La Máscara Perfecta

Capítulo 3: La Universidad Bajo Sospecha

El campus nunca había estado tan silencioso.

La noticia del asesinato del profesor Matthias había provocado un torbellino de miedo y especulación, convirtiendo la universidad en un nido de sospechas y paranoia.

Cada conversación era un susurro.

Cada mirada era una pregunta silenciosa.

¿Quién lo hizo?

Pero la pregunta que más preocupaba a todos no era solo quién había matado a Matthias…

Sino por qué.

Y, por supuesto, nadie miraba en la dirección correcta.

Los seres humanos tienen un instinto primario: cuando sienten peligro, buscan un culpable.

El miedo necesita una respuesta.

Y cuando no la encuentra, la inventa.

Clarens entendía eso mejor que nadie.

Él había visto ese mecanismo funcionar en su infancia, en los ojos de su madre cada vez que su padre levantaba la voz, en los vecinos que fingían no escuchar los gritos.

Y ahora, lo veía desplegarse en el campus, como un experimento que él mismo había iniciado.

Los rumores se esparcían como fuego.

—Dicen que Matthias tenía problemas con alguien.

—Tal vez fue un ajuste de cuentas.

—O quizás fue algo personal.

La incertidumbre los estaba consumiendo.

Y Clarens… disfrutaba cada segundo.

La policía intensificó la investigación.

La presión de los medios, los reclamos de los estudiantes y el miedo creciente obligaban a las autoridades a buscar respuestas rápidamente.

Y cuando la gente quiere respuestas rápidas…

Comete errores.

El primer error fue poner a Daniel Laurent en la mira.

Un estudiante que había discutido con Matthias días antes de su muerte.

Un hombre con temperamento fuerte y fama de problemático.

Un objetivo fácil.

La policía lo interrogó durante horas.

Algunos estudiantes comenzaron a evitarlo.

Otros susurraban su nombre con miedo, como si decirlo en voz alta lo hiciera culpable.

Clarens observó todo con una calma casi inhumana.

Porque mientras el mundo señalaba a Daniel…

Nadie lo miraba a él.

Y ese era su verdadero triunfo.

Pero el juego no estaba completo sin una pequeña prueba.

Tarde o temprano, la policía hablaría con todos.

Y Clarens sabía que su turno llegaría.

No porque lo consideraran sospechoso.

Sino porque necesitaban llenar su expediente con nombres y testimonios.

Cuando lo llamaron, ya estaba preparado.

Se sentó frente al detective con la misma serenidad con la que tomaba un café.

Su expresión era relajada.

Su respiración, estable.

—¿Cuándo fue la última vez que vio al profesor Matthias? —preguntó el detective.

Clarens frunció el ceño levemente, como si tratara de recordar.

—Creo que hace unos días, en la universidad. Lo vi en los pasillos, pero no hablé con él.

El detective anotó algo en su libreta.

—¿Notó algo extraño en su comportamiento?

Clarens negó con la cabeza.

—No, parecía normal. Quizás un poco cansado, pero nada fuera de lo común.

—¿Tenía algún problema con él?

Clarens fingió sorpresa.

—¿Problema? No, en absoluto. Siempre me pareció un buen profesor.

Silencio.

El detective lo miró por un momento más, como si intentara encontrar algo en su expresión.

Pero no había nada que encontrar.

Porque Clarens no dejaba rastros.

—Eso es todo por ahora —dijo el detective.

Clarens asintió, se levantó y salió de la sala con la misma calma con la que había entrado.

Sin una sola duda en su contra.

Sin una sola grieta en su máscara.

Intocable.

Había solo una persona que no encajaba en el patrón.

Eva.

Clarens notó que ella lo observaba más de lo normal.

No con miedo.

No con sospecha abierta.

Pero sí con una curiosidad inquietante.

Como si algo en él no encajara del todo.

Era peligroso.

Porque una vez que alguien empieza a hacer preguntas…

Podría encontrar respuestas.

Y eso, Clarens no podía permitirlo.

Decidió adelantarse.

Si Eva tenía dudas, lo mejor era controlarlas antes de que crecieran.

—¿Tienes tiempo para un café? —le preguntó con su sonrisa impecable.

Ella dudó, pero aceptó.

Se sentaron en la cafetería de siempre, pero esta vez el ambiente era distinto.

Eva removía su café con lentitud, sin probarlo.

Clarens apoyó los codos en la mesa y la miró directamente.

—Pareces preocupada.

Eva levantó la vista.

—¿Tú no?

Clarens sonrió.

—No sé si preocuparme ayudaría en algo.

Eva exhaló un suspiro.

—Supongo que no.

Pero Clarens sabía que ella no estaba convencida.

No todavía.

Y si Eva no se detenía ahora…

Podría convertirse en un problema.

Esa noche, sentado en la penumbra de su apartamento, Clarens pensó en Eva.

En su manera de observarlo.

En la forma en que sus dudas parecían crecer.

No era peligro todavía.

Pero podía serlo.

Y si llegaba a serlo…

Sabía lo que tenía que hacer.

Porque en su mundo, las piezas rotas se eliminaban.

Sin excepciones.




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