La Mascara De Carnaval

PRIMERA PARTE

 

Era una bella noche de carnaval. Estaba nevando y en la calle hacía muchísimo frio.

            Algunos grupos ataviados con trajes de fiesta, escondidos los rostros tras las máscaras y antifaces reían y daban tumbos, al parecer demasiado llenos de champan como para poder caminar derechos.

            La gente charlaba locuazmente entre ellos y algunos, como animados por aquel ambiente despreocupado, que permite ser ajeno a normas y etiquetas, reían tontamente por bromas sin sentido, burlándose los unos de los otros, hacían tonterías o cantaban.

 

            Una joven se abrió paso entre ellos, caminando rápidamente como si quisiera escapar de aquella multitud, refugiándose en una pequeña tienda que hubiera pasado totalmente desapercibida de no ser por las grandes letras iluminadas donde centelleaba: "Se alquilan disfraces."

            Su interior en sí era oscuro y se veía repleto de cosas amontonadas, parecía más bien el interior de un almacén o ático en donde se podía encontrar de todo. Colgados había decenas de disfraces, unos llenos de colorido, otros en tonos apagadados. Arriba en las paredes multitud de máscaras, unas blancas de cerámica, otras de tela llenas de plumas o lentejuelas.

            Y arrimados en la pared algunos muebles llenos de cosas maravillosas, perlas, lentejuelas, remaches... multitud de complementos para adornar los trajes.

           

              Entonces descubrió medio escondido en un rincón, un maniquí de una joven vestida como una auténtica princesa y el rostro tapado por una máscara blanca que tenia una expresión tan tranquila y era de una belleza tal que de inmediato quedó prendada de ella. Se imaginó por un momento luciendo uno de aquellos trajes de gala y se entristeció; cuando era tan solo un bebe se quemó media cara y tenía una horrible cicatriz de piel y carne arrugada. Se dijo que jamás podría compararse con la máscara que llevaba ese maniquí en la tienda.

 

            -¿Qué desea señorita?

 

Una voz cascada por los años la hizo sobresaltar e instantáneamente se cubrió el rostro con la bufanda que llevaba. Se vio cara a cara con un anciano lleno de arrugas y una larga barba que lo hacía parecer si cabe, todavía más viejo.

            La joven señaló sin hablar la maravillosa pieza de arte que tenía delante.

            -Oh sí… una buena elección. Esta pieza lleva aquí desde hace años y todavía nadie se había fijado en ella…- luego observó más atentamente a la joven y ésta se sintió sumamente incómoda, refugiándose más en la larga capa con capucha que llevaba.- ¿desea probársela?

            Esta negó convencida; jamás podría permitirse algo tan caro. Pero el hombre ya la estaba sacando del maniquí y acompañándola hasta un espejo de cuerpo entero se la tendió: - Vamos, no pierde nada con probársela. La chica ahora pudo mirar el maniquí y descubrió inquieta que no tenia rostro. Finalmente aceptó y se puso lentamente la prenda; con ella se sintió automáticamente protegida y se vio bonita, deseable. El vendedor aceptó las pocas monedas que le ofreció, alegando que aquella máscara elegia a su propietario y sin duda, estaba hecha para ella.

            La joven no hizo caso a aquel comentario, pensando que eran cosas de viejos. Salió de la tienda mientras el hombre le sonreía enigmáticamente mientras le hacía una leve reverencia.

 

Salió al frio de la noche mientras caminaba sin rumbo envuelta en su capa morada. Un grupo de chiquillos de unos doce o trece años vestidos de monstruos la saludaron entre risas. Mientras se alejaba, pudo escuchar que uno de ellos les decía a sus compañeros:

            -¿Habéis visto qué señora más guapa?¡Parece una princesa!

 

            Ella suspiró agradecida y sintió un calorcillo muy agradable en el corazón; jamás nadie, aunque hubiera sido un niño, le había dicho algo semejante.

            Pero en seguida se dio cuenta que lo habían visto, lo que les había llamado la atención no era ella en realidad, era la máscara, era su exterior, su falso disfraz. En realidad nada había cambiado, con su fea cicatriz, sus labios hinchados y ese sentimiento de amargura que la había acompañado desde siempre, volvió a inundarla. Apartó sus pensamientos y decidió que ya era tiempo de regresar a su casa, a su refugio… aquel no era su lugar. Pero cuando estaba a punto de dar media vuelta, alguien le estiró de la capa preguntándole:

            - Señorita, están dando una fiesta en aquella casa, ¿quiere venir?

            La joven se detuvo, sorprendida por la invitación. La casa a la que le señalaba aquel joven de su edad estaba decorada con luces centelleantes y parecía emanar un ambiente festivo. Las risas y la música se colaban a través de las ventanas, invitándola a un mundo de diversión y alegría del que raramente había sido partícipe.

Miró a su alrededor, sintiendo un escalofrío en la noche fría de carnaval. La capa morada y la máscara la protegían, la hacían sentir hermosa y misteriosa. La invitación a la fiesta era una oportunidad que raramente se le presentaba. Por un momento, consideró rechazarla y regresar a su rutina, a la seguridad de su hogar. Pero la ilusión había echado raíces en su corazón y la hizo dudar. Por una vez, quería ser la protagonista de su propia historia, no solo una espectadora oculta bajo su capa y su máscara. Asintió con una sonrisa tímida y siguió al desconocido hacia la fiesta.

El interior de la casa era un mundo diferente. La música vibraba en el aire y las luces destellaban, creando un espectáculo deslumbrante. La gente se movía con gracia y elegancia, sus disfraces y máscaras creando un misterio en cada paso. La joven se sintió inmersa en un cuento de hadas, donde todos los problemas y las cicatrices se desvanecían.




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