En el castillo las cosas no solo seguían igual, si no más prosperas, las jóvenes tenían tantas ganancias que se podría decir que ahora eran ricas, y esa abundancia no solo era para el castillo, si no que extendía al pueblo de Kusadadi, sus habitantes reconocían que las chicas del castillo les habían traído buena suerte, y las respetaban, cuidaban y querían, en una ocasión Akira juntando a todas, les dijo que tenían tato dinero que si alguna quería irse y hacer una nueva vida podía hacerlo, tenían el dinero suficiente para vivir en cualquier lugar sin preocuparse sabiéndose administrar, pero todas las chicas se reusaron, solo en ese lugar habían encontrado la felicidad.
Mustafá y Elizabeta estaban preparando su boda, por lo que la algarabía reinaba por todas partes, y no solo en el castillo, sino en todo el pueblo, hasta algunos capitanes de galeones habían retrasado su partida para estar presentes. Las chicas del castillo despilfarraron dinero, y la boda sería recordada en años. Baile, música, comida y vino, las jóvenes bailaban con hombres y mujeres del pueblo, y los extranjeros disfrutaron bailando y viendo a las 20 chicas del castillo.
Entre los presentes, había un hombre de figura alta y esbelta, rubio, de intensos ojos azules, su edad rondaría entre los 37 o 38 años, cuando Akira lo vio de lejos, no supo por qué, pero algo llamó su atención, tal vez su mirada diferente a todos los demás, le recordó a ella misma. Pero estaba tan ocupada con la boda que luego se le olvidó, no volvió a pensar en él hasta que se lo topó de frente husmeando en la biblioteca. Cuando la vio entrar ni se preocupó, no podía soltar el papel que tenía en sus manos.
- ¿Quién ha hecho estos cálculos? – preguntó sin más, sin ni siquiera saludar ni presentarse, Akira, al ver que el hombre no tenía ningún tipo de intención más que en ver el documento se acercó.
-Son míos- fue cuando el hombre pasó su mirada del papel a los ojos de Akira.
-Me permite su astrolabio – ella buscó en un cajón y le dio el extraño aparato redondo, el hombre fue a la venta y se puso a hacer unas mediciones.
-Solo está fallando por un par de grados.
- ¿No puedes ser?
-Si, mire aquí está el erro – el hombre le mostró la fórmula matemática.
-Tiene razón – dijo Akira maravillada - ¿Quién es usted?
-Harald Kristensen – dijo y seguía hojeando los documentos, Akira ahora estaba algo divertida mirando al hombre – todo esto es suyo – Akira solo asintió.
-Por su aspecto puedo decir que viene del norte.
-Dinamarca – contestaba en monosílabos.
-Mas allá del país Germano – ahora Harald tenía su atención.
- ¿Sabes dónde está mi país?
-Me puedo dar una idea – dijo sin más.
- ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Akira, y nada más – él le sonrió.
- ¿Tú has hecho todo esto? – ella asintió, el abrió los ojos maravillado - ¿Cómo lo sabes?
-Lo he estudiado, en este castillo vive un hombre que sabio que me enseñó el camino.
-Yo también soy estudioso de la ciencia y astronomía.
-No es frecuente conocer a uno – ella le sonrió.
-No lo es, y no quiero discriminar, pero menos encontrarse a una mujer erudito – ahora la miraba con ojos llenos emoción - me gustaría conocer a su maestro.
-Emre está en la fiesta.
Mustafá ahora tenía entre sus brazos a la más grande y hermosa de las mujeres, que estaba seguro de que, de haber sido un hombre, le hubiera ganado en fuerza e inteligencia. Las chicas les habían destinado una de las habitaciones de más importancia en el castillo, se lo merecían, porque eran el primer matrimonio y porque consideraban a Mustafá como aun líder. Después del gran banquete, tocaba el encamamiento, la pareja se besaba y se entregaban apasionadamente, Elizabeta disfrutaba cada enviste de la virilidad de Mistafá, hasta que dos pares de ojos los interrumpieron en la oscuridad, y unos blancos colmillos gruñéndole a Mustafá, los perros oso y lobo habían encontrado a su ama y favorita, y no permitirían que nadie le hiciera daño, Mustafá muy quieto dejó que Elizabeta se encargara de los caninos, a los que ella quería como hijos.
En el balcón que usaban de observatorio Akira, Emre y Harald tenían una discusión de fenómenos astronómicos y demás cosas que les interesaba a las tres personas presentes.
-Aunque yo le mostré el camino a Akira ella me supera por mucho – comentó Emre.
-Es que me gusta mucho.
- ¿Y qué hace un hombre como usted tan lejos de casa? – preguntó Emre.
-Ahora radico en Sicilia, estoy en busca de algo.
-Puedo preguntar ¿qué es lo que busca?
-Los manuscritos de Arquímedes – Emre y Akira se impresionaron - ¿Saben quién fue Arquímedes?
-Lo sabemos – dijo Emre.
-Realmente cree que encontrará algún vestigio del maestro, existió hace ya tanto tiempo.
-Ya he encontrado algunos escritos y artefactos, pero no el que ando buscando.
-Que interesante, me gustaría verlos.