..Luego de algunos días de haber estado en aquel hospital, pude regresar “a mi hogar”, todo era nuevo, no era mi época, y debía aparentar; todo en aquel lugar era nuevo para mí, aparatos que jamás se me hubiera ocurrido que podrían existir, televisión esa caja donde se emitían imágenes, pensé que clase de magia era esta, esa caja diabólica capturaba las almas de las personas; estaba absorta miranda aquella pantalla, cuando el sonido de unas campanas resonaron por toda la sala, mi padre saco un aparato de su bolsillo, y lo coloco en la oreja; y comenzó a hablarle, ¿Qué mundo es este?, ¿Que está pasando?, Dioses.- Luego de algunos días y gracias a la ayuda de Brenda, aprendí el uso y manejo de cada cosa electrónica; ya estaba preparada en apariencia, al menos para pasar desapercibida y no como una loca que se asustaba con cada cosa que veía o descubría.-
La primera prueba real vino en la cena con mi padre, Juan Andrés, en mis recuerdos estaba acostumbrada a banquetes sobrios, llenos de protocolos estrictos. Pero este era un escenario completamente distinto. El restaurante era un lugar ruidoso y lleno de gente, la música era extraña y la comida se servía en platos que parecían obras de arte. Brenda me había advertido: "A Suri le encanta este lugar, pide siempre el salmón". La información era mi única arma.
-Cariño ¿Recuerdas nuestra última cena aquí, Suri?, preguntó mi padre, su voz llena de un amor que me hacía sentir aún más la culpa de mi engaño. Él me contaba anécdotas, y yo asentía, sonreía, tratando de imitar las expresiones que había visto en las fotos de Suri. La memoria de mi vida como Makiko era tan nítida, tan real, que cada recuerdo de Suri era como una neblina que yo tenía que forzarme a ver.
- Padre, he estado... un poco perdida. Los médicos dicen que es normal, la amnesia post-traumática, mentí, usando la excusa que me había dado mi supuesta amiga Brenda. Mi padre me miró con una profunda compasión.
-Lo sé hija, no te preocupes, lo importante es que estás aquí, con nosotros. Y que... que tu ingenio no ha desaparecido. Tu mentor, Francisco me llamó, dice que le has estado haciendo preguntas muy interesantes, casi como si estuvieras aprendiendo desde cero, eso me llena de esperanza, siempre has sido una esponja para el conocimiento-.
Las palabras de Juan Andrés me helaron la sangre. Las preguntas que le había hecho a Francisco eran solo una forma de entender esta nueva realidad, de traducir la medicina en términos que mi mente pudiera entender. La medicina no era tan diferente de la estrategia militar. El cuerpo humano era un territorio, las enfermedades, los enemigos. Y yo, la impostora, debía ser la general que planificara la batalla. Mi mente táctica de Makiko ya estaba trabajando en ello.
Comprendí que la única manera de sobrevivir, de no defraudar a mi padre y a la gente que se preocupaba por Suri, era asimilar el conocimiento de este mundo. Me había reencarnado en una doctora. Una guerrera de la vida. Mi nueva misión no sería conquistar castillos, sino curar cuerpos. La espada del dragón ahora era un bisturí, y la vida de los pacientes, el nuevo estandarte que debía proteger. Aceptar mi nueva realidad era el primer paso, pero el verdadero desafío era dominarla.