La máscara de celeste

Capítulo 18: EL CUADERNO QUE NUNCA DEBIÓ ABRIRSE

El ático seguía oliendo a polvo viejo y metal oxidado, pero ahora había algo más:
una tensión húmeda y fría, como si la sombra hubiera dejado parte de sí suspendida en el aire.

Nadie se atrevía a tocar el cuaderno.

Duarte fue el primero en recuperar la respiración; apoyó las manos en las rodillas y miró fijamente el objeto sobre la cama de contención.

—No lo abras todavía —advirtió, con un tono que revelaba más miedo del que quería mostrar.

Valeria estaba tan pálida que parecía un fantasma recién llegado.
Aun así, dio un paso hacia adelante.

—Alma tenía este cuaderno antes… antes de que desapareciera, ¿verdad?

Celeste no respondió de inmediato.
Acercó una mano al cuaderno, pero la retiró como si fuera a quemarse.

—Ese cuaderno… ella lo tenía siempre —susurró—. Nunca dejaba que nadie lo viera. Ni siquiera yo.

Duarte la observó con atención.

—¿Crees que sea real? ¿O parte de esa… cosa?

Celeste negó lentamente.

—Es real. Es suyo. Reconozco la textura, las marcas… hasta las iniciales están del mismo modo en que ella las escribía en sus cosas.

Valeria tragó saliva.

—¿Y si es una trampa?

Celeste apretó los labios.

—No abrirlo no hará que la verdad desaparezca.

La joven extendió la mano otra vez.
Esta vez no tembló.
Tocó la tapa del cuaderno y… nada pasó.

Ni sombras.
Ni voces.
Ni temblores.

Solo el tacto frío del cuero.

Lo tomó con delicadeza y dio unos pasos hacia el centro del ático.

—Lo leeré abajo —dijo finalmente—. Aquí arriba no quiero hacerlo.

Duarte asintió sin discutir.
Valeria tampoco protestó.

Tres minutos después, los tres estaban en la enfermería vacía del Centro Aurora, sentados alrededor de una camilla como si fuera una mesa improvisada. Afuera, la noche seguía siendo una muralla negra. El silencio era tan profundo que las gotas de su propia respiración parecían caer al suelo.

Celeste abrió el cuaderno.

La primera página estaba llena de letras apretadas, escritas con desesperación.
La tinta estaba corrida en algunas partes, como si hubiera llorado sobre ella.

“Si encontraste este cuaderno… entonces algo salió mal.”

La caligrafía era la de Alma.
Celeste lo habría reconocido incluso dormida.

Valeria contuvo un suspiro.
Duarte cruzó los brazos.

Celeste siguió leyendo.

“Yo no desaparecí. A mí me borraron.”

Duarte murmuró:

—¿Qué demonios…?

Celeste pasó la página.
Sus dedos temblaban otra vez.

“Los Montenegro no son quienes dicen ser. Mis padres… nuestros padres… trabajan para algo más grande que ellos. O trabajan PARA esa cosa. No lo sé. No les creo nada.”

La respiración de Celeste se hizo más rápida.
Sabía que se acercaba a algo que cambiaría todo.

“Me eligieron a mí porque era la mayor. Porque mi mente era más ‘estable’, según ellos. Y porque Celeste tenía que permanecer intacta hasta el final.”

Celeste sintió que el piso bajo su silla desaparecía.

—¿Por qué… por qué yo? —susurró.

Valeria le tocó el hombro, suave, como quien teme romper algo frágil.

—Sigue… si puedes.

Celeste pasó la página.

“Dijeron que el proyecto necesitaba dos recipientes. Uno que diera… y otro que recibiera. A mí me tocaría entregar algo que no comprendí. No pedí. No quería. Pero Celeste… tú ibas a recibirlo.”

Duarte se inclinó hacia adelante.

—¿Recibir qué?

Celeste buscó en la página. Y entonces lo vio.

Una palabra escrita varias veces, en diferentes trazos, como si Alma no pudiera decidir cómo expresar el horror.

“División.”
“Fragmento.”
“Mitad.”

Y luego una frase más clara:

“Yo entregué la sombra. Y tú… recibiste la luz.”

Celeste dejó de respirar.

Valeria se llevó una mano a la boca.

Duarte frunció el ceño.

—¿Luz…? ¿La sombra es parte de ella?

Celeste cerró los ojos solo un instante.
Una imagen cruzó su mente sin permiso:
la niña, la sombra, la sensación de reconocimiento…
como si algo en ella hubiera respondido.

Y lo peor:

no era un recuerdo nuevo.

Era uno que siempre había estado ahí, enterrado.

Abrió los ojos y siguió leyendo.

“La cosa que dividieron… no era humana. Creo que ni siquiera tenía nombre. Era un ente, una inteligencia oscura. No sé si lo encontraron o lo crearon. Pero era demasiado grande para contenerse en un solo cuerpo físico.”

—Dios mío… —murmuró Valeria.

“Querían usarlo para controlar emociones humanas extremas. Dolor. Furia. Trauma. Miedo.”

Duarte maldijo en voz baja.

—Experimentos ilegales. Psiquiatría experimental. Esto es peor que cualquier caso que haya visto.

Celeste pasó a la siguiente página.
El borde estaba rasgado, como si Alma la hubiera arrancado con violencia.

“Cuando empezaron el procedimiento, supe que no iba a sobrevivir. Por eso escribo esto. No quiero desaparecer sin intentar proteger a Celeste.”

Un nudo quemante se le formó a Celeste en la garganta.
Sus ojos se llenaron, pero se negó a llorar.

“Celeste, si lees esto: tú no estás completa. Y esa cosa tampoco. Y ambas se buscarán.”

El silencio se volvió insoportable.

Celeste sintió que su cuerpo se estremecía como si un frío antiguo subiera desde la base de su columna hasta la nuca.

—Ella sabía… —susurró—. Sabía que la sombra vendría por mí.

Duarte respiró hondo.

—Lo importante ahora es saber qué quiere… qué puede hacer… y cómo detenerlo.

Pero Celeste no lo escuchaba.
Su mirada estaba clavada en las últimas líneas de la página.

“No confíes en mamá y papá.”
“Y si la sombra despierta… tú tendrás que elegir.”
“O te une a ella…”
“O la destruye contigo.”




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