Aslan y todos sus hombres entraban a la capital del imperio, Constantinopla, sus contingentes formados en fila, formaban kilómetros, los habitantes se volcaron a darles la bienvenida, y más cuando una carreta les tiraba monedas de oro ¡PRINCIPE ASLAN! Gritaba todo el pueblo. En la entrada del castillo el sultán, la sultana, su hermano y su prometida esperaban a que Aslan desmontara para recibirlo con un fuerte abrazo.
-Padre – le dijo yendo a sus brazos, su padre lo recibió con lágrimas en los ojos, realmente apreciaba a su hijo menor, luego abrazó a su madre que estaba impresionada por todo lo que su hijo estaba causando en esos momentos, luego se dirigió a su hermano.
-Hermano.
-Aslan – le dijo dándole un fuerte abrazo, pero dentro de él la envidia lo invadía, ¿él también hubiera llegado triunfante si hubiera marchado a la guerra?
Por último, estaba Lyssa, tan hermosa como siempre, tuvo que tragar saliva cuando vio sus hermosos ojos azules, y no pudo evitar ponerse triste.
-Princesa – le besó la mano – los felicito por su compromiso – espero haber llegado a tiempo para la boda.
-Llegaste a tiempo hermano, nos casamos el mes que entra.
-Que bien, - le dijo mirándola a ella, la joven no le podía sostener la mirada.
Los días siguientes fueron de fiesta para todos, tanto soldados como personas de alto rango disfrutaron de música y festines, por supuesto que, financiados por el príncipe, que en medio de un salón hizo entregar a su padre cofres llenos de oro y joyas preciosas, reyes invitados a confirmar su alianza, junto con ellos todos sus sequitos, y así en el palacio no había un solo momento de paz. En el salón principal, los bailes de las concubinas deleitaban a los invitados, danzas pertenecientes de las ciudades conquistadas para dar a conocer sus culturas, los músicos no paraban de tocar, charolas llenas de copas con vino y cualquier tipo de bebidas embriagantes no paraban de circular por todo el recinto, risas, carcajadas, gritos, cantos, hombres y mujeres totalmente embargados.
Y fue así como una de las personas de más bajo rango tuvo aún más trabajo de lo normal, Akira no paraba en el harén, iba y venía a las cocinas, cuartos de lavar, habitaciones y demás actividades. Ya era casi de madrugada cuando por fin había terminado sus actividades, pasaba por la biblioteca, no pudo evitar sus ganas de tomar un libro, en fin, todos estaban muy borrachos como para pensar en leer, su mirada se paseaba por los lomos cuando le interesó un grueso libro que hablaba sobre las estrellas, la luna, el sol, recordó a su padre todas esas noches que le señalaba objetos extraños que él solo con su vista distinguía en el firmamento. Lo escondió en su espalda para llevarlo a su habitación, solo que el libro era demasiado grande, cualquiera que la viera se daría cuenta que escondía algo bajo sus ropas, pero más bien fue ella la que sin querer descubrió algo…
Aslan que no había dejado de mirar y vigilar cada movimiento que Lyssa hacía, por fin encontró un momento para hablar con ella, cuando se levantó de su asiento al lado de su prometido, porque ya estaba muy cansada y quería retirarse a sus aposentos, Aslan la siguió, alcanzándola en un pasillo oscuro que daba hacia la biblioteca.
-La prometida de mi hermano – le dijo con sarcasmo.
-Aslan por favor – le dijo ella, cuando él no la dejó avanzar.
- ¿Tan poco fue el amor que me tenías?
-Sabes que no, yo te amaba, te amo – le dijo con ojos llorosos - pero ¿qué querías que hiciera? Tu madre y tu hermano me obligaron.
- ¿Te obligaron?
-Soy una recogida en este palacio, ¿Crees que por ser una princesa tengo voz y boto?
-Debiste de haberte negado – le dijo marcando las palabras enfadado.
-No puede Aslan – le dijo sollozando.
-Es mi culpa, debí de haberles dicho que estabas comprometida conmigo – dijo lamentándose – iré ahora mismo y hablare con mi padre.
- ¡NO! – dijo ella tomando un respiro, y con firmeza – yo seré la reina del imperio Otomano.
Él se le quedó viendo, hizo una media sonrisa.
- ¿Es lo que te importa? – dijo reclamándole.
-Es lo que quiero.
-Es bueno saberlo – le dijo con ojos vidriosos, soltándola para que siguiera su camino, se quedó tomándose la cabeza, no quería llorar pera el amor por ella era demasiado.
Sin querer todo fue visto y escuchado por Akira, que estaba escondida en el marco de la puerta de la biblioteca, ella solo se había escondido para no ser vista con el libro, pero ahora sabía el gran secreto del príncipe y la princesa, por su bien y el de ellos era mejor cerrar la boca y pretender que eso nunca sucedió.
Los días siguientes fueron muy ajetreados en el área de las concubinas que le pertenecían a Aslan, lo que el joven no gozó desde que se le entregaron sus mujeres, lo había hecho en lo que iba del mes, su apetito sexual era insaciable, y ninguna de las jóvenes llegaba a satisfacerlo del todo, todos los días se formaban bien arregladas de pies a cabeza, el príncipe las recorría de una por una y se llevaba la que más le gustaba, al parecer no tenía favorita, cualquiera podía ser escogida, todas menos una Akira, no es que quisiera ser escogida, pero como formaba parte de harén de Aslan, tenía que formarse como todas, con unos vestidos que más bien parecían del área del servicio, escuálida por las pocas raciones que le tocaban, con manos agrietadas, ojeras de las desvelabas por sus quehaceres diarios y agregando las horas de lectura que le gustaba tomar, la chica no tenía ventaja sobre ninguna, el príncipe no reparaba en ella, simplemente se pasaba de largo o ni siquiera llegaba hasta donde estaba ella. Tampoco fuera que tuviera muchas ganas de estar en la cama del príncipe, y menos cuando sus compañeras llegaban llorosas, tristes y sin querer decir ni una palabra.