervenir. Sale de su escondite, tensa completamente el arco y evalúa rápidamente la situación.
Editado: 17.03.2025