La mariposa y el bosque arcoíris

La mariposa y el bosque arcoíris

Mi historia comienza cuando fui una pequeña oruga. Cierto día desperté después de descansar debajo de una rama del gran árbol que era mi hogar, allí vivían más orugas y otros habitantes. Todos compartíamos las hojas del árbol porque eran deliciosas, a otros les apetecía el néctar de las flores. Todos vivíamos en armonía, sin embargo teníamos un gran acechador en común, las aves, aparecen repentinamente y lo único que dejan es desolación.

Un día estaba deleitándome con una exquisita hoja, lo único que recuerdo es que una gran sombra se abalanzó sobre mí, no pude ver nada, pero sentí cómo resbalé y con mis sentidos obnubilados logré sujetarme de otra hoja. Un ave casi me lleva. Debido a ese traumático acontecimiento decidí alimentarme de las hojas por debajo de ellas para no estar expuesta.

Cada vez que alzaba mi vista hacia el cielo azul quedaba asombrada con la majestuosidad de la luz del Sol, pensé que algún día podría llegar hasta allá, sentía una gran atracción por ese incandescente destello.

Pasaron varios días, me gustaba ver cómo llegaba la noche y apreciar con fascinación la salida del Sol, sentir el calor de su luz me reconfortaba y me llenaba de energía para recorrer gran parte del árbol y deleitarme una vez más con sus exquisitas hojas. Ese día sentí algo extraño, tenía la necesidad de usar la seda que producía mi cuerpo, no sabía bien para qué o cómo la usaría, el instinto me dictaría lo que debía hacer.

Presentía que un gran cambio llegaría a mi cuerpo y estaba ansiosa por experimentar qué era.

Comí la mayor cantidad de hojas posible, busqué un buen lugar debajo de una rama y comencé a enrollar la seda por todo mi cuerpo hasta formar un capullo lo bastante grueso y firme como para estar aislada del exterior.

Poco a poco fui quedándome dormida.

No supe cuántos días habían transcurrido cuando desperté muy incómoda, parecía que mi capullo se contrajo.

Comencé a forcejear para tratar de salir de ahí y con un poco de esfuerzo lo logré. Sentía mi cuerpo diferente.

El capullo se abrió y pude ver de nuevo la maravillosa luz del Sol. Sentí algo en mi dorso, tenía algo que me hacía más pesada, giré mi cabeza y vi un par de alas tan coloridas que quedé absorta admirando tal magnificencia. Los colores eran como los de un arcoiris, sublimes y puros, destellaban con el movimiento de mis alas.

Me pregunté qué me había ocurrido, de alguna manera mi cuerpo se transformó, por eso sentí la necesidad de hacer el capullo.

Tardé un poco para acostumbrarme a mi nuevo cuerpo. Sí, era yo, pero en otro asombroso y colorido cuerpo. Con esas alas podría volar como las aves. Hice un pequeño esfuerzo y fácilmente puede volar, lo hacía de una manera tan grácil que parecía que hubiera volado toda mi vida.

Sentí hambre, tenía que alimentarme antes de seguir volando. Llegué hasta una hoja que había sobre mí. Oh sorpresa la que me llevé cuando descubrí que no tenía con qué cortar la hoja, en cambio tenía un largo filamento (después supe que se llamaba probóscide) y no pude hacer nada con eso. Sentí más hambre, rendida dejé caer la punta de mi probóscide sobre la hoja y pude saborear el agua sobre ella, absorbí toda la que había, pero no era suficiente. Quise probar otras cosas, alcé vuelo y me acerqué al tronco del árbol y probé su resina. ¡Qué mala idea! su sabor amargo y su olor se impregnó de mi cuerpo y tardé un buen rato eliminando la que se había pegado de mis extremidades, en ese momento descubrí que con ellas podía determinar qué era mi alimento antes de consumirlo.

Llegué hasta una flor, su color rosa me atrajo, rogué para que no fuera como la resina, al posarme sobre la flor distinguí un delicioso sabor, estiré mi probóscide hasta el interior de la flor, sentí el néctar y su exquisitez invadió todo mi cuerpo. Volé de flor en flor buscando más néctar hasta quedar satisfecha.

Descansé sobre una hoja y limpié todo mi cuerpo. Recordé cómo fui y el increíble cambio que sufrí, una transformación que no esperaba.

Mi mundo era enorme siendo oruga, quería saber qué había más allá del árbol. Dediqué una mirada a mis colores e imaginé que por encima de mí también era todo así.

Alcé vuelo, sobrepasé la parte más alta del árbol y lo que vi fue igual hacia donde mirara, todo estaba bañado de color verde y sobre mí el azul contrastaba ante lo demás. En ese momento deseé que todo fuera colorido como mi cuerpo.

El mundo es inmenso, volé y volé por mucho tiempo, habían árboles grandes y otros pequeños, pero el verde reinaba en todas las direcciones debajo de mí.

Descubrí un lugar que me llamó la atención, pude observar hermosos colores. Me dirigí hasta allá, al aproximarme hallé un extenso campo de flores coloridas. Ese sería mi hogar. 

Todos los días disfrutaba de flores de colores diferentes, el néctar de cada una era distinto y sus sabores me llenaban de felicidad, revoloteaba entre las flores, mi hogar también lo compartían otras mariposas, todas variopintas. Mi vida perfecta. 

Un día tomé la decisión de buscar el árbol que fue mi hogar, así me daba un pequeño paseo.

Volé y mi vista volvió a teñirse de verde, deseé una vez más que todo fuera colorido como yo. Faltaba poco para llegar y me sentí agotada, quería descansar. Nunca me había sentido así, hice un último esfuerzo y logré llegar, de alguna manera sabía que ese árbol fue mi hogar, la vida ahí seguía igual, las orugas se alimentaban de las hojas, al igual que las hormigas y muchos otros habitantes.



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En el texto hay: fantasia, relato corto, mariposa

Editado: 25.08.2020

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