La Mascara De Suri

CAPITULO 6

Había dominado el arte del bisturí, la lógica del diagnóstico y la terminología de los "batallones blancos", pero lo que Brenda me presentó esa tarde era un desafío para el que mi vida de guerrera no me había preparado. En mi época, las relaciones personales eran simples: la lealtad a mi clan, el respeto al emperador y la camaradería con mis hombres. Ahora, en el cuerpo de Suri, me enfrentaba a un mapa de relaciones complejas, un terreno que no conocía.

-Suri, por favor, me prometiste que irías a la audición. Es para el concierto benéfico del hospital. Tú tocabas el piano tan bien-, me dijo Brenda, con la esperanza brillando en sus ojos. -Es una tradición para los doctores. Dijiste que te ayudaría a reconectar con tus viejos pasatiempos-.

El piano. La palabra resonaba en mi mente como un eco extraño. En mi época, los únicos "instrumentos" que conocía eran el shamisen o el shakuhachi, y yo no era una artista, sino una guerrera. La idea de sentarme frente a ese enorme instrumento, ese dragón de marfil, y hacer que emitiera melodías, me aterrorizaba más que cualquier campo de batalla.

-No lo sé, Brenda. La amnesia...- intenté excusarme, usando la misma máscara que había funcionado en el hospital.

-Suri, no se trata de que lo hagas perfecto. Se trata de que lo intentes. Era algo que amabas. Tu padre me dijo que incluso te ayudaba a relajarte del estrés de la cirugía. -

Las palabras de Brenda se clavaron en mi conciencia. Era cierto que había aprendido a usar el bisturí como una extensión de mi voluntad, pero el piano era algo diferente. Esto era el alma de Suri, una parte de ella que yo no podía acceder con solo la lógica.

Esa noche, sentada frente al piano en el salón de Suri, mis dedos se negaron a moverse. Mi mente de Makiko, acostumbrada a la disciplina del katana, no podía entender la delicadeza de cada nota. La frustración crecía en mí. Quería hacerlo, por Brenda, por mi padre, por esta vida que ahora me pertenecía, pero la música se me negaba.

Fue entonces cuando la voz de Suri regresó, más clara que nunca. "Cierra los ojos, Makiko. No lo pienses. Solo déjalo fluir."

- ¿Qué es esto? -, le pregunté en mi mente, sintiendo la extraña dualidad de nuestra existencia.

"Es mi memoria muscular. Mi alma en mis dedos. Déjame guiarte."

Seguí su consejo. Cerré los ojos y, por un momento, me abandoné al flujo de la conciencia de Suri. Y ocurrió. Mis dedos, sus dedos, comenzaron a moverse por las teclas, una memoria dormida que se despertaba. Una melodía suave y melancólica, una pieza que no era una marcha militar, sino un lamento, llenó la habitación. Era la música de Suri, su esencia. Me di cuenta de que ella no solo me daba datos médicos, sino también fragmentos de su corazón.

La música terminó. Abrí los ojos, y la extraña dualidad se hizo más fuerte. Yo, Makiko, había sido la guerrera que había luchado con valentía. Pero ahora, también era Suri, la mujer que podía encontrar consuelo en las melodías de un piano. Mi nueva vida no se trataba solo de luchar, sino también de sentir.




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