La más vieja del harén

CAPITULO 20

Las chicas del castillo llegaron en un barco, como un torbellino, alegraron el alcázar de Harald, hermosas como siempre, ahora solo sonrisas se escuchaban por doquier. Mustafá y Elizabeta hicieron acto de presencia, Fátima, Emre e Isra también asistieron, el único que se quedó fue Galip, alguien tenía que cuidar el castillo.

La boda se llevó a cabo una tarde, para ser primavera no hizo tanto calor en el mediterráneo, hubo mucha música, comida, bailes, y alegría por doquier, pero nadie se veía más contento que el mismo Harald, se casaba con la mujer que había amado desde que la conoció, nada como el tiempo y la paciencia para conseguir lo que se quiere, y él supo esperar, todo el tiempo que Akira vivió en su casa, él la respetó, ni siquiera un rose de su mano se permitió, ahora ella lo había aceptado se convirtió en su esposa, la veía contenta platicando con todas las jóvenes, con un lehenga color rojo, bordado con flores relucientes, con collares, anillos y pulseras bastante cargados como era usual en las novias hindúes, no podía faltar el tradicional nathni es su nariz, Harald que la veía y le parecía una princesa sacada de un cuento hindú.

-Se de alguien que se puso triste al escuchar la noticia de tú boda – le comentó Mustafá a Akira cuando se acercó a ella.

-El príncipe ahora tiene que tomar decisiones, las mejores para el reino, no hay cabida para el amor – le dijo con una sonrisa de resignación.

-Ahora comprendo porque se enamoró de ti, los dos son iguales – comentó Mustafá, apretándole el brazo, ella le correspondió con una sonrisa.

-Si, su semblante le cambió cuando Mustafá le dio la noticia – comentó Elizabeta – le dije que no se lo dijera, pero no se aguantó las ganas, el muy malo – se refiero a Mustafá, quien ahora mostraba todos sus dientes.

La fiesta continuó hasta avanzada la noche, las chicas del castillo tenían una energía tremenda, los invitados del novio no podían llevarles el paso, pero todos se divirtieron, bailando y bebiendo. Harald ya desesperado por tener a su esposa entre sus brazos

- ¿Qué tal si nos escapamos? – le dijo abrazándola por la espalda y diciéndole al oído, ella le sonrió asintiendo con la cabeza.

Akira hubiera esperado una noche de bodas algo, digamos, más tranquila, pero fue todo lo contrario, Harald comenzó por excitarla llenándola de besos, desabrocharle su choli ( top corto del vestido) y besarle su espalda y su cuello, le quitó la falda para desnudar su cuerpo esbelto, cuando la tuvo de frente la besó en el cuello y pechos tan apasionado que le dejó marcas rojas, tacando con firmeza sus muslos y trasero enterrándole sus dedos, cuando sus labios encontraron los de ella le dio un beso tal que la dejó sin aliento, ella lo comenzó a desnudar encontrando con agrado un cuerpo firme, los músculos ahora desnudos que la abrazaban eran fuertes, la llevó a la cama, se puso sobre ella, el color de sus cuerpos, el de ella color canela y él, de piel blanca como alabastro, el contraste era hermoso y digno de admirar, él siguió besándola y acariciándola, sintiendo todo su peso, lo que Harald tenía de hombre tranquilo no lo tenía en la forma de hacerle el amor, se entregaba por completo, complaciéndola varias veces antes de que él terminara, él la abrazó y no la volvió a soltar, desde esa noche siempre dormiría abrazado a ella, y la pasión, nunca faltó, Akira no se podía quejar, su marido le cumplía y le cumplía bien.

Las chicas del castillo se fueron una semana después dejando, así como habían llegado cómo un torbellino, se habían ido, dejando el alcázar en completo silencio, Akira extrañaría su alegría y barullo, pero ahora estaba dedicada a su trabajo, ese era ver el espacio, mientras que Harald pasaba sus días en las excavaciones, se extrañaban todo el día, por lo que sus encuentros en las noches estaban llenos de amor y caricias. Por aquellos días una alegría más le llegaría a Harald, y es que sus excavadores dieron con la otra mitad del anticitera. Sin poder esperar, llegó corriendo con Akira para mostrársela, semanas duró el tratar de encajar la pieza, por muy inteligentes que fueran, Arquímedes no se los pondría fácil. Cuando lograron que las piezas coincidieran, se dieron cuenta que Akira y Magnus tenían razón, ese aparato mecánico era más que un medidor de las estaciones lunares, pero ¿cómo hacerlo funcionar? Era la pregunta de los dos.

-Harald será mejor que desistas de buscar la máquina completa – le dijo Akira en una ocasión que estaban comiendo juntos.

-Tienes razón, el obsesionarse con algo así te pude llevar a la locura.

-Puedes pasar toda una vida buscando, sin éxito, ahora que ya tienes la otra parte del anticitera, ¿Por qué no vamos a buscar algo más? – Harald se le quedó viendo.

-Creo que tengo algo en mente.

- ¿Qué es? – preguntó ella intrigada.

-El arca de la alianza – le dijo con una gran sonrisa.

-Hay no por favor – le dijo Akira siguiendo con la broma, los dos se rieron.

Aslan hacía tiempo que había tomado en sus manos el sultanato, su padre pretextando cansancio, le había delegado le gobierno. Tomó como esposa a la cándida Hella, nada que ver con la energía de Akira, siempre hambrienta de conocimiento y aprender, ella era paciente y tranquila, cuando le dio los primeros hijos se dedicó por completo a ellos, dejando a Aslan para que gobernara a su placer sin interceder más que para lo extremadamente necesario. Con el tiempo Aslan se encariñó con ella, ya que veía a la joven como un refugio cuando se veía abrumado por tanto trabajo, cuando entraba en los aposentos de Hella y la veía tranquila jugando con sus hijos era el mejor y más pintoresco de los panoramas, sus hijos cada que lo veían se le echaban encima encariñados por su papá.




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