La marca del destino

CAPÍTULO 21

Baroh caminaba con pasos largos y pesados, como un depredador enjaulado que aún no había decidido a quién devorar primero.

Un recuerdo antiguo le golpeó la mente. Apretó los puños. La rabia latía en su interior como un veneno. No era el tipo de ira que estallaba sin control, sino una furia calculada, afilada como una hoja al rojo vivo.

Baroh no era un cobarde. Desde aquel día cuando le mostraron su destino supo que su verdadero enemigo no eran los reinos que aún no conquistaba, ni los soldados que se le oponían.

Fue entonces que buscó hasta encontrar los pergaminos que hablaban de un poder ancestral. Uno que había sido sellado por los antiguos, por aquellos demasiado cobardes para usarlo.

Y cuando lo tuvo en sus manos, cuando las letras prohibidas se iluminaron bajo su tacto, comprendió el precio que debía pagar.

Las sombras respondieron. Criaturas que no pertenecían a este mundo emergieron, hambrientas, ansiosas por obedecer a un nuevo amo. Y ahora si debía hacer arder el mundo entero para destruirla, lo haría.

Baroh se detuvo ante el gran ventanal. Más allá de los muros de la ciudad, su imperio se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Y, sin embargo, lo que veía no era un reino glorioso. Era una visión incompleta. Ruinas de aldeas que él mismo había reducido a cenizas, pueblos diezmados por su ejército, campos estériles donde antes hubo cosechas.

Los débiles habían caído. Los rebeldes seguían huyendo. La sangre había regado la tierra. Pero aún no era suficiente.

—Todo esto... —murmuró, con un tono cargado de justificación—. Todo esto es necesario.

Todos los reinos eran frágiles. Durante demasiado tiempo se había dejado llevar por ideales vacíos de libertad, de autodeterminación. Pero se engañaban creyendo que podían gobernarse a sí mismos, cuando la única verdad era que el poder debía ser dirigido con puño de hierro.

Solo él veía la realidad. Solo él tenía la voluntad de hacer lo que debía hacerse.

Los susurros en su mente volvían, insistentes. Antiguas promesas que resonaban en su interior, recordando que él era el único capaz de moldear el destino. Pero ahora, aquellas voces se mezclaban con una sombra persistente.

Baroh cerró los ojos e invocó el vínculo con sus criaturas. El antiguo pergamino que había encontrado hablaba de una conexión capaz de extender su voluntad más allá de los límites. Sus labios se movieron en un murmullo inaudible, y en su mente sintió la respuesta.

Primero, el latido de una bestia en la distancia. Su visión se fundió con la de la criatura, que era guiado por instintos primitivos. Baroh apretó los dientes, imponiendo su mente sobre la del monstruo. Luego, más. Con cada nueva conexión, su conciencia se expandía, tejiendo una red invisible de ojos y garras en la oscuridad.

Y entonces, la vio.

Allí estaba ella, rodeada por su gente, con la misma determinación que había frustrado sus planes una y otra vez.

Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.

—Ahí estás...

Pero la conexión se tambaleó. Su energía se drena, como si la distancia y la cantidad de mentes fueran demasiado para sostenerlas todas a la vez. Con un chasquido mental, rompió el vínculo. El golpe de la desconexión lo hizo tambalearse, y tuvo que apoyarse en una columna para no caer.

Su pecho se alzó y descendió en respiraciones entrecortadas. Sentía fatiga recorriendo sus venas, pero su mente no se detenía. La hechicera estaba ahí fuera. Y él estaba más cerca que nunca de atraparla.

Una voz resonó en su memoria.

"El caos es el camino al orden. Y quien controle ambos, controlará el mundo."

Baroh cerró los ojos y exhaló lentamente.

La hechicera aún no comprendía lo que había desafiado.

Pero pronto lo haría.

Una risa baja brotó de sus labios, llenando el salón vacío con su eco inquietante.

—Prepárate, hechicera. Pronto sabrás lo que significa desafiar a Baroh.



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En el texto hay: poder, , aventuras

Editado: 17.03.2025

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