Los rebeldes avanzaban en silencio, con el eco de sus pasos resonando entre las paredes rocosas. El sendero serpenteaba entre las montañas, angosto y traicionero. El aire era más frío aquí, como si el tiempo mismo se hubiese congelado en esta parte del mundo.
Finalmente, al doblar una curva, emergieron de las sombras del cañón hacia un valle oculto. La visión los dejó boquiabiertos. Ante ellos, se extendía una llanura cubierta de hierba dorada que parecía brillar bajo una luz que no provenía del sol. En el centro, rodeada de árboles que parecían susurrar entre sí, se alzaba una casa solitaria. Era alta y extraña, construida de madera oscura con inscripciones que parecían cambiar si uno las miraba demasiado tiempo. La casa, a pesar de su aparente antigüedad, parecía viva, como si respirara junto con el viento que cruzaba el valle.
El grupo intercambió miradas de desconcierto. Moura fue la primera en acercarse al patio que rodeaba la casa, pero apenas dio un paso más allá de la línea de árboles, una barrera invisible la detuvo con fuerza. Fue lanzada hacia atrás con un destello brillante.
—¡Qué demonios fue eso! —exclamó Bhuzz, mientras Moura se levantaba, sacudiendo el polvo de su ropa.
—Es un tipo de magia… —murmuró Erguth, acercándose con cautela, los ojos brillando con curiosidad. Extendió la mano hacia la barrera y sintió un pulso energético que le erizó la piel. Era magia antigua, más poderosa de lo que había sentido antes.
Antes de que pudieran reaccionar, la puerta de la casa se abrió con un chirrido prolongado. De las sombras del umbral emergió una figura. Caminaba con paso lento y deliberado, envuelta en una túnica que parecía reflejar las estrellas. La figura se detuvo al borde del patio y los observó con ojos que brillaban como el fuego contenido.
—Bienvenidos, viajeros. He esperado este momento. -Su voz era profunda y resonante, como si viniera de un lugar más allá del tiempo.
—¿Quién eres? —preguntó Erguth
—Soy Kaelion, el Cronista Arcano. —Hizo una pausa, y sus ojos recorrieron a cada uno de ellos, como si pudiera leer sus pensamientos. —Guardián de los pergaminos y tejedor de los destinos.
Un silencio sepulcral cayó sobre el grupo.
—¿El Cronista Arcano? —murmuró Stroud, incrédulo. —Creí que solo eras una leyenda.
Kaelion sonrió apenas, un gesto que contenía tanto melancolía como certeza.
—Baroh también lo cree. Pero la verdad es más compleja que los mitos. —Se giró, indicando que lo siguieran. La barrera se desvaneció ante ellos, como si nunca hubiera existido.
En el interior de la casa era un lugar que desafiaba la lógica. Estanterías llenas de pergaminos flotaban en el aire, girando lentamente alrededor de una mesa central de mármol negro. La luz provenía de esferas flotantes que emitían un resplandor cálido, y en las paredes, los símbolos que habían visto en el exterior continuaban danzando, cambiando y reconfigurándose.
Kaelion se sentó en un sillón tallado, y con un gesto de su mano, invitó al grupo a sentarse alrededor de la mesa.
—Baroh me ha buscado durante mucho tiempo, ansioso por destruir mi poder. Pero lo que él no comprende es que el tiempo no puede ser conquistado. —Kaelion colocó un pergamino sobre la mesa, sus dedos trazando los bordes con una reverencia casi religiosa.
—¿Nos puedes ayudar a detenerlo? —preguntó Moura, con la voz cargada de esperanza.
—Yo no soy quién los detendrá. Ustedes lo harán. —Kaelion levantó la mirada, y en sus ojos, los viajeros vieron un destello infinito. -Mi don es darles las herramientas que necesitan para moldear su destino.
Abrió el pergamino, y en su superficie, comenzaron a formarse imágenes, como si una historia estuviera escribiéndose en ese preciso momento.
—Esta es la clave para derrotar a Baroh. Pero deben saber que el precio será alto. La magia de los pergaminos no funciona sin sacrificios. —Los miró a todos, su expresión grave. —¿Están dispuestos a pagar ese precio?
El grupo intercambió miradas cargadas de tensión. La pregunta quedó suspendida en el aire, junto con el ineludible peso de sus destinos.
Kaelion no es solo un cronista, sino el último guardián de una civilización olvidada que se adelantó a su época, utilizando la escritura como un medio para manipular el tejido mismo del destino. Su colección de pergaminos no es vasta, pero cada uno de ellos encierra un poder singular y peligroso, pues no solo predicen eventos, sino que también pueden alterarlos. Los pergaminos están escritos en un idioma que ya no existe, compuesto de glifos vivos que se mueven y reconfiguran según el lector y su propósito.
Cada pergamino tiene un propósito único y un coste. Algunos son herramientas para la victoria, pero otros, si no se usan con sabiduría, podrían ser tan destructivos como las fuerzas que buscan derrotar.
Kaelion, por su parte, no es invulnerable. Cada vez que usa los pergaminos, se acerca más al límite de su existencia, pues su longevidad está atada a ellos. Su motivación para ayudar a Tháyr y al grupo no surge de una simple bondad, sino de un profundo deseo de proteger el equilibrio del mundo. La destrucción que Baroh pretende causaría un caos que ni siquiera los pergaminos podrían deshacer.
Además, Kaelion maneja el tiempo no como un viajero, sino como un tejedor. Puede deslizarse entre los hilos del pasado y el futuro, pero nunca cambiar su propia historia. Esto lo convierte en una figura trágica, alguien que puede ver todas las posibles derrotas, pero que lucha con todas sus fuerzas para garantizar un único y escurridizo triunfo.
El aire era denso en la sala circular de la casa de Kaelion. Las paredes estaban cubiertas de estanterías talladas en piedra, repletas de pergaminos y artefactos que parecían respirar magia.
Taýr no podía apartar los ojos de uno de ellos: un pergamino abierto que mostraba glifos flotantes, organizándose en patrones incomprensibles. Parecía un lenguaje vivo, danzando entre el papel amarillento.
Editado: 17.03.2025