La más vieja del harén

CAPITULO 11

En el horizonte un barco se acercaba, nadie lo tomó en cuenta Kusadasi era un puerto donde llegaban barcos todos los días.

- ¿Están seguros de que ahí se encuentra el príncipe Aslan y sus tesoros?

-Completamente capitán, la fuente es confiable.

- ¿Solo mujeres viven en él?

-Si, mujeres y dos o tres hombres mayores, solo el príncipe y su capitán nos darán problemas.

-Bien, aparte del tesoro, tendremos esclavas para vender, los atacaremos de noche – les decía el que al parecer era el líder.

El barco de los piratas esperó hasta el oscurecer, bajó el ancla lo más cerca del castillo, llegaron en una balsa hasta la playa, ese sería su error, eran demasiado pocos y pensaron que el castillo estaba desprotegido, cuando comenzaron a tumbar la puerta, pusieron a todos en alerta. Aslan entró a la habitación de Akira que se estaba levantando al escuchar el estruendo.

- ¡Akira rápido, ve por las mujeres y salgan del castillo!

- ¿Qué está pasando? – dijo preocupada.

-Van a entrar al castillo.

- ¿Cómo? ¿Por qué?

- ¡No hay tiempo de explicaciones, saca de aquí a todas! – Aslan se notaba preocupado.

- ¡NO! Las chicas saben pelear – y fue corriendo a alertarlas.

Todas entraron al salón donde estaban sus armas, arcos, flechas no muy buenas y espadas viejas, pero les servirían, cuando llegaron al patio donde Aslan y Mustafá los estaban deteniendo con los mosquetes, las mujeres llegaron a defender el castillo, los hombres no esperaban encontrarse con tantas mujeres enfurecidas y armadas, los ladrones eran pocos por lo que no tuvieron que hacer mucho para replegarlos y que salieran huyendo, pero uno de ellos no se iría sin que se las pagaran, tenía en la mira a Akira, Aslan rápido corrió a interponerse y la bala le pegó en el costado cayendo enfrente de Akira quien trató de detener su caída. Los hombres subieron a la barca y regresaron al barco. Entre todos llevaron a Aslan a su habitación se veía muy mal herido.

-Ven conmigo – le dijo Elizabeta a Mustafá, lo llevó hasta las almenas del castillo donde estaban los cañones.

-Ayúdame un poco – le dijo moviendo el cañón.

- ¿Qué quieres hacer?

-Le voy a meter un cañonazo a ese barco – Mustafá volteó a ver el barco, el agua brillaba con la luz de la luna, el barco se veía lejos.

-Están demasiado lejos – ella le sonrió, ajusto el cañón y disparó, dándole justo en el casco ante al asombro de Mustafá.

-Jajaja, esos desgraciados no tendrán ganas de regresar a atacarnos.

-Eres tremenda mujer ¿cómo lo hiciste? – Le dijo entre risas, aunque no se hundiría, si tendrían que trabajar bastante para componer al gran agujero.

-Parábola – fue su simple contestación, Mustafá no se resistió y la besó apasionadamente.

-Si te hubiéramos tenido en nuestras batallas, las hubiéramos ganado sin exponernos.

Mientras que Emre trataba de salvarle la vida a Aslan, después de unos días debatiéndose entre la vida y la muerte, afiebrado y desvariando en un par de ocasiones mencionó el nombre de Akira.

-Ya pasó lo peor – dijo Emre ya entrada la noche.

- ¿Estás seguro? Yo lo sigo viendo muy mal – dijo Akira que en tres días no se había despegado de su cama, bastante preocupada, con unas enormes ojeras.

-Si, se recuperara, será mejor que descanses.

-Si, en un rato – Emre se fue, ella le cambió la compresa de agua fría.

-No es fácil deshacerse de mí – le dijo Aslan apenas abriendo los ojos, ella se alegró al verlo – ¿acaso estoy viendo una sonrisa?

-Príncipe Aslan, ha regresado de la muerte, su padre tiene que estar orgulloso, al menos por su lado su linaje prevalecerá – él sonrió por el comentario.

-No es fácil ser el segundo hijo en un sultán.

-Puedo imaginar que usted es la reserva de su hermano.

- ¿Sabes por qué me enviaron aquí?

-En la misiva solo decía que había sido desterrado.

-A mi padre le di miedo, todas las tropas otomanas estaban bajo mis ordenes, había conquistado tantos territorios que pude haber formado mi propio reino – ante estas palabras Akira se quedó helada.

-Ahora lo que no entiendo es ¿qué está haciendo aquí? – Aslan se le quedó viendo con ojos tiernos.

-Ni mi padre ni mi hermano comprenden lo mucho que los amo, todo lo que hice, lo hice por ellos y el sultanato.

- ¿Jamás en su mente le paso el traicionarlos?

-No, nunca – ella le sonrió.

-Y si me quedé aquí fue por que encontré paz, después de tantos años de guerra, luchas, muerte, llegué a este lugar, donde las mujeres trabajan organizadas, son felices, ríen, bailan y cantan, después de caminar valles completos de muerte, fue como encontrar el paraíso – ella le sonrió – te encontré a ti.

-Sabes que no puedes enamorarte de mí – dijo ella levantándose y poniendo distancia.




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