La ciudad devastada donde habían acampado era un reflejo de lo que Baroh había dejado a su paso: ruinas humeantes, calles desiertas y un silencio espeso que solo era interrumpido por el crujir del fuego en la fogata que habían encendido al caer la noche.
Uno a uno, los rebeldes se habían ido reuniendo alrededor del fuego, compartiendo las pocas provisiones que les quedaban, más por costumbre que por hambre. Había algo en el aire, una sensación de que el tiempo se les escapaba, de que quizás esta sería la última vez que podrían sentarse juntos de esta forma.
Taỳr permanecía en silencio, con la vista clavada en las llamas, su mente atrapada en un torbellino de dolor y recuerdos. Apenas escuchaba a los demás, pero de vez en cuando sus palabras se filtraban en su conciencia.
El grupo empieza a planificar los próximos pasos. Es en este momento cuando Taýr comparte detalles de su enfrentamiento con Baroh, mencionando las insinuaciones sobre Jared.
Jared se pone de pie y, con voz firme revela su verdadera identidad como hijo de Baroh. Explica su decisión de unirse a los rebeldes y su rechazo a las acciones de su padre.
La revelación provoca un murmullo entre el grupo. Algunos expresan su desconfianza abiertamente, mientras otros abogan por juzgar a Jared por sus acciones y no por su linaje.
Taýr camina hacia Jared. Sabía que había una lucha interna en él, la tensión en su mandíbula lo delataba, como si aún esperara ser rechazado. Pero ella no iba a permitirlo.
—Jared… —su voz fue firme, pero con un matiz de suavidad—. Sé lo que sientes. Sé lo que es cargar con una verdad que puede cambiarlo todo y temer cómo reaccionarán los demás.
Taýr soltó un leve suspiro
—Recuerda, que yo también lo hice —. Cuando mi madre y yo decidimos no contarles a Erguth y a ti que yo era la elegida, no fue por desconfianza, sino porque temíamos lo que eso significaría para ustedes.
No quería que me vieran diferente… no quería que me trataran como alguien más en una profecía en lugar de quien realmente soy.
Jared la miró.
—Pero lo que eres no cambia lo que siento por ti —confesó él, casi en un susurro—. Ni lo que hemos vivido juntos.
Taýr asintió con una leve sonrisa.
—Lo mismo va para ti, cariño. No eres tu padre. No importa de dónde vengas… yo sé quién eres en verdad. Y te amo.
El silencio que siguió fue distinto al anterior. Ya no era una carga de incertidumbre, sino un bálsamo sobre una herida abierta.
Jared se le acercó, dándole un fuerte abrazo, y le susurró al oído suavemente —Gracias, mi princesa, yo también te amo.
Ella le sostuvo la mirada con firmeza, transmitiendo algo más que palabras: una promesa silenciosa de amor eterno y que pasara lo que pasara, ella estaría a su lado.
Erguth se sentó. Su voz era tranquila, casi melancólica.
—Mi hogar era en Thanet. Desde joven fui maestro. Enseñaba a canalizar la energía, el poder... —Se pasó una mano por la barba, como si acariciara los restos de una vida que ya no existía—. Creí que podía hacer una diferencia desde allí, ayudar a los míos... pero Baroh tenía otros planes.
Algunos asintieron en comprensión, pues todos compartían la misma historia de pérdida y traición.
Bhuzz bufó, removiendo la leña con el extremo de su cuchillo.
—Toda mi vida fui mercader en Völcran —dijo con voz ronca—. Vendía telas, especias... hasta que esas malditas bestias llegaron. Perdí todo. Familia, negocio... no me quedó nada. —Apretó la mandíbula, incapaz de decir más.
Silencio y tristeza en todos los rostros.
Stroud, que había estado escuchando con los brazos cruzados, exhaló un largo suspiro.
—Yo serví en la guardia de Phyloz. Creía en la justicia, en proteger a los inocentes. Pero cada orden que recibía era más cruel que la anterior... hasta que ya no pude más. Renuncié y me uní a la resistencia.
Gorgan, que hasta ahora se había mantenido al margen, se rió entre dientes.
—Vaya grupo de desgraciados. —Se recargó contra una piedra, lanzando una ramita al fuego—. Yo no tenía nada que perder cuando me uní a los rebeldes. Fui un niño abandonado en las calles de Spacros, crecí con un grupo de ladrones. Aprendí a escabullirme, a sobrevivir. Escapé de la cárcel casi al mismo tiempo que Jared...
Mencionarlo hizo que las miradas se dirigieran hacia él. Jared, quien había estado en silencio, levantó la vista.
—¿Algo más que quieras contar, Jared? —preguntó Stroud con una ceja en alto.
El joven sostuvo la mirada de cada uno de ellos, como si estuviera sopesando qué decir. Luego, con un leve encogimiento de hombros, murmuró:
—Fui entrenado para la guerra desde niño. La espada, el arco… era lo único que conocía.
Hizo una pausa, como si las palabras se atascasen en su garganta. Los recuerdos eran un peso que siempre había cargado en silencio, pero ahora, frente a ellos, ya no tenía sentido seguir ocultándolo.
—Mi padre nunca me vio como un hijo. Para él, yo era solo un arma, algo que podía usarse y, cuando fuera necesario, desecharse. No existía el afecto, sólo el deber y la obediencia.
Los rebeldes guardaron silencio. Incluso Gorgan, que había sido el primero en cuestionarlo, parecía expectante.
Jared tomó aire y continuó:
—Durante años creí que no tenía opción… hasta el día en que mi padre mató a mi madre.
Un estremecimiento recorrió al grupo.
—Ella intentó detenerlo. Se opuso a sus planes de guerra y destrucción. Y él... él la hizo pagar por ello. —Jared apretó los puños con fuerza—. Intenté protegerla, pero sus soldados me sujetaron antes de que pudiera hacer algo. No fui más que un espectador mientras la vida se le escapaba frente a mis ojos.
Su voz se quebró ligeramente, pero se obligó a continuar:
—Después de eso, fui enviado a un calabozo. "Reflexiona sobre tu traición", me dijo. Pero no esperaba que saliera de allí con vida. Para él, ya no era útil.
Editado: 17.03.2025