El príncipe heredero junto con su esposa dejó el castillo de verano para ir a visitar otras ciudades, pero Emir enfermó y tuvieron que regresar a Constantinopla urgente, porque el príncipe en lugar de mejorar empeoraba. La sultana Valide mandó una misiva a Kusadasi para que Aslan regresara.
-Mi hermano está muy enfermo según mi madre, requieren mi presencia en Topkapi – le dijo Aslan a Akira, ella fue hacia él y le tomó sus manos.
-Tendrás que darte prisa – él le sonrió.
-Tan fría como siempre.
-En mí no cabe el drama, soy más bien práctica, y sé perfectamente cual su tu deber y lo que tienes que hacer – le dijo en tono serio, él se paró junto a ella.
- ¿Me dejas ir así nada más? – le levantó la barbilla para que lo mirara.
-Tienes que ir.
- ¿Y si ya no puedo regresar? – ella le sonrió.
-Te mandaré vino – le dijo seria, a él le hizo gracia el comentario, la abrazó y la beso.
Todos los moradores del castillo despidieron a Aslan y Mustafá con tristeza, se habían acostumbrado a ellos, contribuyeron trabajando y agrandando las ganancias, Mustafá extrañaría mucho a Elizabeta, se habían enamorado, pero él regresaría en cuanto dejara al príncipe a salvo en el palacio.
En el camino el príncipe Emir murió, sin dejar descendencia, recayendo la sucesión al trono en Aslan. Cuando entró al palacio de Topkapi los cortesanos se le dejaron ir como buitres, todos tenían algo que decir, unos lo adulaban, otros le recordaban su deber, para cuando llegó a las puertas donde estaba el cuerpo de su hermano ya lo habían fastidiado, solo la quietud de la sala donde ya hacía Emir le trajo paz, lo lloró porque solo él sabía cuánto lo quería, ni el propio Emir llegó a saber que él era amado por su hermano, la sultana Valide llegó hasta él, su semblante estaba demacrada, lucía unas grandes ojeras bajo sus ojos rojos.
-La sucesión del trono junto con todas sus responsabilidades ahora son tuyas – Aslan se le quedó viendo – recae en ti.
-Ahora me consideras valioso – le sonrió sarcástico.
-Siempre fuiste valiosa para mí.
-Tú fuiste la que maquinó para mandarme al frente de las batallas, y luego me mandaste lejos cuando me consideraste peligroso – le decía entrecerrando los ojos, reclamándole.
-Toma a su viuda, cásate con ella – Aslan no quiso saber más, con mirada indignada se retiró a sus habitaciones.
Descansando de todo estaba, cuando entró Lyssa, desplegando toda su hermosura se le echó a los brazos.
-Aslan amor mío – ni tiempo le dio de reaccionar cuando ya la tenía enroscada en su pecho – ahora podemos estar juntos – él se la quitó de encima y puso distancia - ¿por qué me rechazas? ¿no es lo que querías?
-Yo amaba a mi hermano – le dijo con reclamo.
-Pero él era lo único que nos separaba.
-Mi hermano no nos separaba, tú fuiste la que tomó la decisión de aceptarlo en lugar de a mí.
- ¿Qué querías que hiciera cuando tú madre y hermano llegaron a mí?
- ¡Negarte! – le dijo en voz alta – decirles que con quien estabas comprometida era conmigo – le decía enfadado, ella comenzó a llorar.
- ¡No podía negarme a tu madre y hermano!
- ¿No podías negarte o lo que te importaba era el poder? El ser la futura sultana del imperio otomano – le reclamaba, ella seguía llorando.
-Me arrepentí, todos estos años me he arrepentido, no sabes cuánto.
-Ahora es tarde.
-No – dijo ella tomado aire – tu madre quiere que nos casemos – él la fulminó con la mirada.
-Eso no va a pasar – harto del drama la tomó por el brazo y la sacó de su habitación.
A solas y respirando, en su mente solo quería estar en un lugar, muy lejos, en un castillo junto al mar, en un ambiente cálido y tranquilo, y en los brazos de Akira.
Los funerales de Emir se llevaron a cabo con todo el protocolo que un príncipe heredero al trono demanda. Nadie pudo negar que Aslan lamentaba la perdida, su semblante demostraba su pesar.
En el castillo de Kusadasi las noticias tardaban en llegar, Akira se estaba enterando que Emir estaba muerto y ahora el heredero al trono era Aslan, los sentimientos encontrados se le agolparon, con Aslan en el trono sabía que el imperio entraría en un periodo de abundancia, él sabría tomar las mejores decisiones, y no le cabía dudas que gobernaría de forma sabia, pero también pensaba que si alguna vez había hecho ilusiones de que Aslan se quedaría junto a ella, ahora lo había perdido para siempre.
Mustafá llegó al castillo, había tratado de regresar en cuanto Aslan lo liberó, no quería dejarlo, más que a su príncipe y líder de las tropas, Mustafá lo consideraba su amigo, pero el castillo, todos sus moradores y Elizabeta lo atraían como abeja a la miel, solo pensaba en regresar.
-Bienvenido Mustafá – le dijo Akira – dinos cómo va todo en Constantinopla – él que abrazaba a Elizabeta y ella a él, los dos sonreían.
-No podría hablar por todos, pero los soldados estamos muy contentos con el próximo sultán.