La marca del destino

CAPÍTULO 30

Pero aun lo peor estaba por llegar cuando se estremeció la tierra y de ellas emergieron nuevas criaturas: bestias de colmillos afilados. Se movían con velocidad antinatural, atrapando y devorando a los suyos y a sus enemigos por igual. Los rebeldes titubearon al verlo, pues su fuerza era descomunal.

Jared, Erguth y Kaelion comprendieron en ese instante que estaban perdiendo terreno. La magia de Baroh era más despiadada de lo que habían anticipado.

—¡Debemos cortar su vínculo con el sello! —gritó Kaelion, sus pergaminos brillan con una luz mientras intentaba contrarrestar la magia oscura.

—¡No podemos acercarnos! ¡Es un maldito torbellino de muerte! —rugió Bhuzz, blandiendo su hacha contra una de las bestias que lo supera en tamaño.

Taỳr, en el centro del caos, sintió cómo la furia de la batalla la envolvía.
Vio morir a sus aliados, escuchó los gritos de desesperación y sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Su sangre hervía con una mezcla de miedo y determinación.

Baroh la observó desde lo alto y sonrió con desdén.

—¿Aún crees que puedes desafiarme, niña? —su voz retumbó como un eco en la tormenta.

Pero Taỳr no respondió con palabras. La batalla aún no había terminado

— ¡No se detengan! —rugió Erguth, empuñando su espada con ambas manos —. ¡Acaben con ellos!

La batalla continuó, pero Jared apenas pudo reaccionar cuando una fuerza invisible lo lanzó varios metros, haciéndolo rodar por el suelo.
El caos de la batalla retumbaba a su alrededor, pero para Taýr, todo quedó en un silencio ensordecedor cuando Baroh

Taýr sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Su corazón martilleó con furia en su pecho, su aliento quedó atrapado en su garganta.

—¡No!… —murmuró, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

Baroh sonrió con esa mueca cruel, disfrutando del desconcierto en su rostro.

—Oh, querida princesa, ¿Aún crees vencerme al lado de mi hijo? —El hechicero inclinó la cabeza con fingido pesar—. Él no es más que un error.

Jared parpadeó. Su respiración era pesada, sus puños crispados hasta que los nudillos se volvieron blancos.

—Jajaja —Baroh arqueó una ceja con desdén—. Yo te di la vida… y yo decidí que no la merecías. ¿Crees que dudé cuando ordené que te arrojaran a ese calabozo? Pensé que la miseria acabaría contigo, pero parece que tienes más suerte de lo que esperaba.

Baroh chasqueó la lengua, como si la conversación le aburriera.

—La debilidad de tu madre fue el amor. La tuya es el resentimiento. Pero aún puedes corregirte. Únete a mí, Jared. Deja de seguir las ilusiones infantiles de esta princesa hechicera y reclama tu lugar a mi lado.

Taýr sintió un nudo formarse en su garganta. Baroh no solo intentaba quebrar a Jared; estaba sembrando una semilla de duda entre ellos. Su mirada se posó en Jared, esperando, temiendo…

—¿Unirme a ti? —Sus labios se curvaron en una sonrisa sin alegría—. Prefiero morir antes de convertirme en algo como tú.

En ese instante, la conversación terminó.

El aire se tensó, la magia crepitó entre ellos como una tormenta a punto de desatarse. La batalla aún no había terminado. Y uno de los dos no saldría de allí con vida.

Taỳr, temblando de rabia, avanzó hacia Baroh. Todo lo que había perdido, todo el dolor y la sangre derramada, tenía su origen en él.

Baroh, con su magia oscura retorciéndose a su alrededor, la miró con burla. —Ven, pequeña princesa. Veamos si eres digna.

Lo que siguió fue un duelo de titanes. Taỳr desató toda su magia, un torrente de luz y sombra entrelazadas. La fortaleza se estremeció cuando el poder chocó entre ellos.
La batalla rugía a su alrededor, pero en ese instante, todo se reducía a ellos dos. La magia del hechicero oscurecía el cielo, formando remolinos de sombras que devoraban la luz, mientras la energía de Taỳr chisporroteaba a su alrededor, un aura dorada que se resistía a ser apagada.

—Siempre supe que vendrías —dijo Baroh con una sonrisa cruel—. Pero dime, ¿realmente crees que puedes vencerme?

Taỳr no respondió. Sus manos se tensaron, y una ráfaga de energía arcana brotó de sus palmas, lanzándose como un relámpago contra el hechicero. Baroh alzó su báculo y la desvió con facilidad, su risa retumbando por el campo de batalla.

—Eres poderosa, pero inexperta. Y sobre todo… demasiado sentimental.

Con un gesto, Baroh hizo que el suelo bajo sus pies se quebrara, formando grietas. Taỳr saltó hacia atrás, esquivando por poco el abismo que se abría bajo ella. Al instante, lanzó un nuevo ataque, una esfera de fuego azul que estalló contra el escudo de sombras de su enemigo.

Baroh avanzó con calma. Extendió la mano, y una garra de energía oscura atrapó a Taỳr por la cintura, elevándola en el aire.

—Mira a tu alrededor, pequeña princesa. Todo lo que amas se desmorona. ¿De verdad crees que eres su salvación?

La garra comenzó a apretar, y el dolor fue insoportable. Taỳr gritó, pero su mirada nunca se apartó de Baroh.

—Eres… un maldito… cobarde.

¿Creías que podrías derrotarme, niña? —El tono de Baroh estaba impregnado de desdén, su risa retumbando en el aire como el rugido de una bestia. “Nunca entenderás el verdadero poder. No puedes comprender lo que cuesta ser inmortal. Lo que he hecho por mantener mi dominio... lo que he sacrificado.”

Con un último esfuerzo, invocó la energía dentro de ella. Una luz brilló en su pecho y, con un grito feroz, desató una explosión de poder que rompió la garra y la liberó. Cayó al suelo, jadeando, pero su magia ardía más fuerte que nunca.

Baroh frunció el ceño.

—Así que has decidido pelear en serio.

Pero Baroh no cedía. Sus ojos brillaron con una luz enfermiza mientras comenzaba a invocar su hechizo más potente: una explosión de energía pura, capaz de consumir a todo lo que se encontraba en su camino.

“¡Este es el fin, Taỳr!” gritó, su voz desgarrando el aire como una espada afilada. “¡Vas a pagar el precio por desafiarme!”



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En el texto hay: poder, , aventuras

Editado: 17.03.2025

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