La tranquilidad estaba a punto de cambiar, las provincias del sur de su imperio estaban siendo atacadas. El sultán Selim no se lo tomó con calma, de inmediato organizó un regimiento bien armado, uno de sus dos hijos tenía que comandar.
-Tienes que mandar a Aslan – sugirió la sultana Valide – Emir es demasiado valioso, además he escuchado que esos salvajes son unos sanguinarios.
-Tendría que ser Emir el que comende – dijo el sultán.
-No lo hagas, te lo prohíbo, todos en la corte están fascinados con Emir, no lo podemos perder, cuando tenemos un remplazo tan bueno como Aslan – el sultán sabía que su esposa tenía razón, si perdían a Emir todos en la corte estarían muy decepcionados, de manera que el hijo menor marcharía al sur.
Aslan llegó a hurtadillas hasta la habitación de Lyssa, ella se le echó a sus brazos llorando con amargura.
-No puedo creer que los sultanes hayan tomado esa decisión.
-Era lo más obvio – le dijo él abrazándola con fuerza.
-No puedo dejarte ir – le decía llorosa.
-No te preocupes voy a estar bien – le decía tomándole el mentón, para ver su hermoso rostro.
-Prométeme que te cuidaras.
-Por supuesto, me voy a cuidar y regresare a ti – le dio un tierno beso, ella le correspondió, transformándose en un beso apasionado, de las tiernas caricias pasaron a tomarse con fuerza, enterrando las yemas de los dedos en la piel, ella separó sus la labios de los él para poder respirar jadeante, Aslan no aguantó más, la comenzó a desnudar, lleno de pasión como siempre que le hacía el amor, le gustaba ver su cara llena de satisfacción cuando la hacía suya, esa noche durmieron abrazados hasta la madrugada, él cuidadosamente se levantó de la cama para no despertarla, la vio dormida como un ángel de cabellera rubia y tez blanca.
Todos enfrente de la entrada principal despedían al gran regimiento junto con su capitán el príncipe Aslan, este miraba la carita triste con ojos azules vidriosos, y se le partía el corazón, no podía despedirse de ella como él quería, estrechándola en sus brazos y dándole un beso que recordaría por siempre, en cambio se conformó en despedirse desde su caballo, con una inclinación de cabeza, así se despidió de su padre, madre, hermano y amada.
Los kurdos anexaban cada vez más territorios, formando en sus líneas más y más tropas, haciéndose más fuertes, querían tener acceso al mar, el problema era que era territorio otomano, de manera que decidieron invadirlo por el noroeste, Aslan tuvo que viajar al suroeste de su región, hasta llegar a los límites de sus fronteras.
No fue fácil, meses duró la campaña, las tropas otomanas y kurdas lucharon bajo el sol, en el lodo, en la noche, refugiándose en un mar de flechas tiradas de ambos lados, luchando cuerpo a cuerpo.
Dentro de su tienda Aslan cansado escribía cartas a su amada…
“Mi querida Lyssa:
Tengo un poco de tiempo, te escribo en un campo llena de muertos, el lodo nos llega hasta las rodillas, pero mis hombres han luchado con valentía, y hemos logrado ganar esta batalla, ahora todos estamos descansando, mañana marchamas hacia el mar Egeo, donde creo terminaremos con todo esto. Pero no quiero que te pongas triste ni te preocupes, solo tú y la esperanza de tenerte pronto entre mis brazos me hacen soportable este infierno. Espero pronto verte. Tu amado Aslan”
Aunque las cartas de Lyssa al principio fueron frecuentes, de pronto dejaron de llegar, Aslan pronto se enteraría de la razón. El príncipe Emir algo aburrido de sus concubinas comenzó a interesarse por la princesa. Lyssa no podía despreciar las lisonjas del heredero al trono, ella misma había llegado al imperio otomano aconsejada por sus padres de que hiciera lo posible por convertirse en la próxima sultana, la relación con Aslan siempre había sido en secreto y él no estaba ahí para exponerla ante todos.
La sultana Valide no estaba muy de acuerdo con esa unión cuando su hijo le dijo que quería casarse con la princesa griega, pero con la insistencia no tuvo más remedio que aceptar, aunque a regañadientes, ella hubiera preferido para su hijo favorito alguna princesa de algún reino más importante.
Para esos días Aslan ya contaba con dos capitanes en los cuales confiaba ampliamente, Omar y Mustafá, los dos hombres eran inteligentes, fuertes y confiables. Posicionados en una amplia llanura, llena de casas de campaña, caballos, carretas, fogatas por todas partes, todos los soldados ocupados haciendo labores, los capitanes entraban en la casa de campaña destinada al príncipe, que solo era un poco más grande que las del resto, ya Aslan los esperaba con un mapa extendido en una mesa, entre los tres trazaron el plan, esa batalla sería la definitiva, pondrían a los kurdos a raya y no solo eso, los replegarían haciéndose con grandes extensiones de su territorio.
Primero comenzaron las flechas, que, aunque terminaron con algunos enemigos la lucha final fue cuerpo a cuerpo, pero con el plan de ataque que habían planeado Aslan y sus capitanes pronto se notó la superioridad de estrategia, unas horas después los kurdos corrían a refugiarse donde podían.
Días después de su victoria, un emisario llegó llevando una misiva del sultán, felicitando al su hijo por su gran victoria y dándole otra buena noticia, su hermano se había comprometido con la princesa de Grecia Lyssa. Poco se puede expresar de los sentimientos de Aslan en ese momento, una combinación de tristeza y rabia se levantó y se puso a estrellar todo lo que se le ponía enfrente, cuando entraron sus capitanes lo tuvieron que sujetar por lo encolerizado que estaba, con él en el suelo, Aslan respiraba y se trataba de calmar. Después de un rato con ojos llorosos y bebiendo de una botella, pensaba que lo habían mandado a la guerra para proteger a su hermano mayor, lo único que tenía en mente era ganar y terminar con los invasores para regresar y hacer público su relación con la princesa y poder casarse con ella.