La liberación de Suri de su pasado sentimental fortaleció la conexión entre las dos almas. La voz de Suri ya no era solo un eco de dolor, sino una compañera que colaboraba activamente con Makiko. La guerrera, a su vez, se sentía más ligera, libre de un peso emocional que no le pertenecía. En el hospital, esta nueva sinergia no pasó desapercibida. El doctor Francisco, su mentor, la miraba con una mezcla de orgullo y asombro. Su padre, Juan Andrés, irradiaba un brillo de satisfacción al ver a su hija tan plena.
Un nuevo caso llegó a sus manos, uno que pondría a prueba no solo la mente estratégica de Makiko, sino también el vasto conocimiento de Suri. Un niño pequeño, de solo seis años, había sido ingresado con una condición neurológica extraña y degenerativa. Los mejores neurólogos del hospital estaban perplejos. El cuerpo del niño se estaba "rindiendo", como si un enemigo invisible estuviera corroyendo sus defensas.
Makiko leyó el expediente y la voz de Suri se hizo más clara que nunca. "No es una infección. Es algo genético. Una falla en el sistema central", susurró.
Francisco le explicó el caso a un grupo de médicos, incluyéndola. La discusión era técnica y llena de jerga. Makiko, en su mente, tradujo cada síntoma a un lenguaje de batalla. El niño tenía un sistema nervioso que se desmoronaba, una línea de defensa que estaba colapsando. El enemigo no era externo, sino una debilidad interna, una grieta en la fortaleza de su propio ser.
-La medicina tradicional nos dice que esto es incurable", dijo un médico de alto rango, con resignación. "Hemos probado todo.-
Makiko se levantó. El conocimiento de Suri la empujaba, la voluntad de Makiko la impulsaba. El rostro del pequeño paciente, con sus ojos llenos de miedo, era la bandera de un nuevo clan.
-No es incurable-, afirmó Makiko, su voz firme, con la autoridad de una general que comanda sus tropas. -Es solo una batalla que no se ha librado con las armas correctas.-
Los médicos la miraron, perplejos. Juan Andrés, que estaba presente, sonrió orgulloso, aunque no entendía del todo la confianza de su hija.
-El problema no es el ataque, sino la cadena de suministro. La falta de una enzima específica está causando el colapso. Si no podemos reparar la fábrica, al menos podemos traer los materiales necesarios desde fuera-, explicó, usando analogías que solo ella y su mentor podían empezar a entender.
Con la ayuda de la voz de Suri, Makiko propuso una terapia experimental. Un tratamiento que combinaba la lógica de una estrategia militar con la base científica de la medicina. La propuesta fue arriesgada, casi revolucionaria, pero la seguridad en la voz de Makiko era tan convincente que Francisco y Juan Andrés la apoyaron. El niño, un pequeño samurái en su propio campo de batalla, era la nueva misión de la guerrera. Su vida era el nuevo estandarte que ella protegería. La nueva batalla había comenzado, y Makiko, con la ayuda de Suri, estaba lista para luchar.