La más vieja del harén

CAPITULO 10

El festival del pueblo era esa noche, una alegría más para las chicas, que se alistaron impecables, y se dirigieron al pueblo junto con Fátima, Mustafá, Galip e Isra.

Aslan se fijó que iban todas menos Akira, cuando pasó por su habitación estaba iluminada, sin tocar o avisar, entró a la habitación, ella estaba sentada frente al espejo peinando su larga cabellera.

-Al príncipe le gusta irrumpir en mi habitación, sin ni siquiera tocar – le dijo cuando entró a su habitación, ella sin más continúo peinándose.

- ¿No fuiste al pueblo?

-Tengo otra cosa que hacer – él se acercó a ella, viendo su larga cabellera negra que le llegaba hasta la cintura, le tomó su muñeca y le quitó el cepillo, tomó el cabello para peinarlo él mismo, ante el asombro de ella.

-Tu cabello es muy largo.

-Así lo usan las mujeres de mi país – le dijo un poco tensa, mientras él lo seguía cepillando.

-La India.

-Si – lo miraba a través del espejo, él continuaba entretenido.

- ¿Lo extrañas?

-No hay un solo día que no piense en mi familia.

- ¿Era bonito? – ahora lo estaba trenzando.

-Muy bonito, una selva espesa, los árboles eran tan grandes como las paredes de este castillo, podías encontrar animales salvajes, y muy cerca de ahí había unas ruinas de lo que alguna vez fue un templo, créame que el palacio donde usted nació es pequeño a comparación.

-Me gustaría verlo – le dijo terminado de hacerle la trenza – gracias.

- ¿Por qué? – le dijo ella levantándose para poner distancia entre ellos.

-Por dejarme acariciar tu cabello – bajó la vista para ver las palmas de sus manos – hubo un tiempo en que creí que estas manos solo estaban hechas para matar – ella se acercó a él.

-Bueno ahora también saben trenzar – le dijo con una sonrisa – venga conmigo alteza estoy segura de que le gustará a donde voy.

Aslan se dejó llevar como niño hasta la terraza más alta del castillo, ahí ya se encontraba Emre viendo por el telescopio.

- ¡Akira tal como lo dijiste y a la hora exacta! – le dijo como extasiado mirando hacia la luna.

-Las matemáticas no mienten Emre.

- ¿De qué están hablando?

-Akira pronosticó exactamente a qué hora pasaría el eclipse lunar – Aslan miró hacia arriba, la gran luna roja eclipsada estaba saliendo por el horizonte.

- ¿Es verdad eso?

-Si – dijo seria.

- ¿Cómo lo sabes?

-Bueno hay que calcular el movimiento de la luna, y te dirá exactamente cuando la tierra se interpondrá entre ella y el sol.

- ¿Y tú sabes todo eso?

-No lo sé, lo estudio – dijo mirando por el telescopio – venga a mirar – aunque el telescopio no era muy bueno, y menos tratándose de un telescopio de mediados de los mil quinientos Aslan pudo ver la gran luna roja y hasta un que otro cráter, estaba encantado y sorprendido. Cuando el fenómeno terminó, Emre se retiró dejándolos solos en la terraza.

-No es muy común encontrarse a una mujer erudito – le dijo acercándosele.

-Yo solo hago lo que me gusta.

-En el muelle te escuché hablando en español.

-Aprendí sola.

-También te he visto hablando con Elizabeta en ruso – él cada vez se acercaba más a ella, la estaba incomodando.

-Al menos tengo con quien practicar – Aslan ya la tenía entre él y el barandal – debo de suponer que su alteza ya no me odia.

-Yo nunca te he odiado, ¿Tú me odias a mí? – le preguntó, y ella casi podía sentir su mejilla en la suya.

-Bueno, usted vino a perturbar mi mundo, y mi tranquilidad, y claro que me odia, sé perfecto el mote que me puso “pantera” – él le sonrió.

-No, nunca te he odiado, ¿Tú sabes por qué te digo pantera?

-Me imagino que relaciona al animal negro con mi tono de piel, vi el dibujo de una en un libro en la biblioteca del palacio – él recordó el libro de animales del nuevo mundo que le pertenecía.

-Ese libro es mío – ella levantó la vista.

-Nunca se lo pedí prestado, pero es un buen libro – los dos sonrieron.

-Vi una pantera en Roma, era tan negra como tu cabello – le dijo acariciándole el cabello – cuando el sol le pega en su pelaje brilla, justo como brilla tu piel a la luz, en este momento tienes un brillo en tu cien y mentón, también tu hombro – le dijo acariciándole la cien, el mentón y el hombro – y cuando la pantera camina contornea todo su cuerpo, justo como tú cuando caminas usando tus saris – Akira cerró los ojos para disfrutar su caricia, Aslan sonriendo la tomó por la cintura para pegarla a él, con su otra mano le sostuvo su nuca para que no pudiera huir de él, la besó, sus labios eran cálidos, pero lo mejor fue que le correspondió, abriendo sus labios para pasar de tierno a apasionado, cuando se separaron la mirada de Akira era triste, él no lo soportó.

- ¿Qué te pasa?




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