Taỳr sentía cómo la tensión se filtraba en el aire, más densa con cada paso. El eco de la voz de Baroh seguía retumbando en su mente desde su último enfrentamiento, un recordatorio constante de que no había escapatoria. "Cruza la frontera y serás mía" había dicho aquella voz. Pero ella no tenía opción. Nadie la tenía. Sabían que la lucha estaba cerca, que el precio sería altísimo, y que tal vez no tendrían la fuerza para pagar.
Al tercer día, el cruce comenzó. Cuando la primera línea del ejército rebelde cruzó. Un rugido ensordecedor recorrió los cielos, y de entre las colinas emergió el ejército de Baroh. No eran solo soldados, sino mostruosidades imposibles, bestias deformes que parecian haber nacido del odio mismo. Cada paso que daban hacia temblar la tierra, y el sonido de sus gritos de guerra helaba la sangre.
Taỳr se situó junto a los hechiceros, su cuerpo temblando no solo por la sombra que sentía acercarse. No era solo el ejército. Era Baroh. Estaba allí, oculto entre su ejército como una presencia opresiva que lo abarcaba todo.
El primer choque fue brutal. Las lineas se encontraron en un estruendo de acero, carne y gritos. Las criaturas se lanzaban con una furia inhumana, desgarrando y golpeando sin piedad. Los hechiceros lanzaban hechizos en todas las direcciones, tratando de contener la marea, pero por cada monstruo que caía, dos más ocupaban su lugar.
En medio de la batalla, Taỳr y Moura luchaban espalda con espalda, sus movimientos sincronizados como si fueran uno solo. Las espadas de Moura cortaban a las criaturas con precisión mortal, mientras Taỳr desataba ráfagas de fuego y energía que iluminaban el campo como relámpagos. Pero el enemigo no retrocedía. Si acaso, parecía más determinado.
—¡Taỳr, cuidado! —gritó Moura, empujándola justo a tiempo para evitar que una garra atravesara su costado.
La batalla se volvió un torbellino. Taỳr perdió la noción del tiempo, sumida en un frenesí de ataques y defensas. Pero entonces, en un instante que pareció congelar el mundo, los vio.
Una de esas criaturas, más grande y rápida que las demás, se abalanzó sobre su madre. Moura logró esquivar el primer ataque, pero no el segundo. Las garras se hundieron en su cuello, desgarrándolo con brutalidad.
Taýr sintió el aire dejar sus pulmones cuando el sonido sordo del cuerpo desplomándose sobre la tierra empapada de sangre fue un golpe más fuerte que cualquier hechizo, que cualquier herida.
—No… —Su voz apenas fue un susurro.
Y entonces, la risa de Baroh.
Cruel. Burlona. Cargada de triunfo.
Algo dentro de ella se quebró.
En ese momento algo dentro de ella se rompió. O tal vez se liberó. Una oleada de energía surgió de su cuerpo, un poder que no sabía que tenía, que nunca había sentido antes. Lenguas de fuego y luz salieron de ella en todas direcciones, consumiendo todo a su alrededor. Las criaturas gritaban mientras eran reducidas a cenizas, pero Taỳr no veía nada. Su cuerpo flotaba a metros del suelo, rodeado por un aura cegadora. Su dolor era tan intenso que se había convertido en puro poder.
Incluso Baroh, a kilómetros de distancia, sintió la sacudida. Su conexión con el campo de batalla se tensó,como si algo estuviera desafiando su dominio.
Cuando el poder disminuyó, Taỳr cayó el suelo de rodillas. Su respiración era irregular, y sus manos temblaban al ver el círculo brillante que ahora marcaba su palma. Había destruido a miles de enemigos. El suelo mismo se agrietó bajo sus pies, y la culpa se sumó al dolor, un peso que parecía imposible de soportar.
Se arrastró hacia el cuerpo de su madre. La sostuvo entre sus brazos, sus lágrimas empapando la sangre que manchaba el rostro de Moura.
—¡Madre, no me dejes! —sollozó, su voz quebrándose con cada palabra. —¿ Qué voy a hacer sin ti, madre? Perdóname...Por favor, perdóname...
El mundo se sentía vacío, desprovisto de toda esperanza.
El grito de Taỳr fue tan desgarrador, que hizo que incluso lo más endurecidos guerreros se estremecieran. Jared y Erguth corrieron hacia ella, pero la energía que emanaba de Taýr los detuvo.
Le gritaban, pero ella no escuchaba. No podía. El dolor era un abismo que lo consumía. Cuando finalmente logró ponerse de pie, su mirada estaba vacía. No quedaba nada de la joven que había sido.
El rugido de la batalla era ensordecedor. El cielo ennegrecido por la tormenta y el fuego de los hechizos iluminaba la carnicería.
El mundo parecía plegarse a sí mismo, y Taýr ya no supo si estaba respirando o si era el aire mismo el que la desgarraba por dentro. Todo su ser ardía en un fuego que no nacía del dolor, sino de algo más profundo… algo que había estado esperando salir.
El campo de batalla explotó en un torrente de poder puro. La onda de energía derribó a soldados y bestias por igual. El tiempo mismo pareció ceder ante su ira, volviéndose más denso, más pesado. La realidad se distorsionó cuando ella levantó la mirada, sus ojos brillando con un fulgor cegador.
Pero entonces, todo cambió.
La tierra desapareció bajo sus pies, el aire se volvió denso y el eco de la guerra se disipó. De pronto, estaba en otro lugar.
Frente a ella, la silueta imponente de Baroh la esperaba. Su mirada oscura, escrutadora, recorrió su figura con una mezcla de incredulidad y fascinación.
—Interesante… —murmuró con una sonrisa venenosa—. Dicen que la ira nos hace poderosos, pero lo tuyo es algo más… algo que ni siquiera tú entiendes.
Taýr y Baroh intercambian miradas cargadas de odio. Sin mediar palabra, desatan sus poderes, creando un choque de energías que sacude el entorno.
Ella sintió la dualidad de su existencia. Su cuerpo seguía en el campo de batalla, luchando, destruyendo, pero su conciencia se encontraba aquí, frente a su enemigo. Se sentía dividida… pero completa al mismo tiempo.
—Tu madre murió porque se interpuso en lo inevitable. Como tú lo harás. —Baroh inclinó la cabeza con fingida compasión—. Pero aún puedes salvarte…
Editado: 17.03.2025