La marca del destino

CAPÍTULO 25

Decidieron cruzar las montañas para evitar las criaturas y los cazadores que patrullaban los caminos más transitados. Sin embargo, sabían que el precio sería alto. Los escarpados senderos de la cordillera no eran indulgentes, y cada paso podría ser el último.

El grupo ascendía por un sendero angosto y traicionero. El viento cortaba la piel, y el precipicio a su izquierda se abría como un abismo infinito que parecía invitar a una caída mortal. Gorgan lideraba, con movimientos seguros, aunque su rostro tenso delataba lo peligroso del trayecto.

Frente a ellos, una pared de roca gris se alzaba imponente, agrietada y desnuda, como si la misma montaña quisiera desafiarlos.

—Allí —indicó Gorgan, señalando una irregularidad en la ladera.

Stroud entrecerró los ojos, intentando distinguir algo en las grietas y hendiduras del muro.

—¿Ese es un camino? —preguntó con incredulidad.

—Es nuestra única opción. —Gorgan miró al grupo, su voz grave—. Es peligroso, lo advertí. Si alguien no tiene el temple, es mejor que no lo intente.

No había alternativa. Al llegar al final del sendero, descubrieron lo que parecía una escalera tallada directamente en la roca de la montaña. Los peldaños eran angostos, gastados por el tiempo y resbalosos debido a la humedad.

—¿Esto es una broma? —murmuró Bhuzz, con el rostro descompuesto.

Pero no era una broma. Y tampoco había vuelta atrás. La mirada de todos estaba fija en esa escalera vertical que parecía perderse en las nubes.

Con un suspiro de resignación, Gorgan fue el primero en avanzar. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos, como si intentara ignorar el vacío que se extendía a ambos lados. Uno a uno, los demás comenzaron a seguirlo, algunos rezando en voz baja, otros con el rostro desencajado por el miedo.

El silencio solo era roto por el crujir de las botas contra la roca y el eco de las respiraciones aceleradas. Taýr sentía que cada latido de su corazón era un estruendo dentro de su pecho. Subía lentamente, clavando las yemas de los dedos en las grietas de la piedra, concentrada en no mirar hacia abajo. Pero era inevitable: el vacío parecía atraer su mirada como un imán.

Un grito desgarrador rompió la tensa calma. Taýr giró la cabeza justo a tiempo para ver cómo alguien perdía el equilibrio más arriba. La figura se precipitó al abismo, sus manos arañando el aire en un intento desesperado de aferrarse a algo. El cuerpo rebotó contra la pared rocosa y desapareció entre la maleza varios metros más abajo.

El grupo quedó paralizado. El silencio tras el impacto fue insoportable, como si la montaña misma los desafiara a continuar.

Taýr respiró profundamente, intentando calmar el temblor en sus manos. Su pie resbaló de repente, y por un instante sintió el vértigo de la caída. Un grito ahogado escapó de su garganta mientras se aferraba con todas sus fuerzas a la roca.

—¡Concéntrate! —gritó Moura desde más abajo, su voz llena de desesperación.

Taýr asintió, aunque no estaba segura de si su madre podía verla. Continuó ascendiendo, cada movimiento era un acto de pura voluntad.

A mitad de la escalera, un rugido ensordecedor reverberó en las montañas. Jared levantó la vista y vio cómo una avalancha de rocas pequeñas y polvo se precipitaba hacia ellos.

—¡PÉGUENSE A LA PARED! —gritó con todas sus fuerzas.

El caos se desató. Piedras de diversos tamaños rebotaban contra la escalera, haciendo tambalear a más de uno. Jared sintió una punzada de terror cuando una roca golpeó a una mujer a su lado. La fuerza del impacto la lanzó al vacío, su grito se apagó rápidamente mientras su cuerpo desaparecía entre las sombras del precipicio.

Una roca golpeó el hombro de un joven, desestabilizándolo. Por un instante, perdió el agarre y sintió el vacío tirando de él. Pero entonces, una mano fuerte lo sujetó. Stroud.

—¡No te sueltes, muchacho! —gritó, arrastrándolo hacia un saliente.

El sudor mezclado con la lluvia recorría los rostros de todos. Cada uno de ellos estaba al borde de su resistencia física y mental. La muerte no era una posibilidad; era una presencia constante, acechante, que parecía susurrarles al oído con cada movimiento.

Cuando por fin el primer grupo llegó a la cima, se derrumbaron en el suelo, jadeando. Algunos lloraban en silencio, otros simplemente miraban al vacío, como si intentaran comprender lo que acababan de vivir. El resto del grupo tendría que esperar al amanecer para intentar la escalada.

Esa noche, bajo las estrellas, nadie durmió realmente. Los que habían sobrevivido sabían que no era un triunfo. Había demasiadas ausencias, demasiados nombres que no se pronunciarían al día siguiente.

Taýr se sentó junto a Jared, con las piernas abrazadas contra el pecho.

—¿Crees que valga la pena? —preguntó en voz baja.

Jared no respondió de inmediato. Su mirada estaba perdida en las luces lejanas de Spacros.

—No lo sé —admitió al fin—. Pero no podemos darnos el lujo de dudar. Porque si lo hacemos, ya habremos perdido.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, frágiles, como si pudieran romperse en cualquier momento. Taýr cerró los ojos, intentando encontrar fuerzas en ese abismo de incertidumbre.

Después de la odisea de escalar los traicioneros peldaños, el grupo quedó marcado por la experiencia. Las pérdidas sufridas—compañeros, amigos, incluso familia—habían dejado cicatrices invisibles pero profundas. Por más preparados que pensaran estar para enfrentar la muerte, nada podría haberlos preparado para lo que ocurrió. Cada caída resonaba en sus mentes, cada grito quedaba impregnado en sus recuerdos. Y ahora, mientras continuaban avanzando, era como si el mundo se hubiese vuelto más oscuro, más pesado.

El silencio era abrumador. Taýr seguía a los demás con pasos lentos y mirada perdida, sus pensamientos revoloteando en un caos silencioso mientras el grupo se adentraba en el bosque. Las ramas crujían bajo sus pies, y el susurro del viento en las copas de los árboles parecía un recordatorio constante de lo frágil que era la vida.



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En el texto hay: poder, , aventuras

Editado: 17.03.2025

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