Cuando recuperé la conciencia, si es que lo puedo llamar así, me encontraba ya en un lugar totalmente silencioso, frio, la luz del día apenas traspasaba esa tela blanca que colgaba en la ventana, escuchaba ruidos raros, totalmente extraños para mí, de pronto por la puerta apareció la figura de un hombre, era alto, corpulento pero no de una manera exagerada, se presentó como Juan Andres Echeverria, mi padre; me miró con una mezcla de tristeza y alivio, y me habló con una dulzura que me hizo sentir una punzada de culpa. Él veía a su hija, y yo aun ni siquiera sabía quién era, “ya no sabía nada”. Me contó cómo había sido el accidente, la batalla que implico el tratar de salvar mi vida, se evidenciaba su temor, angustia, y al mismo tiempo felicidad de ver a su “hija” con vida y a salvo. Yo no sabia que responder, lo miraba con expresión de temor, duda, no sabía si podría confiar y contarle lo que me pasaba, si me creerían, aunque ya para mí era increíble; decidí callar y escuchar, opte por tratar de saber todo lo que pudiera sobre la vida de la mujer de este cuerpo que ahora habitaba; debía conocer cada detalle. Al mirar a un lado de la habitación, había un elemento conocido por mí, un espejo, lo mire con intensidad, como si mi vida dependiera de ello, mi padre noto mi intención y me lo paso, lo tome entre mis manos y en primera instancia como acto reflejo vi mi cara, pero la misma desapareció reflejando una mujer diferente, sus rasgos, su cabello, su piel, ¿dónde estaban? Miré mis manos. Eran suaves, sin las cicatrices de la espada, y las uñas estaban cuidadas de una manera que nunca había visto. Mis dedos no eran los de una guerrera, sino los de alguien que trabajaba con delicadeza, con precisión.
A mi lado, una mujer vestida con un uniforme blanco, con un extraño cabello rojizo, se inclinó. "Doctora Suri, ¿me oye?", preguntó, su voz llena de sorpresa y confusión.
Suri. El nombre. En mi vida anterior, había oído historias de espíritus que vagaban sin cuerpo, de almas perdidas en el limbo. ¿Era este mi destino? ¿Sería este cuerpo mi prisión? La incertidumbre me atenazó, pero mi entrenamiento como líder me enseñó a ocultar mis emociones. No podía mostrar mi confusión. No podía arriesgarme a que me vieran como una loca. ¿Quién era Suri? ¿Por qué mi alma estaba en su cuerpo?
-Sí... la oigo- respondí, mi voz sonando extraña, débil, no como la voz de mando a la que estaba acostumbrada. La mujer me miró con una mezcla de alivio y asombro.
¡Doctora Suri, milagro! Ha... ha regresado. Pensábamos que la habíamos perdido. Por favor, descanse. Estamos aquí para ayudarla.
El nombre de la mujer era Brenda. En los días que siguieron, ella y el Dr. Francisco Izaguirre, mi supuesto mentor, me explicaron fragmentos de la vida de la doctora. Suri era una cirujana, una de las mejores de su generación. Había tenido un accidente de auto. Pero mis recuerdos de la vida de Suri estaban borrosos, como si fueran ajenos a mí. Solo mi mente de Makiko, la guerrera, estaba intacta.
Por lo que decidí que lo mejor era fingir, asimilar la información que obtenía de todos y ganar tiempo, Brenda había dejado un sinfín de notas sobre la vida de Suri: sus citas con amigos, sus lugares favoritos, incluso las series de televisión que veía. Todo era un manual de instrucciones para mi nueva impostura, una especie de pergamino de la nueva realidad. No sabía si había una forma de regresar a mi época, a mi cuerpo. No sabía si había un enemigo que me había hecho esto. Solo sabía que una guerrera no se rinde, y que debía encontrar un camino para entender lo que había pasado y dónde estaba mi lugar en este nuevo mundo. La supervivencia, y la búsqueda de la verdad, eran mi única prioridad.