La Mascara De Suri

CAPITULO 4

El día de probar sus teorías de aquel caso, llegó. – Hola doctora Echeverria, ¿Como sigue hoy, lista para ingresar a quirófano? - el doctor veía el rostro serio y decido de Suri, pero no alcanzaba a adivinar todo aquel remolino de pensamientos y dudas que atormentaban a Makiko en ese momento- - Buenos días Doctor Izaguirre, más que lista, como siempre- respondió-

El quirófano era un santuario, silencioso y tenso, donde la vida y la muerte se debatían en un susurro. Sobre la mesa de operaciones yacía un paciente, un campo de batalla que yo, como Makiko, tenía que conquistar. Mi mente de guerrera analizaba la situación: el enemigo, una arteria bloqueada, y mi arma, el bisturí. Los instrumentos, la iluminación, los rostros cubiertos de mis ayudantes... todo formaba parte de mi nuevo batallón.

El sudor frío, una sensación que no había sentido desde mi última batalla, resbalaba por mi frente. La mano, la mano de Suri, se sentía temblorosa al sostener el bisturí. No era mi mano. Era la mano de una desconocida, un instrumento con el que no tenía familiaridad. De repente, una punzada de pánico me asaltó. ¿Y si fallaba? El honor de mi clan, mi propia vida, no dependían de ello, pero la vida de este hombre, sí.

-Fue entonces cuando la escuché. Una voz, clara y serena, resonó en mi mente. No era mi voz. ¡Era la voz de Suri ¡-

"Relaja los hombros. Los dedos. Es como un baile, no una lucha."

Cerré los ojos por un instante. La voz se sintió como una corriente eléctrica que recorría mis nervios. ¿Era la amnesia que se disipaba? ¿Un recuerdo que emergía? ¡No¡ era una instrucción, un consejo. Como si una parte de mí, de este cuerpo, estuviera despierta, guiándome.

"Sigue la línea, no la fuerces. Siente el pulso. Ahí."

Abrí los ojos. La mano de Suri, bajo mi control, se movió con una precisión que me asombró. Ya no era una herramienta ajena; era una extensión de mi voluntad, como la espada en el Japón feudal. Era la mano de una guerrera, guiada por el conocimiento dormido de una doctora. Mis movimientos se hicieron fluidos, rítmicos. Mi mente estratega, que había planeado emboscadas y defensas, ahora planeaba el corte perfecto, la sutura precisa.

"Los nudos. Ligeros, pero firmes. Igual que un lazo de familia Makiko, así"

La voz de Suri volvió a resonar, esta vez con una familiaridad que me hizo dudar. ¿Cómo sabía mi nombre? Un escalofrío me recorrió. La línea entre mi mente y la de ella se desdibujaba. Quizá no estaba sola en este cuerpo. Quizá ella, Suri, era más que un simple receptáculo. Era mi compañera de armas, un eco de un alma que había encontrado una nueva forma de existir. La batalla no era solo externa, contra la enfermedad del paciente; era interna, un diálogo silencioso entre dos vidas, dos épocas, unidas por el destino.

El bisturí se movió, y en lugar del miedo, sentí una extraña paz. El conocimiento de Suri era un tesoro de datos, y mi mente, el mapa que lo descifraba. Juntas, éramos un equipo. Y en ese quirófano, en la quietud de la sala de operaciones, me di cuenta de que mi nueva vida no era un castigo, sino una segunda oportunidad.




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