La Marca Del Dragón

Capítulo 5

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f7068504e4379616955384a4858413d3d2d313539343935393734332e313838303966636136663433633138653239393033313939333536302e706e67

KAELITH

El dolor no cesaba.

Mi sangre manchaba las hermosas hierbas del lugar. Los pájaros, ajenos a lo que había ocurrido, revoloteaban a mi alrededor, curiosos, esperando a que exhalara mi último aliento para poder alimentarse de mí. Las aves carroñeras eran así: cobardes, inservibles, siempre aguardando a que alguien cayera en manos del dios Morvael.

Pero no se lo iba a permitir. No a ellos. No a esas especies indefensas.

Debía luchar. Levantarme.

Y, aun así, lo que más me fastidiaba era tener que hacer uso de este cuerpo humano. Lo detestaba. Tanto como detestaba no tener alas para alzar el vuelo.

El impacto había sido más doloroso de lo que esperaba. Aquel humano poseía la puntería propia de un veterano, de alguien que había sobrevivido a demasiadas guerras. Ya no estaba. Acabé con él. Pero el sacrificio había sido mayor del que había previsto.

No sabía dónde me encontraba. Desconocía en qué lugar, aldea o reino había caído. Estaba desorientado, sin pistas, sin rastro alguno de mis compañeros. Probablemente me habían dado por perdido. Un dragón caído era un dragón perdido. Así de simple.

No existía ese vínculo de ayuda ni de compañerismo. Éramos seres individuales que, en casos extremos, acudíamos en manada solo para arrasar pueblos, aldeas y reinos. Saqueábamos sus tesoros, robábamos su oro, todo para demostrar cuán poderosos éramos.

Pero ahora no era nada.

Tan solo un bulto inservible, incapaz de levantarse del suelo sin que el cuerpo rugiera de dolor.

Tenía que haber algo. Quizá alguna planta en los alrededores que pudiera ayudarme con la regeneración. Debía encontrarla cuanto antes si quería marcharme.

Mi objetivo había sido el rey Eric. Su pueblo había sido asaltado con éxito y, aunque algunos habían muerto en la batalla, aquello era considerado un honor.

En mi caso, no.

Para mí, aquello era una deshonra.

—Vamos… solo un poco —dije, intentando incorporarme.

Lo logré.

Me apoyé en el áspero tronco del árbol que tenía a la espalda. Mi piel escocía, y mis siseos, demasiado elevados, hicieron que varios animales del bosque huyeran despavoridos, aterrados por la posible presencia de un depredador.

Lo peor era estar desnudo.

Sentía el frío calarse en mi cuerpo, el polvo colándose en las heridas, profanándolas. Por suerte, era un dragón; las infecciones que devastaban a los humanos no suponían una amenaza para nosotros. De lo contrario, habría muerto por eso. La costra, ya infectada, supuraba pus, y una mueca de desagrado se apoderó de mi rostro.

Mi cabello castaño estaba cubierto de polvo. Me sentía sucio. Necesitaba bañarme con urgencia, pero no tenía fuerzas suficientes para buscar un río.

Entonces oí pasos.

Agudicé el oído y mi cuerpo se tensó al instante. Una voz resonó entre los árboles. Una voz suave, tan delicada que parecía mecerme, acompañada de gruñidos y graznidos que me resultaban extrañamente molestos.

—Alder, no puedo salir de esta zona. Mi madre me ha dicho que debo quedarme por aquí. Después de lo que causé, es mejor que sea así —dijo.

Un graznido respondió, seguido de una risa.

Una risa fresca, limpia, como la brisa que rozaba mi piel en ese instante.

—Quizá hice mal… quizá no debía salir del bosque —continuó.

Un gruñido respondió de nuevo.

—Kale, sé que me lo advertiste, pero… ¿Cómo no ayudar? Son personas que necesitaban esa ayuda —suspiró.

El arbusto se movió.

Miré a todos lados. Sopesé la idea de rodar cuesta abajo; cualquier cosa era mejor que enfrentarme a aquello. ¿Desde cuándo los humanos se aventuraban así en los bosques? ¿Y por qué esa chica hablaba sola?

El asco, la rabia, la impotencia volvieron a filtrarse dentro de mí. Debía actuar rápido si quería salir de esta.

De entre el arbusto emergió una sombra negra que se colocó delante de mí. Abrí los ojos, impactado ante la presencia de una pantera que, curiosamente, no me estaba mirando a mí, sino al interior del matorral.

Después apareció un oso grande, quizá joven, a juzgar por su expresión aún fácil. El tercero fue un águila imponente, fuerte, poderosa, que se posó en una rama cercana.

—Vamos, Luna… —escuché de nuevo esa dichosa voz tan molesta.

Vi a alguien de espaldas. Su cabello era tan largo que le caía casi hasta el suelo, de un hermoso color caramelo, arrastrando hojas y restos del bosque a su paso. Su piel bronceada, cubierta de pequeñas heridas, me dejó petrificado durante un instante.

Su complexión era casi desnutrida; podían distinguirse algunos huesos marcados bajo la piel, lo que hizo que mi repugnancia despertara. Debía de ser una humana… o quizá un cadáver.

Su vestido blanco, sucio, estaba lleno de pequeños agujeros, sutiles pero evidentes.

Pero lo peor —lo peor— fue cuando se giró.

Sus ojos eran lo más extraño que había visto en mi vida. Eran como un amanecer: un naranja suave mezclado con tonos lilas, otorgándole un aspecto casi irreal. Su rostro, de forma de corazón, y sus labios llenos y carnosos completaban una belleza casi… etérea.

Esa impresión se rompió de golpe cuando un grito escapó de su garganta y, acto seguido, echó a correr hacia mí.

—¡¿Estás bien?! —preguntó. Su voz era casi un susurro, dulce como la miel.

Enseñé los dientes.

—¿A ti qué te parece? ¡Estoy herido! Lógicamente no estoy bien —gruñí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.