La más vieja del harén

CAPITULO 2

Akira hacia tres años que formaba parte del harén, desde que llegó a la joven edad de 15 años, la habían relegado a ser sirvienta de las concubinas, por lo tanto realmente era una esclava de las esclavas, su vida desde que llegó al gran palacio había sido horrible, encarcelada en una hermosa jaula llena de lujos, la sultana Valide cuando la conoció se le hizo fea, con una tez demasiado morena, unos ojos enormes a comparación de su cara pequeña y cuadrada, unos pómulos saltones, nariz pequeña y escuálida como una lagartija, tan poco agraciada se le hizo, que jamás fue elegida para estar en la cama de nadie, por el contrario fue ella misma la que la mandó a ser relegada a sirvienta.

Akira creció en la región de Camboya cerca del templo de Angkor Wat, en medio de la selva espesa, de espíritu libre, corría por los alrededores del gran templo, trepando a altos y frondosos árboles, viviendo entre animales como tigres, elefantes, monos, boas y de más animales, nunca tuvo miedo de la profunda selva, los pantanos y las inundaciones de los monzones era algo normal en su vida. La tribu en la que vivía tenía una estricta forma de vida, donde todos trabajaban, no había jerarquías, todos eran iguales, en la comunidad no había uno más que otro. Pero el padre de Akira era un hombre muy especial, con una inteligencia natural, él, por sí solo observando el cielo se había dado cuanta que unas estrellas se movían, no permanecías estáticas, de repente estaban junto a una estrella o cerca de la luna, también sabia con antelación cuando iba a ver un eclipse lunar o cuando la luna se iba a interponer ante el sol, sus natos conocimientos en matemáticas, hacían complejos sistemas de riego en los sembradíos de la tribu, y también la forma de hacer composta para que las plantas crecieran fuertes y tuvieran frutos más grandes. Akira que contaba con 15 años comprendía a la perfección todo lo que su padre le enseñaba, al parecer había heredado su sabiduría. Pero en la tribu no solo trabajaban, también celebraban fiestas y algo que realmente le gustaba era ver por las noches las danzas de las mujeres alrededor de las fogatas, Akira se deleitaba y memorizaba cada uno de los pasos, nada más hermosos que ver a esas hermosas jóvenes moverse, el brillo de sus saris, y jamás imaginó que su hermosa vida cambiaría una tarde.

Los hombres traficantes de esclavos nunca se habían adentrado en la selva, temerosos de todo lo desconocido, pero por alguna razón en esa ocasión llegaron hasta el asentamiento de Akira, y para su mala suerte o tal vez el destino, fue atrapada pera llevarla muy, muy lejos. Lloró mientras la trasladaban en una jaula, pero no tanto por su destino, más bien por su familia, sus padres y hermanos, a quienes estaba segura de que no volvería a ver jamás. Era apenas una jovencita y sus captores sabían lo caro que la podrían vender, así fue, comprada para el harén del palacio de Topkapi en Constantinopla.

Entre las tareas que Akira tenía que realizar, estaba limpiar las recamaras de las favoritas, llevarles de comer, asearlas y demás tareas cotidianas, tuvo que soportar humillaciones, regaños, castigos y hasta golpes, y ni siquiera entendía el idioma, los primeros meses fueron un infierno, en ocasiones estuvo tan deprimida que prefería morirse, pero en una ocasión llegó hasta sus manos un libro, estaba en turco, tanto lo leyó y practicó que logró entenderlo, después de eso en sus ratos libres tomaba todo libro que tuviera a la mano, luego se dio cuenta que haciendo sus labores con más rapidez podía tener más tiempo para la lectura, más tarde supo donde estaba la biblioteca del palacio, y cada que terminaba un libro y tenía que ir a las cocinas por la comida de las concubinas, se desviaba por un libro sin que nadie se diera cuenta, de esa manera Akira autodidacta y con una inteligencia por arriba de lo normal, llegó a comprender varias lenguas, como el griego, inglés, francés, italiano, ruso, y por supuesto el turco, era frecuente que las concubinas extranjeras hablaran en su idioma, y ella contenta les entendía, las chicas se le quedaban viendo pensando que era imposible que la morena hindú les entendiera. La basta biblioteca le enseñó de países, ciudades, lugares lejanos, biografías de personajes históricos, adelantos tecnológicos y demás cosas que ella ni se imaginaba que existían, ni siquiera sus propias compañeras del harén sabían de la inteligencia y conocimientos de Akira, para ellas siempre fue la sirvienta.

No todo era malo en el harén, le gustaba ver a las jóvenes revolotear como gallinas cluecas cuando se estaban preparando por que el príncipe Emir iba a ir a escoger a una. Desde temprano comenzaba a acicalarse, por esos días sus favoritas eran Dasha y Alejandra de Rusia y Melek del mismo Turquía, las tres hermosas y exóticas. Akira sostenía el cofre de las joyas para que escogieran alguna cuando las rusas comenzaron a discutir.

-No creo que te escoja a ti, antenoche que estuvo conmigo me dijo que quería compartir una noche más – comentó Alexandra en su idioma.

-No te hagas ilusiones Alexandra, el príncipe no repite dos noches con la misma – le dijo Dasha mirándola con sus enormes ojos azules.

-No te va a escoger a ti, tú ya caíste de su gracia.

Akira no disfrutaba verlas discutir, más bien era que les entendía todo lo que decían, cuando las jóvenes se volvían a ver las joyas que sostenía ni siquiera se tomaban el tiempo de mirarla, era demasiado poca cosa.

Cuando el príncipe llegó, las chicas se formaron, las concubinas destinadas para el harén de Aslan solo podían verlas de lejos y suspirar cuando una era elegida, las envidiaban, y querían estar en su lugar, ellas solo habían sido preparadas para satisfacer a los príncipes, querían estar arregladas, poder demostrar todo lo que habían aprendido, en fin, querían ser útiles en algo, el problema era que Aslan jamás aparecía, ni siquiera lo conocían.




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