La máscara de celeste

Capítulo 10:La Primera Grieta

La lluvia golpeaba los ventanales de la mansión Montenegro como un ejército interminable. Celeste estaba en su habitación, sentada frente al espejo, observando su reflejo con la calma de quien intenta convencerse de que todo está bajo control. Había tachado el nombre de Catalina Briceño hacía apenas dos noches, y la ciudad aún no dejaba de hablar de la "tragedia en la galería".

La joven sonrió con ironía. Tragedia, lo llamaban. Como si Catalina no hubiera sido cómplice de la peor transacción de sus vidas. Como si no hubiera convertido a Alma en mercancía.
—Una menos, hermana —murmuró—. Una menos.

Pero lo que Celeste no sabía era que, esa misma noche, su perfección iba a tambalear por primera vez.

---

El próximo objetivo

El siguiente nombre en su lista era Esteban Cifuentes, un abogado influyente que había redactado los contratos ilegales para encubrir la venta de Alma. Un hombre frío, calculador, obsesionado con el dinero y el poder. Celeste había seguido su rutina durante semanas: sabía a qué hora salía de su bufete, en qué cafetería se refugiaba cada tarde, incluso qué camino tomaba para llegar a su casa en las colinas.

El plan era sencillo. Envenenar su café habitual, hacerlo pasar por un colapso repentino. Discreto, limpio, sin ruido. Pero esa vez, algo falló.

El café amargo

Celeste entró en la cafetería con un vestido sencillo, diferente al glamour con el que solía aparecer en sociedad. Nadie la reconocería. Pidió un capuchino y se sentó en una mesa cercana a la ventana, con un pequeño frasco oculto en el bolsillo de su abrigo.

Esperó a que Cifuentes llegara, como todos los jueves. Puntual, el abogado apareció con su maletín de cuero y su aire arrogante. Saludó al barista por su nombre —un hábito que lo hacía sentir cercano, aunque en realidad lo despreciaba— y ordenó su café habitual: un americano doble.

Cuando el barista se giró para preparar la bebida, Celeste se levantó con calma, fingiendo ir hacia el baño. En el trayecto, vertió unas gotas del líquido letal en el vaso aún vacío. Nadie la vio... o al menos eso creyó.

Cifuentes recibió su café minutos después y, como siempre, se sentó a leer documentos con una concentración obsesiva. Celeste regresó a su mesa, observándolo de reojo mientras jugaba con la cucharilla de su capuchino. Todo parecía marchar a la perfección.

Pero entonces ocurrió lo inesperado.

El error

Una camarera tropezó cerca de la mesa de Cifuentes, golpeando el vaso y derramando parte del café en el suelo. El abogado, molesto, exigió que le prepararan otro. El barista, nervioso, se apresuró a traerle una nueva bebida.

Celeste sintió un vuelco en el estómago. El veneno había quedado en el primer vaso... y ese vaso, aunque derramado, no desapareció de inmediato. La camarera lo recogió con una servilleta y lo llevó a la barra.

Nadie debía notar nada extraño, pero el aroma del café mezclado con el químico era apenas diferente, un matiz metálico casi imperceptible. El barista, intrigado, se llevó el vaso a la nariz antes de tirarlo. Frunció el ceño, desconcertado. No dijo nada en ese momento, pero el detalle quedó grabado en su mente.

Ese pequeño gesto, esa curiosidad silenciosa, fue la primera grieta en la perfección de Celeste.

Duarte recibe la llamada

Horas después, mientras Duarte revisaba sus notas en la oficina, sonó su teléfono. Era un informante de confianza, un joven barista que colaboraba ocasionalmente con la policía a cambio de favores.

—Inspector... hoy pasó algo raro en la cafetería —dijo el muchacho—. El licenciado Cifuentes casi se toma un café con un olor extraño, metálico. No sé cómo explicarlo, pero algo estaba mal.

Duarte se incorporó de golpe.
—¿Cifuentes? ¿El abogado?

—Sí. Y lo curioso es que una muchacha estaba cerca del vaso justo antes. Morena, muy guapa, vestida con un abrigo azul. No la había visto nunca... pero había algo en ella.

El corazón de Duarte se aceleró. Cerró los ojos y, en su mente, apareció de inmediato el rostro angelical de Celeste Montenegro.

—Escúchame bien —ordenó con firmeza—. No hables de esto con nadie. Ni una palabra. Si alguien pregunta, no viste nada. Yo me encargo.

Colgó el teléfono con el pulso agitado. Por primera vez tenía algo más que intuiciones. Tenía una pista.

Celeste siente la presión

Esa noche, Celeste regresó a la mansión con el sabor amargo de la frustración. No había podido eliminar a Cifuentes y, peor aún, el error la había dejado intranquila. Se repetía a sí misma que nadie lo había notado, que era imposible que algo tan pequeño levantara sospechas.

Pero en el fondo, algo en su instinto le decía lo contrario. Era como si el aire alrededor se hubiera vuelto más pesado, como si alguien la observara desde las sombras.

Se miró al espejo otra vez, intentando convencerse:
—Soy intocable. Nadie me verá venir.

Sin embargo, la voz de Alma resonó en su mente, suave y dolorosa: "Hasta los ángeles pueden caer, Celeste."

Duarte conecta los puntos

En su oficina, Duarte extendió sobre la mesa las fotografías de las víctimas: Llorente, Salvatierra, Ríos, Briceño. Todos muertos en circunstancias extrañas. Y ahora, Cifuentes había estado a punto de unirse a la lista.

Trazó una línea hacia su nombre y escribió una nota: Intento fallido. Testigo indirecto confirma presencia sospechosa. Mujer joven, abrigo azul.

Luego tomó una fotografía de Celeste Montenegro en uno de los eventos sociales recientes. La colocó al lado.
El parecido con la descripción era innegable.

Duarte encendió un cigarrillo y, entre el humo, murmuró:
—Ya no eres un ángel, Celeste. Ahora eres mi cazadora... y yo seré el tuyo.

Una visita inesperada

Al día siguiente, la policía llamó a la puerta de la mansión Montenegro. Duarte no estaba allí, pero había enviado a un colega con un pretexto simple: hacer preguntas de rutina sobre la muerte de Catalina Briceño, ya que la familia Montenegro había estado presente en el evento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.